Que hay actividad del narcotráfico en Uruguay (y en todo el mundo) es insoslayable. América Latina tiene un déficit enorme: antes que narcos se llama pobreza.

En Colombia, el precio bajo del café hizo crecer los arbustos de coca en los 80. En México, los colombianos se instalaron porque ya no podían operar tranquilos. Cuando no pudieron mandar la cocaína desde México, se refugiaron a lo largo de Centroamérica. ¿Qué pasa de todo eso en Uruguay? ¿Paramilitares? ¿Elementos ociosos de las fuerzas de seguridad aliados con pandillas barriales? ¿Corrupción policial? No sabemos qué quiso decir el director nacional de Policía, Mario Layera. Sólo sabemos que prendió la alarma.

Layera es categórico cuando dice que al capturar a los sospechosos (¿o estaría hablando de los presos?) no les entienden porque hablan otra lengua. No es que hablen otro lenguaje. Muchos son analfabetos. Cuando pasan por la tortura de las cárceles nadie, salvo excepciones, aprende a leer, escribir o entender una planilla de cálculo. Nadie aprende un oficio. Nadie sale programando computadoras. Salvo casos raros, todos vuelven al barrio que los vio nacer, si tienen suerte. Si no, van a dormir a la calle hasta que caigan de vuelta. Tienen todas las puertas cerradas, excepto las de la cárcel. Cuentan con plazas disponibles, incluso cuando matemáticamente no existan.

En la jerga burocrática judicial se dice irónicamente que “egresan”. Salen después de la mortificación, sin plata para el ómnibus, sin comida, sin hablar la lengua popular que el propio sistema carcelario les niega. “Debió haberlo pensado mejor”, dirán muchos. Sin dudas. Pero ya es tarde. ¿Cuáles son las opciones del que vuelve a la calle hambriento y harapiento?

Nunca hubo tantas personas privadas de libertad en Uruguay. Casi 12.000 presos. Aunque la tasa de reincidencia es cada vez más baja, sigue siendo enorme.

Uruguay no tiene buena caminería para exportar soja, leños o ganado a la capital. Por eso, el gobierno anunció un plan de inversión en infraestructura. 12.000 millones de dólares para concretar aquel shock prometido en campaña electoral.

Tal vez haya llegado el momento de asumir otra deuda, sin amagues ni gambetas. No es sólo una cuestión del hoy, de que bajen los robos a la propiedad privada. Es una deuda del pasado y del presente con el futuro. Cada vez va a salir más cara. Si Casavalle, y cada barrio postergado, no se convierten en ejemplo de cambio, sería como dinamitar esas carreteras, puentes y el ferrocarril por el que endeudamos a nuestros hijos y hasta nietos.

Guatemala o Guatepeor. Sin políticas públicas que tengan un correlato efectivo en lo cotidiano y en el futuro de abuelas, madres, niños y, sobre todo, de adolescentes, trabajadores y quienes salen de prisión, todo va a seguir igual en los barrios bombardeados por la prensa y los operativos de saturación policial.

Si esa deuda no empieza a pagarse se reproducirá la miseria, la tortura, el apartheid, la explotación del hombre por el hombre, contra la mujer, contra el pobre niño que nunca verá otra cosa. No es futurología, es mirar lo que ha pasado en los últimos diez años.

En estos días se ha interpretado que Layera no quiere mano dura. Puede ser que al director nacional de Policía no le parezca lo mejor. En todo caso no fue claro, tampoco en este punto. No hay que olvidar que una parte nada despreciable de la sociedad pide rebenque, entre ellos varios policías que, como Layera, dicen que no pueden actuar. Basta mirar las redes sociales de la Guardia Republicana. La Policía sí actúa, y parece tener todas las garantías y herramientas; nunca metieron tanta gente presa como en los últimos 15 años.

La mano dura con el tiempo se cronifica, es lo que muestra la historia del país. La mano dura es una escalada de violencia, hay que asociarla fatalmente con las peores tradiciones de la aldea con pretensiones de capital europea.

Si sólo se confía el análisis de situación y la acción a la Policía, lo que se viene es más segregación y menos comprensión. Ojalá llegue el momento de asumir la deuda con los vecinos de Casavalle y los otros barrios. Hasta entonces, todo seguirá igual o probablemente, peor.