“Es tan alta la intensidad de lo real, que en su esfera casi no hay espacio para la ficción”. La frase le pertenece a Jorge Carrión y puede leerse en la bitácora pandémica Lo viral (Galaxia Gutemberg). Funciona a la perfección como síntesis, como argumento especulativo en el que estamos inmersos millones de cyborgs y zombis suspendidos en redes. La sensación que instala este estado de cosas, por cierto extrema, se mantuvo durante todo este largo año que empezó en marzo de 2020, muy especialmente en esa larga sucesión de días en los que debimos permanecer sin salir de casa, entrenándonos en el poco saludable confinamiento con distanciamiento social.

Lo viral es el nuevo libro de Carrión, que al igual que la colección de crónicas y ensayos Contra Amazon (también publicado por Galaxia Gutemberg) puede ser catalogado en una primera lectura como una obra de “no ficción”. El primero es en apariencia la bitácora de un año viral, suspendido entre confinamientos por la covid-19 y desplazamientos de relatos y discursos que redefinen sentidos sobre el vértigo contemporáneo. El segundo es un conjunto de crónicas referidas a librerías y bibliotecas, pero también de fragmentos y relatos transversales sobre la manera en que nos relacionamos con el conocimiento y los libros, en tanto colecciones que pueden interpretarse como mapas que dialogan y nos interpelan en diferentes tiempos y contextos.

De alguna manera, mientras autores como Emmanuel Carrère, Roberto Bolaño y tantos otros pregonaron y actuaron sobre los límites de la verdad, es probable que la no ficción sea un pretexto en el caso de Carrión para provocar a la ficción, para cuestionarla, para encontrarla antes de que se escabulla definitivamente entre algoritmos. ¿Es la crisis de la ficción uno de sus temas, de sus obsesiones? Es la primera pregunta que le formulo a este escritor nacido en Tarragona en 1976, sabiendo que sus libros son apenas la punta del iceberg de un productor de crítica literaria, activista bloguero, desarrollador de podcasts, talleres virtuales y todo tipo de interacciones en redes sociales.

“Yo no siento a la ficción en crisis, sino todo lo contrario. La siento más viva que nunca. Se ha vuelto parte de la atmósfera que respiramos, a través tanto de formas legítimas, como las series de televisión o para escuchar, como de formas peligrosas, como las fake news. Lo que hago en Contra Amazon es ya clásico: usar las técnicas propias de la novela y el cuento del siglo XX para tratar de enriquecer la crónica y el ensayo, en la línea de Stefan Zweig, Rodolfo Walsh o Susan Sontag. En Lo viral tal vez vaya un poco más lejos, porque al incluir flashbacks y flashforwards en un diario más o menos íntimo, introduzco algunos gramos de ficción (e incluso de ciencia ficción) en un género que en teoría es fáctico y confesional. Lo mismo he hecho en el podcast Solaris, a través de un personaje con quien converso, Ella, que es un algoritmo de voz, que interpreta una actriz muy real”.

En los ensayos sonoros de la serie Solaris, alojados en la plataforma PodiumPodcast, se pueden escuchar episodios en los que Carrión analiza la posverdad como paradigma, los planes de la NASA de establecer una base permanente en la Luna, el desarrollo de la industria del porno o los intentos de las grandes compañías tecnológicas de crear ordenadores cuánticos, en informes donde siempre se cruzan la literatura, el cine y la ciencia ficción. Hay una línea común. Pero temo desviarme. De alguna manera, Carrión es un autor escurridizo. Signo de los tiempos, atraviesa diferentes formatos e identidades. Es, entre tantas cosas, un manifiesto defensor de la ciencia ficción como inevitable camino para analizar y traducir el presente. Y en el centro de esas inquietudes están las librerías. ¿De qué manera –le pregunto– se ha puesto en conflicto el sistema tradicional y cómo avizora el futuro de las librerías en un mundo dominado por Amazon? ¿Hay alternativas al consumo algorítmico de productos culturales? Sigo agregando preguntas y percibo en la comunicación que instalo una animosidad apocalíptica que, debo admitir, no condice con un cierto carácter positivista de las ideas de Carrión.

“Estamos derivando rápidamente hacia un sistema codigocentrista. Es decir, el código, los algoritmos y el Big Data están ocupando el centro de la realidad. La literatura o las librerías empiezan a ser periféricas. Por eso en mis proyectos intento verlas como construcciones híbridas, que tienen una dimensión muy clásica pero que están incluyendo mecanismos de la viralidad. Sigue habiendo alternativa a la prescripción de las máquinas, sigue siendo posible ir a librerías o a bibliotecas y ver, con los ojos, un número de libros que no caben en una única pantalla, por no hablar de la conversación con libreros, bibliotecarios, otros lectores. Vivimos una época de coexistencia, una época muy interesante. Ojalá dure mucho tiempo. Parece ser que la Vía Láctea lleva millones de años absorbiendo otras dos galaxias. Es una buena metáfora, porque al fin y al cabo nos hemos formado y seguimos viviendo, en parte, en la Galaxia Gutenberg”.

