Tenía 92 años, así que el dolor es menor, pero sólo un poquito menor. Porque Albert Uderzo (1927-2020) era como un abuelo, y a los abuelos uno nunca quiere soltarlos. El abuelo Albert me contó desde pequeño aventuras coloridas y divertidas, que solían dejar un mensaje y en las que indefectiblemente ganaban los buenos.

Había otro abuelo, el abuelo René (Goscinny), a quien no llegué a conocer porque se murió en 1977, cuando mis padres solamente practicaban para concebirme. Estos dos franceses se juntaron un día, hace más de 60 años, y decidieron crear un personaje que funcionaría en más niveles que la bola en la ingle de Los Simpson.

Ya habían creado a Umpa-pá (Oumpah-pah), un nativo americano cuyas historietas fueron recopiladas hace pocos años. Pero el regalo que hicieron a sus nietos de todo el mundo vino de su país natal. Más exactamente, de un pedacito de la Galia que, en la época de la conquista romana, se resistía “todavía y siempre” al invasor.

El protagonista de las aventuras se llama Asterix, uno de cientos (¡miles!) de juegos de palabras que desbordan sus álbumes, que en principio recopilaban las páginas publicadas por entregas en la revista Pilote.

El abuelo René era el encargado de escribir las historias, que contenían su buena dosis de crítica social y hasta humor de actualidad, cosa que fuimos descubriendo de grandes. Al principio nos hacía reír que un tipo tan grande como Obelix tuviera un perrito tan pequeño.

Había mucho de reivindicar lo francés, pero de tal modo que se podía entender como reivindicar lo “nuestro”, sin importar el lugar del planeta en el que uno se encontrara. Lejos de cualquier patrioterismo o chovinismo, o al menos así lo entendía el pequeño lector que alguna vez fui. Cuando nos quieren atacar de afuera, nada mejor que confiar en la familia, en los amigos, en la gente que tenemos cerca.

Por más bueno que fuera René (y vaya si lo era), se precisaban dos ingredientes para que el hechizo funcionara. Y ahí llegó Albert, que en realidad se llamaba Alberto porque era hijo de inmigrantes italianos. Su trazo les dio a los galos la necesaria inocencia para que uno siguiera hinchando por ellos incluso después de haber reducido un campamento romano entero a una pila de legionarios magullados.

Entre 1961 y 1979 fueron publicados 24 álbumes firmados por los dos abuelos, que llegarían a nuestras librerías con traducciones que cambiaban los personajes de un título a otro, en ediciones desordenadas que no permitían disfrutar de la evolución en el dibujo de Uderzo, y con un par de libros cuyo coloreado daba vergüenza. Y aun así, los leíamos emocionados.

Para la llegada del vigesimocuarto, titulado Asterix en Bélgica, René ya no se encontraba entre nosotros. Y Albert, que llevaba muchos años dedicado exclusivamente a la perfecta construcción de la aldea gala y sus habitantes, decidió continuar en solitario con las aventuras.

Muchos lo dicen con el cuchillo entre los dientes, pero yo prefiero decirlo con la tranquilidad y la serenidad que me dan los años: los álbumes de Asterix jamás volvieron a ser lo mismo. Si bien el abuelo Albert se animó a hablar de temas como el feminismo (en La rosa y la espada) y los personajes jamás sonaron “ajenos”, el vuelo creativo era menor. La sátira se hacía a un costado, como un jabalí que ve venir a Obelix, y dejaba el camino libre al golpe y porrazo.

Las aventuras de Asterix podrían dividirse (a grosísimo modo) entre aquellas transcurridas en la aldea y otras que llevaban a nuestros protagonistas a parajes lejanos (desde España hasta Suiza, desde Córcega a América). Quizás los mejores momentos de esta nueva etapa estuvieron allí, en los álbumes de viajes, como La odisea de Asterix y Asterix en la India.

Un día el abuelo se retiró. Y su último trabajo, la última cucharada que dejó sabor en la boca de los lectores, fue ¡El cielo se nos cae encima!, un fallido homenaje a Walt Disney que comienza con la llegada de una nave espacial a la aldea cuyo elemento sobrenatural era la poción mágica que les dotaba de poderes extraordinarios y que explicaba las frecuentes pilas de romanos magullados.

Esta aventura tomó un montón de riesgos, como enfrentar a clones de Superman contra un ejército de robots, pero fue un fracaso de críticas. Yo preferí leerlo de prestado y es el único tomo que falta en mi colección. Para alguien con síndrome completista como yo, es decir bastante, pero quise quedarme con un lindo recuerdo de mi abuelo.

Lo que siguió incluyó dos hechos más o menos polémicos. Asterix (y Obelix, claro) llevaban décadas siendo íconos de la cultura francesa y verdaderas máquinas de producir dinero. Así que Albert decidió que la marmita de los huevos de oro podía continuar generando libros mágicos en manos de un nuevo equipo creativo.

En 2011, el guionista Jean-Yves Ferri y el dibujante Didier Conrad fueron anunciados como mentores de las siguientes aventuras de los galos. Dos años después llegaría Asterix y los pictos y desde entonces cada año impar ha llegado con un álbum debajo del brazo –aunque en Uruguay todavía estemos esperando el publicado en octubre de 2019–. La crítica sigue sin encontrar al abuelo René, pero aprecia que todavía no hayan vuelto los platillos voladores.

Albert Uderzo pasó muchos de sus últimos años enfrascado en una batalla legal (de esas que suelen tener al dinero como motivo único y final) con su propia hija, Sylvie. Él la había removido de su cargo en la empresa familiar y vendió su parte de Editions Albert René a la editorial Hachette, lo que ella comparó con “abrir las puertas de la aldea al Imperio Romano”. En medio hubo acusaciones de violencia psicológica que llegaron a la justicia y todas esas cosas que sólo pasan en las familias que tienen algo de dinero.

Para terminar la despedida en buena manera, en 2014 padre e hija resolvieron sus disputas en forma “amigable” y se reconciliaron. Lo que nos deja una clásica pero perenne lección: hay tiempo hasta la última página para resolver los problemas y reunirse a comer un poco de jabalí alrededor del fuego. Aten al bardo, no sea cosa que se ponga a cantar.

Recomendaciones:

En este momento lo mejor es buscar qué álbumes de Asterix tenemos en nuestro hogar. Si aparecen varios, conviene empezar por los “grandes 24” realizados por la dupla Goscinny-Uderzo. Y como puerta de entrada, siempre será mejor entrar por aquellos que transcurran en la aldea, para primero sentirnos cómodos y luego tomarnos un barco pirata (no, esperen, el barco se hundió) hacia destinos lejanos. Asterix el galo es el primero y lo tiene todo, pero para la crítica más mordaz al chisme, las supersticiones y el capitalismo, fíjense si encuentran La cizaña, El adivino y Obelix y compañía, respectivamente.