Desde el portón sobre la calle de pedregullo, pozos con agua de lluvia y barro, Las Azucenas, se escuchan voces. Andrea, que vive frente a Mundo mágico, merendero del Kennedy, al verme golpear tres veces las manos, dice que pegue el grito. Pero ella se adelanta: “¡Mamáaaaaa! Estrella García aparece cinco segundos después con un gorro del Nacional. Es mi segunda visita. “Pasá, vení; acá tengo al Fabián que me está ayudando”. Fabián vive en el barrio también y la ayuda desde hace años, siempre que puede, cuando no le sale alguna changa de jardinero, en la construcción o en lo que venga, o cuando no cuida a sus niñas. Lava platos, tazas, vasos, limpia, le trae cosas que consigue por ahí, mueve y acomoda estantes y muebles y pela verduras, pero no cocina. “En la cocina me meto yo nomás porque sé lo que le meto a la comida”, dice Estrella.
La cocina está revuelta antes de que los niños lleguen. Ollas, bolsas, un cesto con papas y cebollas, juguetes, ropa, trapos, calzado, cartón, plásticos, intentan encontrar lugar en un armario amarillo y rojo que donó Martín, un profesor de gimnasia del Campus Municipal de Maldonado. Pablo, el dueño de una automotora, trajo dos bolsas de papas, morrones, cebollas, zapallos, cuenta Estrella cuando de la radio Gente se escucha: “Continuamos en este sábado, sábado 4 de junio, un saludo para la familia Núñez” y la voz del locutor se mezcla con el ruido de los cacharros, después una cumbia y más publicidad, y ella y Fabián hacen fuerza para cerrar un corralito que les donó una amiga.
Otra vez suena otra cumbia, pero no de la radio. Estrella atiende su celular y le dice a alguien que hoy lo espera con guiso. Cinco minutos más tarde llama a otra persona para recordarle que como todos los sábados las espera. Llegan dos niñas que la besan, la abrazan y le regalan un collage de papel glase con cinco corazones entre una frase en imprenta infantil que versa: “Te queremos estrella, sos lo mejor”. Estrella barre y acomoda el espacio para recibir a más niños cuando la radio auspicia alpargatas y suelta un folclore en acordeón que la hace chiflar al mismo ritmo. Llega otra niña cuando Fabián ya lavó tazas, platos y cubiertos, y entre los dos pelan papas y cebollas.
Llegan dos madres y Janina Faggiano, la maestra sin título de Magisterio pero sí de Ingeniería de Software, que asiste a niñas, niños y adolescentes del barrio en los dos merenderos desde mayo de 2021, para lo cual se valió de herramientas como los planes de Administración Nacional de Educación Pública y talleres de dislexia para enfrentar esos casos. Llegó a través del colegio al que van sus hijos donde se hizo un pedido de donaciones para el Kennedy.
Para ella es una gran experiencia poder acercarles una oportunidad distinta a esos niños, hacerlos cuestionar sobre todo para que tengan una mirada crítica más allá del detalle de escribir, “que es importante sí, pero que también aprendan a empoderarse con ellos mismos, que tengan confianza”, dice a la diaria. Las dificultades que más se presentan en ellos son en lectura y matemáticas, pero a diferencia del año anterior, en éste las madres están más presentes, y así la dinámica es mejor, continúa.
“Los chicos demandan y es importante estar con ellos, prestarles atención, porque sucede que, aún entre distintas edades y escolares, hay patrones que se repiten, explica Faggiano en referencia a “fallas importantes en la educación pública”, que se notan especialmente en jóvenes de primero de liceo que no saben leer. Pero las madres manifiestan que en las escuelas no les mandan deberes, entonces “las ayudo y las guío con tareas para que hagan en la casa”. “Tratamos de que ellas no necesiten de afuera, sino que se involucren y apoyen”, cuenta.
Matías, Lucas, Franco, Diego, Julieta y Luciano están sobre la mesa desde las 10.00 del sábado 25 de junio. Esperan el desayuno que, minutos después, Paola Correa trae: cocoa con leche caliente y una bandeja grande llena con los bizcochos que donan dos panaderías, una de Maldonado y otra de Punta del Este, a Caritas Felices, el merendero que lleva adelante Ángela Rodríguez, desde hace unos 25 años, primero en el centro comunal del barrio Kennedy, donde se cansó de que le robaran, como también le pasó a Estrella, a quien además le prendieron fuego el merendero.
