Hay vidas que son difíciles de transmitir en su plenitud, que no caben en una ni en mil palabras. La de María Elena es una de ellas. Nació en 1945 en Montevideo, en una familia de trabajadores, con una malformación congénita (espina bífida por mieolomeningocele), que le generó graves problemas en la marcha y la función urinaria. Fue sometida desde niña a más de 15 cirugías por esta causa y por pie equino. Estas experiencias, duras, difíciles de asumir en esa etapa de la vida, centrada en los juegos, la diversión y el movimiento, la llevaron a descubrir su vocación. Quejándose del paternalismo médico con el que le habían explicado mal y poco los tratamientos, decía en una entrevista realizada por la revista Noticias, del Sindicato Médico del Uruguay: “Me enojaba que me trataran como si yo no entendiera nada, ya en ese momento dije: ‘Yo, de grande, voy a estudiar medicina para atender a los niños’. Así, tan simple, nació mi amor por la medicina, y en especial por la pediatría”. Y lo hizo, como hizo todo lo que sintió y creyó que debía hacer a lo largo de su vida.
Ingresó a la Facultad de Medicina en 1964, época difícil, conflictiva y peligrosa, de la cual fue una de las tantas protagonistas. Primero en la lucha gremial en las calles y luego política, integrándose al MLN-T. Cayó presa en 1972 y fue torturada cruelmente, con especial saña en su espina bífida, lo que agravó aún más su condición médica, por lo que fue operada en el Hospital Militar sin resultados favorables: perdió la marcha y hasta la posibilidad de estar sentada por años. Conmueve su desprendimiento personal y su sentimiento solidario cuando cuenta, en la entrevista ya citada, que estando en el Hospital Militar “lo más duro no fue lo que me tocó vivir personalmente... fui de las privilegiadas que pude salir, terminar de estudiar, tener familia, volver a trabajar y sentirme útil... como pediatra y mi trabajo social. Lo realmente duro fue ver a los compañeros que llegaban desechos... sin su problema de salud resuelto para seguir interrogándolos… y no hay palabras para describir el dolor de ver morir compañeros sin ningún tipo de asistencia médica”.
Por gestiones de Amnistía Internacional fue liberada hacia Suecia, donde fue intervenida nuevamente, y luego también en Cuba, donde recuperó parcialmente la marcha con bastones canadienses. Se integró al naciente proceso nicaragüense y allí adoptaron a Tavo, hoy médico formado en Cuba, que vive en Uruguay.
Formó pareja con Juan Mirza, con quien compartía militancia, y de regreso se instalaron en Nuevo París, barrio obrero del oeste de Montevideo, donde comenzaron a desarrollar una tarea de inserción y promoción social. Desde la policlínica, María Elena comenzó a formar “promotores de salud comunitarios” entre los propios vecinos. Se sumó a la familia Raquelita, más que adoptada, rescatada de la miseria y la desnutrición en Nuevo París, portadora ella también de espina bífida, como su nueva madre. La experiencia no fue sólo de promoción y atención de salud; fue de integración barrial y promoción humana, por medio, entre otras actividades, del desarrollo de huertas familiares, con apoyo solidario de expertos.
Hay vidas que son difíciles de transmitir en su plenitud, que no caben en una ni en mil palabras. La de María Elena es una de ellas.
Hizo nueva y definitiva pareja con el Cholo González, cañero y veterano dirigente de la Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas, y se afincaron en Bella Unión. Como pediatra del Ministerio de Salud Pública, comenzó a formar un equipo que centró la actividad en el abatimiento de la mortalidad infantil, que en el departamento de Artigas era de casi 30 niños por 1.000 nacidos vivos (el doble de la nacional), pero que en los barrios de Las Láminas y Las Piedras, su lugar de vivienda y de trabajo, alcanzó a cifras de 55 por 1.000 nacidos vivos. En 2010 las cifras bajaron a diez niños cada 1.000 y de allí a un dígito.
Esta tarea estuvo basada en el trabajo conjunto de médicos con enfermeras y padres, centrado en la salud y la educación. No alcanzaba con rescatar a niños de la desnutrición mortal; había que continuar luchando con las secuelas afectivas y cognitivas que deja la desnutrición en la primera infancia. Al impulso de María Elena y el Cholo se creó con los vecinos la ONG Retoños de Lucha y Sueños, que cuenta con la policlínica Las Láminas, que es apoyada por la Administración de los Servicios de Salud del Estado (ASSE) y por el Instituto Nacional de Alimentación (INDA) y tiene consultorios y dos salas de observación para niños con problemas respiratorios y para rehidratación. Desarrolló el plan de promotores comunitarios de salud, responsables del seguimiento puerta a puerta de cada niño, extendiendo la experiencia a poblados rurales muy alejados. Cuenta con un centro infantil, Niños de Bella Unión, que desarrolla tareas de promoción y dignificación humanas increíbles. ¿Se imagina el lector un grupo de danza dirigido por un cañero instruido por maestras profesionales, con gurises de Las Láminas, entre ellos Raquelita, en su silla de ruedas, como cuerpo de baile? Tan exitoso es que montó un espectáculo conjunto con León Gieco. Y finalmente, fundó un centro de equinoterapia en la chacra Nuestro Sueño, de 12 hectáreas, donada por el Instituto de Colonización, que cuenta además con consultorios, sala de fisioterapia y huertas orgánicas cooperativas.
María Elena fue directora departamental de Salud de Artigas y fue cálidamente homenajeada por la 8ª Convención Médica, reconocimientos que no cambiaron en nada su bajo perfil.
La vida fue dura con la salud de María Elena. Además de su afección congénita, agravada por la “antimedicina” cuartelera y recuperada en lo posible por la verdadera medicina, sufrió, entre otras patologías, una trombosis venosa profunda con episodios de embolismo pulmonar graves. Su vida personal estuvo signada estos últimos años por su salud, en la que nunca se refugió para bajar los brazos, y por la salud de Raquelita, que debió comenzar un tratamiento de diálisis crónica con enormes dificultades y complicaciones que recientemente la llevaron a la muerte.
María Elena murió el 4 de julio. Y como bien dice Mónica de León: “Ella murió como y cuando quiso... No murió cuando los milicos de la dictadura uruguaya se lo impusieron con torturas... No murió con el pecho estrujado y el cuerpo roto... ni siquiera murió cuando fue internada en el Hospital Militar después de todos los horrores de la tortura, pasó meses en una cama boca arriba con la espalda ensopada esperando que le cambiaran las sábanas, María Elena Curbelo murió cuando quiso. Justo después de ayudar a su hijita a levantar vuelo”.
Raúl Lombardi es médico nefrólogo e intensivista. Fue corredactor del Código de Ética Médica del Colegio Médico del Uruguay.