El grupo de rock argentino Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, conocido por todo el mundo como los Redondos, disuelto hace ya dos décadas, tenía –o tiene, porque los discos son obra viva, constante y sonante– varias características que lo hacían único e irrepetible. Algunas estaban relacionadas con lo estrictamente estético, con lo musical, por un sonido, la guitarra del desgarbado Eduardo Skay Beilinson, pero también con las letras y la forma de frasearlas de su cantante, Carlos Indio Solari.

Pero hay otra característica, relacionada con su convocatoria, muy peculiar y digna de estudios extramusicales: fue una banda que rompió todos los récords de popularidad en su país pero en el resto de América –y, ni que hablar, del mundo–, nada, cero, si te he escuchado, no me acuerdo, estás frito, angelito. Todo lo contrario a Soda Stereo, por ejemplo, que se cansó de llenar estadios latinoamericanos y en algunos países, como Chile, hizo explotar una especie de sodamanía. Pero esto es como el huevo y la gallina: puede que los Redondos no hayan tocado nunca por las venas abiertas de América Latina porque su música no se escuchaba, o su música no se escuchaba porque nunca fueron; lo cierto es que el dato concreto es que brillaron por su ausencia.

Pero hay una excepción: Uruguay. Y eso no es extraño, porque nuestro país siempre fue de consumir casi todo lo que viene de la vecina orilla –en especial, de Buenos Aires–, lo bueno, lo malo y lo feo. Los Redondos es un caso de los primeros, y si bien sobran los dedos de una mano para contar las veces que visitaron Montevideo para dar algún concierto, el halo mitológico que siempre tuvo el grupo también dejó su estela acá, al menos en algunas de sus variantes, como la alergia a las entrevistas.

En sus primeras visitas dieron un par de shows en el ya hace tiempo desaparecido boliche Laskina, para no más de 100 personas, que es parte de la mitología del ambiente musical de este país, porque son muchos más los que dicen haber estado que los que realmente fueron –algo parecido a los que cuentan haber pisado el estadio Centenario el día que Fernando Morena le hizo siete goles a Huracán Buceo con la amarilla y negra–. Esa presentación es imposible de figurar en la cabeza de los que no vivimos esa época con uso de razón, como cuando nos cuentan que antes las hinchadas de Peñarol y Nacional compartían tribuna en un clásico. ¿Los hipermasivos Redondos tocando en un bolichito de Punta Carretas para 100 personas? “No lo soñé”, dice.

La tribu de mi calle

De contar los entretelones de aquellas visitas ricoteras se trata el libro Lunáticos viajantes, “las increíbles andanzas de los Redondos en Uruguay”, del periodista Jorge Costigliolo –colaborador de estas páginas–, que acaba de publicarse. Tiene 130 páginas, es bien directo y concreto, de lectura amena y ágil, y se termina en una tarde. El libro narra las andanzas cronológicamente y aborda el fenómeno ricotero en Uruguay encarnado en dos aspectos fundamentales: sus presentaciones en vivo y sus fanáticos más acérrimos, que se destacan por alguna actividad particular relacionada con la banda y por eso vale la pena entrevistarlos –no es que el autor hizo un casting de ricoteros para luego hacerles preguntas–.

En la primera entrevista del libro nos topamos con Santiago Bigote López, futbolista de Villa Española nacido en 1982. Es famoso por ser un fanático enfermo de los Redondos, al punto de que en sus últimos contratos con el club estableció una cláusula según la cual, en el caso de que toquen los Redondos, el Indio, Skay, etcétera, puede faltar al partido, entrenamiento o compromiso futbolístico de turno, sin sufrir sanciones (“La insólita cláusula ‘ricotera’ de Santiago Bigote López, goleador del ascenso del fútbol uruguayo”, tituló el diario Clarín en 2019 –no se entiende el motivo de las comillas en “ricotera”–). Otro entrevistado es Juan D’Olivera, cantante de Plagio, banda tributo a los Redondos, formada hace 20 años (luego de la disolución del grupo), cuando la actividad del homenaje no estaba tan en boga como en los últimos años, siendo una de las primeras en el rubro.