Los mecanismos de la viralidad, retomando el concepto que sostiene Carrión, se volvieron cotidianos, obscenos, en la toxicidad de las redes sociales, y formaron parte de la literalidad compulsiva de la pandemia del virus que causa covid-19. La disputa viral se metió en nuestras vidas, en los cuerpos y en las emociones, durante los confinamientos. Escribe Carrión, en el día 5 de abril de 2020 de Lo viral: “[...] este texto tiene forma de cronología para que no perdamos en ningún momento la conciencia de que hay un origen, un desarrollo, una secuencia de días con unos mismos cimientos de hielo, grietas, ultravirus”. Escribe muchas otras cosas. En un momento describe la decisión de poner su biblioteca personal a disposición de los vecinos del edificio donde vive. Me interesa en la conversación pasar del pensamiento, del discurrir sobre la viralidad, a lo cotidiano. Le sugiero que el formato bitácora de Lo viral lo lleva irremediablemente a exponer su propio cuerpo y sus propias vivencias. Le pregunto, en pocas palabras, cómo fue el proceso de escribir en presente.

“La escritura me ayudó a ser mejor padre, mejor marido, mejor ciudadano, mejor lector, espero, durante el encierro, porque fue un consuelo y una constante. ¿Recuerdas el mejor capítulo de la serie Lost, que se titula The Constant? Pues fue algo así. Fue la constante en mis días de cuarentena. Tratar de entender un poco lo que estaba pasando, cómo circulan los virus, físicos y digitales, por qué todos los diarios hablan de enfermedad, no sé, todo eso me ayudó mucho. Y fue creciendo de un modo orgánico y narrativo, como una novela sin ficción. Por eso decidí publicarlo”.

Lo viral y Contra Amazon son libros físicos, de los que transitan librerías, bibliotecas públicas y bibliotecas personales. También circulan versiones digitales para tabletas y lectores de epubs. Es un tiempo de transición. Signado por Amazon. Decido consultarle por sus otros libros, por la trilogía integrada por Los muertos (2010), Los huérfanos (2014) y Los turistas (2015), en los que están presentes los viajes, las distopías y relatos en los que algunos personajes se meten en avatares de personajes de otras ficciones y pasean, literalmente, por argumentos de series televisivas sobre pandemias o escenas de la Segunda Guerra Mundial. Lo que quiero saber es si ha abandonado la ficción pura y me cuenta que hace dos años volvió a la escritura ficcional y que espera publicar este año, 2021, una novela que se titula provisionalmente Museo del siglo XXI y forma parte de una nueva trilogía de ficción especulativa a la que supone “más radical” que la anterior. La mención al siglo XXI me recuerda a la polémica idea de que este siglo recién estaría empezando, para Carrión, con la viralidad de la pandemia.

“Uso ese debate para articular la estructura de Lo viral. Es un falso debate. Los siglos son convenciones, son paquetes de 100 años, tienen un origen y un final meramente matemáticos. Pero creo que funciona filosófica y literariamente. ¿Cuándo empezó en definitiva el siglo XXI? ¿En 1999, con la telerrealidad? ¿En 2001, con la caída de las Torres Gemelas? ¿O en 2019, con la pandemia? Son preguntas casi retóricas que alimentan la reflexión y la imaginación. En todo caso, Lo viral es un intento también de entender por qué convertimos la viralidad en una metáfora más o menos positiva, sinónimo de repercusión, de transmisión masiva, de fama. De entender también en qué momento decidimos que la viralidad biológica estaba controlada y podíamos hablar con alegría de viralidad digital. Por eso me refiero en profundidad a los virus informáticos. No me extrañaría que la próxima gran pandemia del siglo XXI sea digital. Y bien, queda más que claro que estos dos últimos libros que publiqué están unidos, por cierto, por otro virus, Amazon”.

A los que asistimos, como coleccionistas y como observadores de tantos sobresaltos tecnológicos, al pasaje del siglo XX al XXI, nos pasa que nos sentimos extraños (y perdidos) en la era del streaming y del virus Amazon. Percibimos con fastidio la previsible insatisfacción del “todo puede verse cuando quieras/todo puede comprarse cuando quieras”. ¿Es o no una mirada generacional? ¿Se aceleran o no el déficit atencional y la pérdida de la memoria? ¿Se agranda aún más la grieta entre lo mainstream y lo alternativo? La escritura, en todo caso, vendría a ser una forma de dejar rastros, de construir memoria. Leer, por lo tanto, es un acto de resistencia y no puede dejarse librado a los algoritmos. Sobre muchos de estos dilemas reflexiona Jorge Carrión en su obra. Todo empezó con el manifiesto “Contra Amazon”, publicado por primera vez en la revista española Jot Down Magazine. Se viralizó. Se convirtió en objeto de culto y en bandera de libreros independientes, de todo el mundo, que ya tenían a Carrión como un aliado con la publicación del libro de crónicas Librerías (2013).