Todo empezó con la celebración de un Día del Niño. Fueron tantas las caritas felices de aquellas niñas y niños al recibir pan, leche, torta dulce, chocolate, golosinas, juguetes y música para bailar, que así se bautizó al merendero. Entre ellos estaba Fernando, uno de los hijos de Paola, que por entonces iba a la escuela. Ahora tiene 19 y va a ser papá. Paola será abuela primeriza. Prefería que sus hijos no cometieran el mismo error que ella: el de cambiar pañales masticando adolescencia, dice y chasquea los dientes. Es que “son gurises”, retruca. Fernando nunca fue a un baile, no conoce la calle y todavía piensa como niño. Ángela escucha y sonríe ante ese hecho del que fue testigo cientos de veces. Vio crecer a familias y a muchos niños del barrio, los vio aprender a caminar, a leer, a escribir como también le pasó a Estrella. Los merenderos quedan bien cerquita uno del otro: a media cuadra. Para muchos niños Estrella y Ángela son como segundas mamás.
La mesa se va llenando de cuerpos de distintas edades. Ángela observa con ojos achinados. Revolea su índice derecho en el aire. Los niños llegan a la veintena cuando el reloj marca las 10.30. Falta Mili y el hermano, y otra Mili, calcula. Afuera dos perros alborotan el ambiente con sus ladridos. Llega Nachito, que está en tercer año de liceo y tiene buenas calificaciones, según Ángela, quien recibe con besos y abrazos durante la primera hora.
Ángela tiene muchas ideas para su merendero y la atención de los niños, pero no le da para poner en práctica todo porque “está buscando la comida de ayer”, subraya con su acento brasilero Andreia Leonel, una mujer de Apucarana, municipio de Paraná, Brasil. Andreia vive en Uruguay hace 15 años y apoya a Ángela en la logística. Varias personas hacen donaciones en ambos merenderos, pero son puntuales, se van, desaparecen.
“Mi idea es hacer un proyecto que tenga continuidad a larga plazo”, especifica Andreia. Por eso habló en el colegio al que va su hijo y así se enteró del proyecto del que Sofía y Emma forman parte. “En el colegio tenemos una materia que exige un proyecto. Empezamos a venir, a preocuparnos por las necesidades que tenían, y nos encariñamos con los chicos, cuenta Sofía cuando Arli, una nena de unos cuatro años la abraza, se le sube a upa y la llena de besos. Emma detalla que la idea es hacer una base que quede y perdure para ayudar más y que quede sólo en las donaciones.
Andreia cuenta que entró en contacto con dos nutricionistas para orientar a Emma en la alimentación, para armar un menú básico manejando ciertas cantidades y armar un stock mínimo de comida y un sistema de control para, de esa forma, armar una propuesta “prolija, palpable y tangible”, y con ello buscar dónde se pueden conseguir recursos. Es que, a veces, “Ángela consigue fideos en toneladas pero sal nunca [consigue], otras veces tiene verduras pero no [tiene] gas para la cocina” y “estamos hablando con el colegio para que esto quede como un proyecto instaurado, [...] que sea parte de la currícula las donaciones o el trabajo”. Porque si bien se reciben muchos juguetes, los chicos no comen juguetes ni se visten con ellos, entonces poder tener más claro cuáles son las necesidades reales para que Ángela no saque de su bolsillo.
En el Kennedy había alrededor de 500 familias de las cuales muchas han sido realojadas, como Jennifer, la sobrina de Ángela que desde hace dos años vive en Lomas del Charrúa, en el Barrio San Martín. Y en ese sentido, muchos niños que participaban de los merenderos nos están esperando, dice Ángela, aunque no perdimos el vínculo con ellos y siguen participando de algunas actividades. Ante la duda de qué pasara con la vida de estos merenderos que alimentan a casi 120 niños, señala que los que “nos dicen es que me darían mi casa y al lado el espacio para el merendero, pero eso son especulaciones, entre un años y tres años, se supone que en tres años el Kennedy está afuera, se realojaron cerca de 50 familias, calcula Rodríguez, pero las familias siguen creciendo y otra gente sigue llegando”.
No obstante, en diálogo con la diaria el director de Vivienda de la Intendencia de Maldonado (IDM), Alejandro Lussich, aseguró que las autoridades ya han hablado con las responsables de ambos merenderos y la continuidad de ambos está garantizada. “Nos comprometimos a que en el realojo mantendrán su espacio en el nuevo barrio, al igual que la biblioteca y la capilla. La idea es que todo lo que funciona en el barrio no se pierda y se traslade a lo largo de la ubicación”. Asimismo, apuntó que el realojo corresponde a todas las familias que cumplan las condiciones, de acuerdo al censo de 2015. Las familias que no participaron en el censo deben presentar la documentación que demuestre su permanencia en el barrio.