Tanto esta entrevista como la de López pintan a dos personas que bien podríamos enmarcar en el estereotipo del seguidor bien redondito y de ricota, por eso resulta interesante el encuentro que tuvo el autor con Raquel Diana y Jorge Bonelli, directores de la obra de teatro Banderas en tu corazón –escrita por Diana–, que estaba inspirada en las canciones de los Redondos. Se estrenó en el teatro El Galpón en octubre de 2001 y permaneció cuatro años en cartel, con 15.000 espectadores en total.

Lo interesante aquí es que ambos escapan a ese estereotipo de ricotero promedio –del agite, la épica del aguante, la bandera, el pogo y afines–, e incluso Diana, que estudió Filosofía, lo explicita: “Tenía el sentimiento de que yo no debía estar escuchando eso [...]. Y nunca, ni cuando era joven ni ahora, jamás grité una consigna. Nunca estuve en una tribuna agitando nada. Soy una tipa más bien cauta, propensa a la racionalidad; este vínculo con la Filosofía siempre ha sido maravilloso y terrible a la vez, porque todo lo tengo que tener explicado, entendido... Sin embargo, siempre me sentí una ricotera absoluta”.

“¿No me digas, mi amor?”

La otra pata del libro se mete en los recitales que los Redondos dieron en Uruguay, que fueron pocos pero cada uno tuvo sus detalles a descubrir. Además de repasar las crónicas periodísticas de algunas de aquella presentaciones –que fueron en 1989 y 1990, en el Palacio Peñarol, el Teatro de Verano y Laskina, y en 2001 en el estadio Centenario–, Costigliolo entrevistó a varios de los implicados en sus primeras visitas, que tienen un trasfondo interesante, ya que cuando se despedía la década del 80 la banda estaba lejos de ser masiva en Uruguay. De hecho, hoy resulta bastante insólito el dato de que el 22 de julio de 1989 los Redondos vendieron 700 entradas de las 5.000 disponibles que había para su presentación en el Palacio Peñarol.

El agente de prensa del boliche Laskina era el periodista Aldo Silva –sí, el mismo que hoy presenta las noticias de traje y corbata en Telemundo–, que cuenta las peripecias que vivió en 1990, en la segunda visita de la banda, cuando, inocentemente, coordinó con varios medios un largo tour de entrevistas con los Redondos, pero ya en aquella época –antes de la masividad explosiva en Argentina y de la caza de la prensa amarilla– la Santísima Trinidad Ricotera –el Indio, Skay y la Negra Poli– mostraba todos los signos de alergia a los medios en general y al periodismo en particular.

Cuenta Silva: “Los tenía que ir a ver a El Chivito de Oro. Ellos paraban en el hotel Alvear, que está a mitad de cuadra, por Yi, al lado de la panadería. Ya les había avisado a todos los colegas ‘che, tengo a los Redondos’. Todos los programas de radio querían entrevistarlos. Tenía una agenda. [...] Llegué al bar y me paralicé. Toda la banda sentada, comiendo chivitos. Estaba la Negra Poli con Skay. Me acerco a Poli, le digo ‘mirá, en este momento tenemos una cantidad de entrevistas pactadas. Tendríamos que salir ahora’. Ella me miró como se mira a un bebote. ‘¿No me digas, mi amor? Olvidate’”.

Así las cosas, Silva recuerda cómo hizo para que finalmente la noche de aquel día el Indio aceptara ir a una entrevista con Gustavo Rey, para su programa Caras y más caras, de Radiomundo. Ese fue uno de las pocos encuentros con un periodista al que accedió el cantante en Uruguay, y es el único del que se tiene registro (se puede escuchar enteramente en Youtube; una charla bastante íntima, en la que la voz de los Redondos le dice a Rey que lo llame Indio, porque desde pibe que nadie se refiere a él por su nombre de pila).

En definitiva, Lunáticos viajantes es un buen complemento para toda la literatura que hay sobre los Redondos, ya que la humilde pata uruguaya todavía no había sido atravesada. Huelga decir que este es un libro que tiene como público objetivo a los avezados en la legendaria banda argentina, o al menos serán ellos quienes más jugo le saquen. Pero usted, querido lector, seguro es uno de esos ricoteros ávidos por saber más; por algo llegó hasta el final de esta nota.

Lunáticos viajantes. De Jorge Costigliolo. Ediciones B / Penguin Random House, 2021. 130 páginas.