La respuesta de Álvaro Ahunchain en el diario El País a mi artículo en la diaria es la viva evidencia de lo cruel y complicado que puede tornarse un impostergable intercambio de ideas sobre la cultura. Para empezar, su mensaje inicial despertó una serie de comentarios que no eran hacia su persona o a su trayectoria, y que, lamentablemente se interpretaron en ese plano. Más bien se dirigían al sistema de valores y al modelo cultural que, mal que le pese, invoca cuando pone a Mozart como referencia para “enriquecer intelectos y refinar sensibilidades”. Es insoslayable que su mensaje apela entonces a esa cultura piramidal que, sigo sosteniendo, enmascara un conflicto histórico de poder en la construcción de nuestra matriz cultural. Eso empobreció el intercambio y sus argumentos, los que centró más en mi persona y en mi calidad de “frenteamplista”, alejándose de lo que al menos yo interpreto como el tema de fondo de este debate.
Ya que en su respuesta me lo concede, me permito recordarle que mi relato nace de transitar durante más de 30 años en proyectos comunitarios con la música, con participaciones en el movimiento de Teatro Barrial, creador de la extensión del Taller Uruguayo de Música Popular, ideación y desarrollo de Murga Joven, trabajos comunitarios en Paso Carrasco, integración del equipo inicial que diseñó el Programa Esquinas de la Cultura en Montevideo y el trabajo con la infancia a partir de la creación de Papagayo Azul y Radio Butiá, todo lo cual me permite un gran inserción en todo el país y en diferentes ámbitos de la cultura desde una mirada no oficial. Llegado a este punto, aclaro que sólo hablo en mi calidad de activista cultural que –si bien con objeciones– piensa que el Frente Amplio (FA) impulsó diferentes aspectos de la cultura artística, sobre todo creando bases materiales objetivas para su desarrollo futuro.
Baste referir el inédito y valioso entramado de los Centros MEC o la masiva recuperación –en coordinación con los gobiernos departamentales– de los teatros en las capitales del interior, algo que también debería estar en la balanza de la justicia cuando se intenta sembrar la falsa idea respecto de que al FA no le interesa el Uruguay profundo. Esa visión sesgada de Ahunchain sobre mis críticas a ese modelo que invocó lo alejó de opinar sobre lo que en realidad es el fondo de este debate: ¿cómo y desde qué paradigmas vamos a diseñar políticas culturales que aporten para resolver esa crisis cultural y de valores que nos preocupa a ambos?
En el diagnóstico estamos claros. Dice mi polemista y hago acuerdo: “Cuando critico esos cánticos –de barra brava– me refiero a eso mismo, a los coros que dicen cosas tan bonitas como ‘no me puedo olvidar de aquella vez que matamos a una gallina’, que no son entonados por ‘desclasados’, sino por gente que integra todos los estratos sociales. O los estúpidos reguetones y las cumbias villeras que promueven el sexismo y distintas formas de violencia, que no sólo son escuchados en los asentamientos: también son bailados en cualquier fiesta de 15 de las zonas más económicamente favorecidas. O sea, mi aversión no es hacia la cultura popular sino hacia la cultura lumpen;1 la que se impone al público a partir de una divulgación privilegiada, por parte de medios de comunicación y agentes comerciales, más preocupados por adocenar a las personas que por enriquecer su espíritu crítico y su capacidad de goce estético”.
Brillante definición. Ahora, ¿realmente piensa Ahunchain que eso se arregla simplemente con más Mozart? Deberíamos acordar que invocarlo para pensar el futuro no es la imagen más feliz. Junto a Mozart, si se trata de “enriquecer intelectos”, propongo entonces a Coriún Aharonián o, si se trata de “refinar sensibilidades”, a Rubén Lena y a Alfredo Zitarrosa, aún vitales en nuestra cultura. Creo que el mismísimo genio de la cultura “universal” estaría de acuerdo.
Mis observaciones apuntaban más a la desidia (repasen su definición) del sistema político y cultural respecto de la valoración de la población y su potencial capacidad de propuesta para un proyecto cultural de futuro.
Mi camino es apostar al protagonismo y la participación de la gente en la construcción de la solución, y eso incluye el estudio y la promoción de las culturas populares y sus saberes como insumos para el diseño de futuras políticas más democráticas e inclusivas, considerando también a los “lúmpenes”, que algo tendrán para aportar.
En una futura política que promueva ciudadanía de calidad comprometida con el progreso ético y estético del país, debemos pensar si es suficiente con que nos conformemos con subir la taquilla del ballet para evaluar que la cultura va viento en popa, o si además no deberíamos generar mecanismos por los que la gente participe, construya y aporte conocimiento a partir de sus intereses y saberes acumulados.
Sería interesante considerar algo que es legado de Gonzalo Carámbula,2 que hasta ahora no se logró a pesar de algunos avances: un Plan Nacional de Cultura. Creo que los agentes culturales deberíamos ser más activos para ayudar a avanzar en su concreción. También quiero destacar la impresionante labor que hizo la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP) al impulsar las Asambleas Municipales de Cultura,3 un insumo interesantísimo para avanzar en esta dirección.
En mi nota anterior planteaba que los tiempos de la cultura no son los de la política ni los del mercado, ni los de la educación. Por lo tanto, esto trasciende cualquier coyuntura electoral. Trasciende también a un gobierno o a un partido en particular para situarse en una política de Estado. El desafío es lograr que se visualice la necesidad de un modelo de futuro, más allá de la coyuntura de un partido o de un gobierno de turno. Ojalá esta oportunidad de intercambio amplíe el horizonte del debate electoral y terminemos de convencernos de que si un diseño político del futuro no resuelve su propuesta respecto de los derechos culturales de la población, es un diseño incompleto.
¿Veremos el día en que convocar un debate sobre el futuro cultural del país sea más rentable políticamente que uno sobre la seguridad o la economía?
Julio Brum es músico, activista cultural y docente especializado en música para la infancia.
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Aquí sugiero matizar y ser más cuidadoso con la descalificación, ya que en la historia cultural del país idénticas valoraciones se hicieron en su momento sobre el candombe, el tango o la murga. ↩
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Gonzalo Carámbula fue Director del Departamento de Cultura de la Intendencia de Montevideo (1995-2005), coordinador general de la Agenda Metropolitana (2005-2010) .Tuvo un papel fundamental en la creación del FONAM y fue decidido impulsor de las Asambleas Nacionales de la Cultura. ↩
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Agendas Municipales de Cultura (AMC), una innovadora iniciativa fue impulsada desde el Programa Uruguay Integra de la Dirección de Descentralización e Inversión Pública de OPP. https://www.opp.gub.uy/es/taxonomy/term/279 ↩