En Uruguay existen muchas izquierdas. En el Frente Amplio, por suerte, también.

Hay una izquierda que tiene sus orígenes a principios del siglo XX, con el anarcobatllismo de Domingo Arena y la agrupación Avanzar de Julio César Grauert. Esa es mi izquierda.

Esa izquierda fue parte del gran proceso de reformas batllistas que fundaron el Estado de bienestar y enfrentó a la dictadura de Gabriel Terra en 1933, incluso levantándose en armas en defensa de la democracia. A la salida de esa dictadura intentó conformar un frente popular, al igual que lo habían hecho los republicanos españoles. Esa vez, algunas de las otras izquierdas no estaban preparadas y el intento fracasó.

Más adelante, cuando el movimiento estudiantil y el obrero se unificaron, las condiciones cambiaron y fue posible, con mucha dedicación y esfuerzo, hacer confluir, ahora sí, en un frente popular a las izquierdas y fundar el Frente Amplio.

En ese momento electoral, muchos de los independientes de izquierda, principales fundadores y soportes de los recientemente creados comités de base, convocaron a votar a quienes habían dado el paso de salirse de los partidos tradicionales, corriendo el mayor riesgo en aquel momento.

Después, la dictadura cívico-militar que comenzó en 1973 profundizó la violencia por parte del Estado, lo que significó un largo período de tortura, desaparición, represión y exilio. Pero también un importante esfuerzo de resistencia, articulación y comprensión de nuestras diferencias entre las izquierdas. Ahí entendimos profundamente el valor y el sentido de la Unidad, con mayúscula. La palabra “compañero” tuvo y tiene para mí, que nací en dictadura, el sentido profundo de saber en quién confiar, a quién acudir, a quién cuidar.

La salida de la dictadura tampoco fue sencilla. Nos faltaban nuestros líderes, muertos, presos o exiliados. Pero supimos reinventarnos. Sobre los viejos cimientos y las nuevas confianzas, el movimiento obrero y el radiante movimiento estudiantil abrieron las alamedas.

En ese momento aparecieron viejas y nuevas discusiones. Nosotros, los de mi izquierda, nos opusimos al pacto del Club Naval mientras intentábamos que la efervescencia del nuevo movimiento estudiantil nutriera nuestro espacio político partidario y lo llenara de nuevas formas y mejores contenidos.

Luego vino la ley de impunidad y junto al resto de las izquierdas nos organizamos y convencimos a muchos de firmar para derogarla y, aunque perdimos la votación, nunca antes tanta gente había votado algo impulsado por nosotros.

En los 90 llegó el neoliberalismo a Uruguay, de la mano del Herrerismo, siempre enemigo de nuestras ideas. Yo ya había militado antes, aprendí a jugar al ping pong en un comité de base, pero fue en los 90 donde pude poner más mis energías. Voté en 1992 por primera vez y lo hice a favor de derogar la ley que quería privatizar gran parte de nuestras empresas públicas. Entré en 1993 a la Universidad y colaboré todo lo que pude con la reconstrucción de un movimiento estudiantil que, luego de la derrota del voto verde y de la caída del muro de Berlín, era sólo un vestigio. En 1994 juntamos firmas para intentar poner en la Constitución la obligación de destinarle a la educación pública 4,5% del producto interno bruto. No fue fácil, tuvimos que hacer huelgas sucesivas, tomando el ejemplo de la huelga del 90 que otros y otras compañeras habían hecho para defender el presupuesto universitario, al inicio del gobierno de Luis Alberto Lacalle Herrera. Hicimos huelgas desde 1993 a 1995, continuadas luego por otros compañeros en 1996, en secundaria. Pero la huelga más exitosa, de las nuestras, las universitarias, fue la del 2000. Por sus resultados en la convocatoria y organización, pero también por los recursos presupuestales obtenidos.

En aquellas épocas, algunos de nosotros nos retiramos de la militancia estudiantil y nos integramos a la militancia partidaria de manera orgánica, e intentamos introducir en su agenda temas de la izquierda social que venían siendo excluidos, como la legalización de la marihuana y del aborto. La verdad es que no fue nada fácil y durante la crisis económica y social de 2002 muchos compañeros nos acusaban de descuidar los temas importantes, las cuestiones materiales más clásicas y arraigadas en el pensamiento de izquierda.

