En un contexto de crisis mundial, Jorge Luis Borges se preguntaba en 1939 cuáles serían los efectos de una victoria de Adolf Hitler. Su respuesta no dejaba ninguna duda sobre las dimensiones del mal que se avecinaba. “Es posible que una derrota alemana sea la ruina de Alemania”, sostenía el gran escritor, pero agregaba que “es indiscutible que su victoria sería la ruina y el envilecimiento del orbe”. Borges, que en esos tiempos se presentaba como un intelectual argentino y latinoamericano antifascista comprometido con el mundo en el que vivía, no temía embarcarse en un ejercicio de predicción sobre los efectos de un triunfo de Hitler. Salvando las distancias, en estos tiempos de racismo, autoritarismo y crisis planetaria es necesario preguntarse qué pasará con la democracia estadounidense en el futuro cercano y cuáles serán los efectos globales.
A pesar de las encuestas, los fracasos y las mentiras constantes, es todavía posible considerar la posibilidad de que Donald Trump gane las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Y si bien es claro que los efectos no serán los mismos que Borges pensaba para Hitler (la ruina de su país y el triunfo absoluto del odio y la intolerancia), una victoria de Trump legitimaría un incremento de su autoritarismo y su xenofobia.
Antes que hacer un ejercicio de historia contrafáctica, al estilo del excelente intento de Philip Roth en su novela La conjura contra América, ahora también una muy buena serie de HBO, sobre los efectos totalitarios de un triunfo profascista en Washington DC –ejercicio que nosotros, los historiadores profesionales, tenemos prohibido–, es necesario pensar en las continuidades y rupturas entre pasado, presente y futuro.
El trumpismo, que aumentó la represión, la desinformación, el verticalismo y el racismo, en tiempos electorales seguirá siendo un modelo a seguir para llegar al poder para los populistas de extrema derecha.
En términos de continuidades, es claro que un triunfo del presidente republicano apañará y seguirá justificando a sus aliados internacionales, como Narendra Modi en India, Jair Mesías Bolsonaro en Brasil y Viktor Orban en Hungría. El gobierno de Estados Unidos seguirá felicitando a sus líderes y consolidando sus ataques a los medios de prensa independientes, a las minorías y al sistema democrático constitucional en su conjunto.
Asimismo, el trumpismo, que aumentó la represión, la desinformación, el verticalismo y el racismo, en tiempos electorales seguirá siendo un modelo a seguir para llegar al poder para los populistas de extrema derecha en países como Italia, Colombia, Bolivia o España. También seguirá la negación del papel de la ciencia en el manejo de la enfermedad, lo que sin duda seguirá ampliando las muertes por el virus. Y, por último, seguirán los escándalos y la corrupción, que se verían refrendados por medio del voto.
En términos de rupturas, muchos analistas y expertos en dictaduras y populismo, entre los que me cuento, plantean la posibilidad, ojalá remota, de una veta fujimorista en Perú (autogolpe), madurista en Venezuela (progresiva destrucción de los últimos vestigios de democracia) o un peligro fascista diferente pero emparentado con los del pasado.
Es decir, destrucción de la democracia desde adentro e instauración de formas autocráticas con rasgos dictatoriales, en el sentido de atacar y cerrar instituciones, fagocitando los contrapesos y equilibrios.
Esto conllevaría la eliminación de esa gran fuente de democracia que es la esfera pública estadounidense, con sus discusiones, sus publicaciones, sus medios independientes y su periodismo de investigación, sus universidades, sus libros y su aceptación y promoción de lo distinto. La eliminarían el fanatismo, la intolerancia y esa mezcla también tan estadounidense de fanatismo religioso e idealización de los millonarios y del consumo por el consumo en sí mismo. En concreto, es esa idea de Estados Unidos la que llevó a Trump a la Casa Blanca.
La hipótesis de ficción de Roth sobre una denigración casi absoluta de la democracia y la cultura democrática estadounidenses no puede ser descartada tampoco de antemano. El mismo Borges luego escribiría sobre la desolación de un futuro en el cual el legado de Hitler y sus cámaras de gas formaban parte de la vida cotidiana. Tanto Borges como Roth adoptaron una perspectiva antifascista para llamar la atención sobre los peligros de futuros totalitarios e historias contrafácticas, y en este punto en nuestro presente también se dan semejanzas.
Enfrentando a Trump se encuentran Joe Biden y Kamala Harris, y con ellos una coalición de izquierda, centro y derecha (que incluye a muchos republicanos). Esta coalición intenta defender la democracia de sus enemigos. El mismo Biden sostiene que decidió ser candidato luego de que Trump dijera que también había “buena gente” entre los neonazis de la infame marcha de Charlottesville en Virginia en 2017. En concreto, estas elecciones estadounidenses y sus efectos globales no están tan alejados del mundo de ficción que escritores como Roth y Borges nos brindaron para sobresaltarnos un poco, pero además para hacernos pensar en los futuros que la intolerancia y la inacción, y también la apatía propia y ajena, pueden depararnos. Del lado de Trump se encuentra el peligro de un futuro de fantasías autoritarias que se puede volver realidad; del otro lado, la promesa de una recuperación y afianzamiento de la democracia.
Federico Finchelstein es profesor de Historia en The New School en Nueva York. Es autor de varios libros sobre fascismo, populismo, el Holocausto y las dictaduras. Este artículo se publicó originalmente en www.latinoamerica21.com.