Lo viral no hubiera existido sin la viralidad anterior del manifiesto Contra Amazon ni sin la invitación de Dan Wells, mi editor canadiense, a recopilar mis mejores textos sobre librerías y bibliotecas de todo el mundo. Como ocurre en tantos libros de cuentos, el título del texto más conocido se vuelve el título de la antología. Es así. En cuanto a lo que preguntabas sobre el coleccionismo físico y digital, entiendo que estamos en una transición. Mucha gente ya siente como propias sus colecciones de libros electrónicos o de música digital. Pero sobre todo se ha impuesto el modelo de plataformas, con su archivo infinito y su existencia en la nube y su suscripción mensual. Yo sigo viendo en mi biblioteca de libros en papel, que ocupa buena parte de mi casa, mi mejor archivo, mi autobiografía, mi álbum de recuerdos; pero es cierto que cuando quiero saber qué he escrito acudo a las carpetas de mi computadora, de modo que en ese ámbito hace tiempo que hice el cambio de chip”.

Los que siguen a Jordi Carrión en sus identidades de bloguero o de narrador de podcasts saben que no le incomoda la polémica. Por eso, en la última parte de la conversación no presencial (que incluye correos a su cuenta de Hotmail y audios de Whatsapp), vuelvo al entusiasmo oscuro y pospunk de Mark Fischer para disentir con sus escritos sobre la cantante Rosalía y abrir una línea de debate. Le planteo que la considero una “criatura algorítmica” (y mientras escribo noto divertido el juego semántico “algo/rítmica”), porque siempre supe de la existencia de un lado B llamado Nathy Peluso, que vendría a ser “mucho/rítmica” y sus acciones artísticas abren esperanzas a la posibilidad de rupturas y discursos irónicos en el centro del mainstream. No soy ingenuo y tengo claro que a Nathy Peluso también la acusaron de apropiación cultural y de crear una ficción falsa. Poco me importa. Intuyo que su gesto transgresor se mantendrá antes de agotarse y diluirse en los likes de Youtube. Carrión responde, manteniendo la compostura, que cada uno tiene sus intereses y que a él de Rosalía le interesa muy especialmente su origen catalán mestizo y que haya crecido en la periferia de Barcelona con polígonos industriales y flamenco en los genes. Pero disiente enfáticamente con que sea una “criatura algorítmica” y sentencia que El mal querer es una obra maestra en muchos niveles, y que para él su deriva pop y mainstream actual es otro tema porque siempre hay detalles de calidad en todo lo que hace, incluso en lo más comercial. “Sabe ser clásica y viral”, dice, y sé que es un buen remate, porque es lo que se puede sentenciar de la obra serial que está escribiendo Carrión en cada uno de sus libros.

En un último desvío, en esta nota de viralidades y desvíos varios, me detengo para convocar a dos de sus fans libreros en Montevideo. Uno de ellos es Jorge Artola, con el que estamos tramando reunir una colección de ejemplares de la mejor novela montevideana del siglo XX (no es un exabrupto). Me refiero a Las orillas del mundo, de Andersen Banchero. La idea es recomponer un porcentaje de libros que se acerque a la “inmunidad de rebaño” y luego viralizar la colección recuperada en una subasta por redes. Nos va a llevar tiempo. Tal vez años. El otro fan del español es Leo Silveira, de Pocitos Libros. Sin su ayuda no habría sucedido esta nota. Leo conoció a Carrión a través de la lectura de Librerías y estuvo en la única charla que dio el escritor en Montevideo. Recuerda que entre los que estaban en la charla, apenas un puñadito de libreros y algún periodista, se apareció un tipo igualito a Jack Nicholson, algo que podría ser similar al encuentro que tiene uno de sus personajes, el Vincent de Los turistas, con Harrison Ford y Ridley Scott en un avión.

“Todos nos miramos y nadie dijo nada”, recuerda Silveira. “Pero al final de la charla, Carrión agradeció primero a los presentes y luego agradeció especialmente la presencia de Jack Nicholson que se había tomado la molestia de viajar desde tan lejos. Ahí explotamos a carcajadas. Después nos quedamos charlando con el veterano y se jugó el personaje entero, haciéndose fotos con todos nosotros”.

No logro conseguir ninguna de esas fotos. No las conserva Leo ni tampoco Carrión. La ausencia de registro deja abierta la certeza de que hay lugar, todavía, para la ficción. Pero lo que da vértigo, de todos modos, son todas estas paradojas algorítmicas relativas a la viralidad y los avatares. Después de leer varios libros suyos, dejarse llevar por su voz en los podcasts, seguir sus posteos en Twitter y artículos en revistas literarias, y ahora intercambiar audios y emails, me queda la sensación de que es un intelectual cyborg. Le pido, para tratar de obtener una imagen real, que se autodefina. Me llega un último mensaje: “Soy inquieto. Tal vez por mis orígenes migrantes. Ahora viajo muchísimo menos, pero no he perdido la curiosidad, la necesidad de explorar continuamente...”.