Yo creo que hay un espacio, que no sé si es el quinto, el sexto o el séptimo, pero que es mi espacio, el de esta izquierda, una izquierda que es radical en sus posiciones, pero sensata y unitaria en su acción.

En 2004, con el país hecho añicos, llegamos con Tabaré Vázquez al gobierno nacional. Fueron años de reconstrucción del Estado de bienestar y de grandes reformas, como la tributaria o la de la salud. También vivimos grandes frustraciones, como el veto a la Ley de Salud Sexual y Reproductiva y la derrota del plebiscito rosado, el que anulaba parte de la ley de impunidad de los 80.

Colaboramos con nuestro gobierno desde donde pudimos, desde donde nos invitaron, o desde donde nos dejaron. En el segundo gobierno, el de José Mujica, la idea de la legalización de la marihuana logró convocar a mucha más gente, dentro y fuera de la militancia orgánica, y Pepe le dio viabilidad.

Para la elección de 2014, muchos y muchas entendimos que ir a buscar a Tabaré no era la forma de renovar y reimpulsar el proyecto de nuestras izquierdas y apoyamos la candidatura de Constanza Moreira. No sólo porque era mujer y ya era tiempo de que el feminismo tomara un papel protagónico en nuestra reinvención permanente, sino porque enfrentaba al statu quo, que priorizaba conservar lo conseguido y no lograba articular nuevas propuestas, imprescindibles para revitalizarnos y para incluir a las nuevas generaciones, herederas de nuestras tradiciones, pero que necesariamente debían ser protagonistas.

Ganó Tabaré y la velocidad de las reformas disminuyó. Nosotros y nosotras, sin embargo, aumentamos nuestro esfuerzo. Impulsamos la reforma de la Caja Militar, tarea que estaba pendiente. Contamos con un gran aliado, Danilo Astori, sin el cual el proyecto de reforma ni siquiera hubiese llegado al Parlamento. Allí, en el Parlamento, no nos fue tan bien y aprobamos a regañadientes una tímida reforma, que les quitó a los militares muy pocos privilegios. Discutimos y aprobamos también la reforma de la Ley Orgánica Militar. En ese caso no logramos convencer al resto del Frente de que teníamos demasiados militares, en especial en el Ejército, y aunque propusimos como criterio volver a la cantidad que había antes de la dictadura, la negociación terminó en un intermedio entre nuestra posición y la de la mayoría del Frente. Tampoco nos fue muy bien con nuestra propuesta de instalar un impuesto a las grandes herencias. En ese caso, no logramos ni siquiera darle trámite legislativo. Sí nos fue mejor con la ley de residuos, un tema ambiental que nos preocupaba y nos preocupa. Porque a pesar de las multinacionales de los envases y la visión productivista de parte del Frente, el resultado fue muy bueno. Otra buena ley, que aprobamos incluso con el apoyo de los partidos tradicionales, fue la del cannabis medicinal. Sin embargo, todavía no ha sido implementada.

De entre todos estos impulsos legales quiero destacar la aprobación de la Ley Trans, por su contenido específico, pero sobre todo porque logró hacer aflorar el sentido de justicia en una gran cantidad de jóvenes de izquierda, frenteamplistas y no frenteamplistas, coronada con una gran fundamentación, en la Cámara de Diputados, de mi amigo y compañero Martín Couto, que supo encontrar las palabras justas para mostrarnos cuántas injusticias quedan aún por corregir.

Hoy se debate cuántos espacios hay o debe haber en el Frente Amplio. Que el espacio tupamaro, que el espacio comunista, que el espacio moderado, que el espacio socialista. Yo creo que hay un espacio, que no sé si es el quinto, el sexto o el séptimo, pero que es mi espacio, el de esta izquierda, una izquierda que es radical en sus posiciones, pero sensata y unitaria en su acción. Una izquierda por la que muchos y muchas hemos militado, que existe y que parece que nadie nombra. Este espacio necesita reagruparse, liberarse de rencores menores, rearticular sus demandas, organizarse y luchar. Porque nuestras ideas lo valen y, además, porque el Frente lo necesita.

Alejandro Zavala es militante de Ir, Frente Amplio.