La ciencia y las fuerzas conservadoras, que hoy llamamos “derecha”, han estado en conflicto permanente a lo largo de la historia. Por un lado, la curiosidad y la avidez de conocimiento de los seres humanos y, en el extremo opuesto, las fuerzas reaccionarias que defienden el estatus existente.

Galileo Galilei fue obligado a afirmar, contra sus convicciones, que el Sol gira alrededor de la Tierra. Giordano Bruno fue menos afortunado, puesto que murió en la hoguera de la Inquisición tras afirmar que el Sol era una simple estrella y que el universo podría contener un número infinito de mundos habitados por animales y seres inteligentes.

Desde el siglo XIX, la doctrina católica y las cristianas en general condenaron vehementemente la teoría darwinista de la selección natural, puesto que los creyentes no renunciaban ‒y muchos no renuncian aún hoy‒ a la interpretación literal de la Biblia, según la cual fue Dios quien creó todas las especies.

En tiempos más cercanos a nosotros, vemos cómo las fuerzas conservadoras se alinean en todo el mundo en posiciones tendientes a desacreditar, si no a la ciencia, a los investigadores y a las publicaciones científicas, sobre todo a partir de la llegada a la presidencia de Estados Unidos de Donald Trump, quien se convirtió en portavoz de las creencias más atrasadas de ese país.

En Estados Unidos, se verifica un alineamiento de los republicanos en favor de la afirmación de que no se puede confiar en los científicos, mientras que los electores demócratas son más proclives a creer en la ciencia y las conclusiones de los científicos, según una encuesta del Pew Research Center, un instituto de estadística social financiado exclusivamente por donantes anónimos. 70% de los demócratas considera que el método científico “habitualmente genera conclusiones acertadas”, mientras 29% entiende, en cambio, que la ciencia “puede ser utilizada para sacar cualquier conclusión que pretenda el investigador”. Entre los republicanos, estos porcentajes son de 55% y 44%, respectivamente.

Vemos cómo las fuerzas conservadoras se alinean en todo el mundo en posiciones tendientes a desacreditar, si no a la ciencia, a los investigadores y a las publicaciones científicas.

En Brasil no ha habido encuestas al respecto, pero quien está en contacto con el país norteño tiene muy claro que, en el núcleo duro de los partidarios de Jair Bolsonaro, hay una tendencia a no creer en las vacunas contra la covid-19 y, si contraen la dolencia, a tomar hidroxicloroquina, como indica su líder, a pesar de que todas las investigaciones llevadas a cabo en diversos países han demostrado que esa droga ‒recomendada para la artritis reumatoide y para los ataques agudos de malaria‒ es completamente inútil en el combate al coronavirus. Y muchos pagaron tal creencia con sus vidas.

En nuestro país ‒muy a la uruguaya‒, este fenómeno se manifiesta de una forma peculiar. Tampoco ha habido encuestas al respecto, pero es claro para todos que aquellos que creen que la “libertad responsable” fue una respuesta adecuada a la pandemia ‒como tozudamente sostiene el presidente Luis Lacalle Pou y quienes lo rodean‒ se muestran ciegos ante el hecho de que presentamos las peores cifras del mundo con relación a la cantidad de habitantes.

Virólogos y epidemiólogos de todo el mundo han sido unánimes en sostener que una limitación de la movilidad durante algún tiempo es necesaria para bajar el número de contagios, pero aquí también se repite la historia: los partidarios del gobierno no muestran la menor sensibilidad ante las muertes evitables. Incluyamos aquí también al Grupo Asesor Científico Honorario, nombrado por el gobierno que, cansado de ser desoído, acaba de poner fin a sus tareas.

Conozco al menos a un miembro de la Academia Nacional de Medicina que se indigna ante la sola mención de las “muertes evitables”, concepto empleado sensatamente por el profesor Julio Trostchansky, al hablar de los 5.000 muertos que quedaron por el camino bajo el lema “libertad responsable”.

Del otro lado ‒aunque no haya encuestas lo vemos en las redes sociales y en las declaraciones de miembros de la oposición‒ se posicionan a favor de la ciencia los que creen que es necesaria una cierta limitación de la movilidad para frenar los contagios y lograr un fin más rápido de la pandemia.

Un antagonismo que se repite una y otra vez en la historia humana.

Ricardo Soca es magíster en Lenguaje, Cultura y Sociedad.