Es un domingo fresco, gris y poco movido. Llegando al puente peatonal del kilómetro 110 de la Ruta Interbalnearia, a un lado está Ocean Park y del otro la entrada al barrio La Capuera. Un barrio estigmatizado por la crónica roja, con noticias de viviendas que funcionan como bocas de droga, incautación de armas, rapiñas e inseguridad. Estas noticias influyen en la estigmatización que se impone de sus épocas de asentamiento y ocasiona complicaciones a sus habitantes al momento de buscar empleo o de ir a estudiar. Además, los vecinos tienen que lidiar con viejas luchas, como la de la policlínica especializada, donde nunca terminan de cuajar las promesas políticas de mejoras. De hecho, la semana pasada se reunieron con la dirección de la Red de Atención Primaria de Maldonado para transmitirles sus necesidades y planificar, una vez más, la asignación de funcionarios y especialistas.
El barrio es como un laberinto vial con curvas, perros que se atraviesan ante los vehículos o que revisan la basura en busca de comida, ómnibus que pasan, niños por las calles y pequeños comercios de todo tipo. Primero, la Avenida Costanera, luego Bulevar de los Cisnes y al final la Avenida de las Víboras (parada 9) conducen al cartel indicador de Espacio Cultural El Nido. El visitante recorre un trecho natural, con árboles y una vista privilegiada al cerro Pan de Azúcar, y sortea más perros sueltos hasta llegar a ese lugar donde se materializan variados proyectos sociales y culturales, que surgen de la gestión colectiva y los intereses en común de más de 80 vecinos.
Al caminar unos metros, entre el barro y los charcos de agua creados por las lluvias del sábado en la noche, se ve una casa pequeña que se destaca por sus colores. Al frente, una puerta con una abertura similar a una ventana, apunta a El Nido y dice: “Un mundo donde quepan muchos mundos”. Para dar la bienvenida, se abalanzan tres perros marrones oscuros, de tamaño mediano, que ladran ante la llegada de alguien desconocido, mientras un cachorro corretea sin sentido.
Los colores cobran una fuerte presencia en la escena visual, contrastan con el resto del barrio, matizado entre grises y blancos, y casas de estilo añejo, salpicadas por la humedad. La mayoría presentan condiciones precarias, tienen pocos metros cuadrados donde se distribuyen una cama, una mesa, una cocina pequeña y no mucho más; algunas ni siquiera tienen luz eléctrica. Pero también hay construcciones nuevas, como unas inauguradas hace unos meses por la Intendencia de Maldonado (IDM) desde las que todavía emana el olor a pintura nueva.
Estufas solidarias: un abrazo para hogares de bajos recursos
Donovan Armand Pilón abre la puerta de El Nido. Él y su esposa, Lucía, son los fundadores del espacio y dueños del terreno en el que, ya hace un tiempo, se instalaron algunos vecinos. A través de un sendero y con la infaltable compañía de los perros, Donovan oficia de guía hacia el taller donde se encuentran las estufas solidarias, creadas para quienes más las necesitan. Cada una es fabricada en menos de 72 horas, por parte de vecinos obreros, herreros y carpinteros que aportan su mano de obra. Es imprescindible saber manejar las máquinas -como sensitiva, amoladoras y soldadoras inverter- que dan forma a los cálidos artefactos. Distribuidas en escalera, detrás de una soldadora, hay siete estufas de las diez que fabricaron, que restan por distribuir esta semana. Son estructuras de ladrillos de campo unidos con arcilla, hierro ángulo, plancha, chapa para pulmón y puerta; debajo, una bandeja para que caigan los restos de cenizas.
Esta iniciativa nace de conocer la realidad en la que viven los vecinos y notar la falta de un sistema de calefacción menos riesgoso para evitar incendios y para que las familias se refugien en el calor del fuego en esta época casi invernal. Donovan ofrece ir a visitar uno de esos hogares. Toma el auto y conduce hasta la casa de una vecina que habita un espacio reducido con su hijo de un año, una casi adolescente y, lógicamente, dos cachorros que se dejan mimar. A la derecha de la puerta principal fulgura el fuego de la estufa cargada con ramas y maderas pequeñas. Cuenta la dueña de casa que la recibió hace cuatro días y que “le cambió la vida”. No tuvo que pagar nada; luce feliz y agradecida con el gesto solidario de los vecinos del colectivo que llegaron a instalársela.
Paola Sosa es obrera y una de las que se encarga de la colocación de caños para las chimeneas y la placa cementicia, con lana roca en su interior, para aislar el calor de la pared. Además de prestar su mano de obra, los vecinos entregan una bolsa de leña a los beneficiarios para arrancar el primer fuego. Paola dice que los vecinos “quedan sorprendidos, porque tal vez no están acostumbrados a recibir sin haber dado algo a cambio o haberla solicitado”. Tras una breve conversación con la vecina, los zapatos vuelven a hundirse en el barro de regreso a El Nido. Salen los cuerpos conmovidos hasta las entrañas, porque una cosa es que alguien lo cuente y otra es presenciar el impacto de algo que, a priori, puede parecer tan simple y, sin embargo, es un tesoro para esos hogares donde el frío del invierno cala los huesos.