El fideicomiso, aprobado por la Junta Departamental de Maldonado para el realojo, es de un total de 43 millones de dólares, de los cuales 35 millones, 28 millones de dólares por el CAF (Banco de Desarrollo de América Latina) y 7 millones por el Banco República Oriental del Uruguay, “más una suma que estamos considerando y acordando con el Ministerio de Vivienda y el saldo del total lo pone la intendencia con fondos propios”, planteó Lussich.
El acuerdo está en etapa de aprobación por los organismos correspondientes, mientras tanto “nosotros seguimos trabajando y el fideicomiso ya hizo el llamado a las empresas para la construcción de las viviendas y las calles faltantes”. Se estima que a mediados de julio se van a abrir -si no hay prórroga- y ahí se seleccionarán las empresas que van a trabajar en todo el plan de realojo, agregó.
En paralelo la Intendencia de Maldonado ha continuado con la actualización del censo como lo exigió la Junta Departamental. “Faltaban cuatro o cinco casos y eso se va a llevar a las autoridades del CAF, que están reclamando para el otorgamiento final de la financiación”, adelantó.
Lussich estima que el proceso de realojo finalice en diciembre de 2024, al tiempo que señala que junto a la policlínica que confirmó en la prensa días atrás el presidente de Administración de los Servicios de Salud del Estado (ASSE), Leonardo Cipriani, la expectativa de ASSE es construir un Centro Departamental de Atención a la Mujer en ese mismo predio ubicado en Los Caracoles, para lo cual se están evaluando las distintas fuentes de financiamiento. “Puede haber fondos de ASSE en la próxima rendición de cuentas y se está estudia el método para ver si lo construye ASSE o la intendencia”.
Mientras tanto, Ángela seguirá peleándola sin aflojar, con la idea entre ceja y ceja de seguir como ahora y complementar el merendero con mejores condiciones y, entre aciertos y errores, ver todo lo que haga falta. Estrella también. Ella vende empanadas para solventar algunos gastos del merendero. Ángela vende tortas fritas los domingos a la tarde en el parque El Jagüel. Ninguna de las dos tiene suficientes recursos para solventar todos los gastos de los merenderos, que son la vida de ambas.
Mientras el futbolito cobra vida, un niño pasea en triciclo, una nena juega a la rayuela, otros hacen tareas y afuera los perros ladran. Entonces llegan Sofía y Emma, ambas de 17 años, voluntarias del colegio Woodside que ayudan con clases de apoyo y desde lo lúdico. Llegan Ana, mamá de Sofía, y Andrea que son sostenes en la logística. Traen cuatro bandejas, dos de polvorones y dos de sándwiches y el desayuno se agranda. Llegan también Valentina, docente de Primaria sin ejercer y especialista en clínica de atención infantil, y María Noel, estudiante de Magisterio, contactadas por Janina, para que las mamás del Kennedy –en su gran mayoría, jóvenes y con muchos niños– tengan un mejor acompañamiento en procesos que se trancan por trámites burocráticos, en cómo moverse y defenderse en determinados ámbitos.
Muchas de ellas, dice Valentina, no conocen los beneficios a los que tienen derecho como las Ayex (ayudas extraordinarias de contribuciones económicas destinadas a la rehabilitación de niños y adultos con discapacidad o alteraciones en el desarrollo, para favorecer su inserción social, educativa y cultural), que otorga el Banco de Previsión Social o las pensiones a las que pueden acceder si cumplen ciertos requisitos. Para eso, Valentina hace evaluaciones que le permite visualizar cuáles son las carencias y hacer un seguimiento.
“Estamos haciendo una indagación de cómo fue el embarazo, los antecedentes de la salud de las familias y aplicamos dos pruebas sencillas que nos dan datos sobre el nivel cognitivo”, explica Valentina a la diaria. Para muchas de estas cuestiones se necesita una evaluación y acceder a ella tiene un costo elevado por medio de particular y por ASSE demoran muchísimo.
Entre ambos merenderos Valentina y María Noel actualmente atienden a 12 familias en las cuales observan un déficit en el acceso al aprendizaje. Hay padres que no terminaron la educación primaria y eso dificulta que los niños cuenten con “recursos ambientales”, es decir, condiciones habitacionales y “seguridad a nivel de vínculos”. Si bien “hay muchas dificultades, varias mamás están comprometidas y eso es lo que te empuja. Han creado una red muy linda entre ellas, se potencian y ayudan, y así crecen”, expresa Valentina antes de irse al merendero de Estrella donde tiene cita con más familias.