Al regreso hay una parada no programada en el Homenaje al Candombe. Es una obra ideada por mujeres del grupo de adultos mayores Las Orquídeas, que representa los tres grupos étnicos que componen la sociedad uruguaya: indígenas, afrodescendientes y blancos. El entusiasmo por bajar a ver de cerca los detalles se desploma ante la escena de cuatro perros que, al pie de la obra, atacaban a uno más pequeño. Sin pensarlo, Donovan baja del auto a separarlos. Es casi una tarea cotidiana. La cantidad de perros sueltos en las calles de La Capuera impresiona: deambulan sucios, hambrientos, sin aparentes dueños, pese a que en algún momento llegaron a hacerse 100 castraciones por día en el barrio.
Una experiencia para replicar
Damián Berger, vecino y profesor del Centro Universitario Regional del Este (CURE), fue quien fundamentó por escrito la necesidad de llevar adelante esta iniciativa y plasmó el prototipo de estufas creado en 2018 en Mar del Plata (Argentina) por el Instituto Pablo Tavelli. Esa experiencia sirvió de inspiración y motivación para construir las primeras tres estufas de La Capuera en 2024, con la colaboración de materiales de vecinos del barrio y la región, para luego construir estas diez. El proyecto es financiado por el reconocido automovilista Gustavo Trelles, líder del negocio inmobiliario Laguna de los Cisnes. Invirtió dinero en los materiales seleccionados previamente en barracas por el colectivo de vecinos: ladrillos, placa cementicia, aguarrás, pinceles, pero no las maquinarias que son propias del taller de carpintería, que fue adaptado para herrería.
Si bien la demanda asciende, los creadores buscan un equilibrio, porque también necesitan trabajar para alimentar a sus familias y pagar cuentas. Berger resalta que “la potencia está en demostrar que un proyecto así solidario con las capacidades manuales y la valentía que existe es realizable”. Esta semana una delegación vecinal se reunirá con la directora del Ministerio de Desarrollo Social (Mides) en Maldonado, Paula Caballero, para contarle el proyecto y consultarle sobre la posibilidad de replicarlo en otros lugares. Dice Berger que en varios barrios de la ciudad de Maldonado hay interesados en construir y distribuir estufas. El vecino sueña con la posibilidad de que el proyecto local se transforme en una política pública de creación de empleo y, al mismo tiempo, ampliar el proyecto.
Un rayo de esperanza
Durante la charla de alrededor de una hora, en la que se suceden relatos sobre otros proyectos, anécdotas emocionantes, pausas para la risa y también reclamos sobre las carencias del barrio, un rayo de sol atraviesa la ventana que está detrás de Donovan, Paola y Damián. De forma inesperada, hasta por los propios meteorólogos, el cielo se despeja de nubes. Es inevitable conectar el fenómeno con lo que sucede en ese espacio cultural: el sol se impone de a ratos sobre las realidades atravesadas por el prejuicio, por las condiciones precarias y las carencias sociales.
Aquí también anidan proyectos culturales varios: talleres de percusión, danza y escritura creativa, ciclos de cine, la movida de la comparsa Lonjas del Barrio, cursos de soberanía alimentaria y plantación de huertas. También se cocina una olla popular, como la que tuvieron que sostener vecinos en 2020 frente a la pandemia por covid-19. El espacio de El Nido está lleno de simbolismos. Tambores, trofeos de estrellas y medialunas -propios del candombe-, frases motivadoras, dibujos de niños que asisten a los talleres, el afiche titulado “Lugar ideal”, correspondiente a la campaña Capuerizate, que buscaba visibilizar el barrio y quitar el estigma social.
El Nido es un poco de todo eso. Cuatro pasos son suficientes para abrir la puerta de salida, donde una margarita negra -logo de Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos- lleva la pregunta que hace 30 años está presente en cada Marcha del Silencio: ¿dónde están? Sigue el “gracias por venir” que, casi al unísono, emiten los anfitriones.
De regreso a la ruta, el auto atraviesa obras de infraestructura vial a medio terminar. Donovan cuenta que “son obras en malas condiciones, veredas construidas con materiales sobrantes de otra obra, que se colocaron a pedazos”. En el trayecto se difumina el colorido de El Nido, símbolo de la unión y la perseverancia entre vecinos interesados en hacer algo por sus pares. Un sitio que subsiste y se abre paso más allá de la dolorosa crónica roja.