El peor cóctel en este momento pandémico es la sobreestimación de todo lo relacionado con el SARS-CoV-2 y la infraestimación de los efectos de las respuestas sociopolíticas a la covid-19. El ejemplo de la variante nueva, y hasta hace un par de meses desconocida, llamada “ómicron”, es un ejemplo de esto. Aunque en noviembre pasado se sabía poco y nada de ómicron (si contagiaba más o igual, si enfermaba de forma más severa o no a quienes la encontraran, o si evadía la protección de vacunas), volvieron en forma automática restricciones severas tras los temores que generó en la opinión pública. Hasta los mercados tropezaron con la noticia, que pareció ocasionar en las regiones que la sufrieron un déjà vu con la variante delta o peor, con lo vivido a inicios de 2020. Se volvieron a cortar libertades civiles bajo la bandera sanitaria y volvieron las restricciones severas en muchos países.

Angelique Coetzee, una de las colegas sudafricanas que detectaron y alertaron al mundo sobre ómicron, tuvo que salir a recalcar que no vio en esta variante nada que ameritara aún la respuesta extrema y exagerada que se tomó en menos de una semana desde que fuera notificada, aislando a este país del resto del mundo. Poco influyó la noticia de que la nueva variante andaba girando por Europa desde antes de que los sudafricanos la detectaran, y Antony Fauci, el sheriff anticovid de Estados Unidos, pasó vergüenza al ser consultado por un periodista sobre por qué su país prohibió de inmediato los viajes a países africanos que ni siquiera tenían detectada ómicron. El racismo sigue vivito y coleando por el mundo. Hoy, tan sólo dos meses después y con ómicron viajando por todo el mundo, pocos recuerdan que África sufrió un bloqueo tan ilógico como injusto.

Encontrar un nuevo equilibrio es imprescindible para una nueva etapa de la sindemia, y los países deberían pensar muchas veces antes de importar recetas de otras regiones, con otras realidades, que quizás terminen haciendo mucho daño. Aquello de que el remedio puede ser peor que la enfermedad. Sin ánimo de minimizar los efectos que tuvo y aún pueda tener la covid-19 en el futuro, hay que asumir que en muchos países, como Uruguay, lo peor ya pasó. Que la emergencia por la covid-19 terminó y que, aunque parezca un contrasentido en los días que vivimos, es una emergencia salir del estado de emergencia. Hoy, casi dos meses después y con ómicron en todas las portadas, viene bien estar atentos a los determinantes globales que nos hacen hoy sentir lo que sentimos y creer que la pandemia no tiene fin.

Pero entre una ola epidémica y otra, la vida sigue. No podemos vivir en modo pausa y esperando que surja la próxima ómicron sin recuperar nuestras vidas.

El siguiente es un listado en construcción de entidades y actores contemporáneos que se replican por el mundo que no pueden (o no quieren) dejar ir la pandemia. Una lista incompleta, en construcción y expuesta, sí, a nuevas variantes.

El hombre moderno

Vivimos en una sociedad adicta a la eterna juventud, alérgica a la enfermedad y que niega la muerte como un evento inevitable. Pareciera que este sapiens del mundo consumo no puede enfermarse, ni asumir la vejez con sus riesgos. El fin de la pandemia no será televisado ni determinado por ningún iluminado ni por ningún organismo, puesto que es un proceso más sociológico y antropológico que biológico. De hecho, las pandemias finalizan cuando las sociedades incorporan la novedad del virus a sus vidas cotidianas y aprenden a convivir con él.

Los gobiernos

Es claro que políticamente las pandemias son redituables y otorgan una perfecta excusa para errores groseros y fáciles galardones. Los oficialismos y las oposiciones van entre ola y ola dialogando (o ni eso) y criticándose unos a otros por lo que se debió, debe o habría que hacer, y la búsqueda de acuerdos políticos tras dos años de vendettas son esquivos. Y tarde o temprano unos se tiran los muertos a los otros. Hace rato que la pandemia es más política que biológica.

Los medios masivos

Los ratings se dispararon con todo lo relacionado a la pandemia. Con cada nueva variante, el apocalipsis y los titulares rojos vuelven. La muerte y el sufrimiento humano venden como pocas cosas. La ansiedad y el miedo son muy contagiosos y redituables en las pantallas. Los medios son un negocio, y lo anecdótico, el minuto a minuto y las crónicas rojas, se volvieron constantes y adictivos. Sin embargo, vale recordar que es muy posible que los medios no duden en quitar el foco de la covid-19 cuando la sociedad despierte para sufrir las emergencias no covid-19 y mueva su foco de atención, incluso negando que fueron parte del problema.

Las redes sociales

Las redes sociales son negocios muy lucrativos que viven de mantener la atención del usuario. La bipolaridad que las nutre, la inmediatez superficial sin análisis profundo y la confrontación virtual sencilla se volvieron también parte del problema y fueron gasolina en el incendio. Sin redes, otra pandemia hubiera sido. O quizás la angustia hubiera quedado reducida al ambiente hospitalario, como sucedió con la influenza en 2009, en lugar de volverse un espectáculo público en el que todos dijeron de todo, sin filtros, o peor, aplicando la censura con etiquetas de “desinformación”, sin reglas claras de cómo esta se define. Algunas plataformas llegaron a censurar sin tapujos a la Colaboración Cochrane, una de las organizaciones científicas más respetadas del mundo. Las redes no fueron la democracia de las masas, sino la dictadura de los blancos y negros manejadas por autócratas invisibles de Silicon Valley.

Las élites

Las clases sociales altas impusieron restricciones draconianas prolongadas que sólo ellas podían mantener y cuyo peso cayó en otros (las clases marginadas de siempre). Las transferencias de riesgos fueron moneda corriente, y faltó gente con la piel en el juego. Las élites no se iban a perjudicar con las consecuencias de las acciones que exigieron a todos. Es fácil pedir lockdown cuando tenés la heladera llena, el sueldo depositado en tu cuenta a fin de mes asegurado, podés llamar a un delivery para que te deje la comida en el frente de tu casa, y exigir que cierren escuelas cuando tus hijos tienen sus laptops y wi-fi. O pedir que testeen la nariz de todo el mundo cuando no se te cae tu economía al pasar una frontera. Es cómodo y sencillo, y hasta heroico, pedir más y más exigencias mientras el peso de las restricciones cae en los hombros de otros, que en este caso son la mayoría.

El complejo médico industrial

La principal industria del mundo (en el centro, las farmacéuticas) que es la vinculada con los cuidados sanitarios, acrecentó el valor de sus acciones como nunca en la historia, y la sociedad medicalizada no paró de consumir sus productos, como hacemos hoy en 2022 con ómicron y los testeos de millones de narices de personas vacunadas sanas y bien inmunizadas que ni síntomas tienen, gastando millones de dólares en costos directos e indirectos derivados de diagnosticar partículas virales nasales, cuyo significado clínico tiene cada vez menos relevancia para controlar la epidemia. Un mercado floreciente se convirtió el del testeo. Las pandemias son un enorme negocio para muchos, y la salud, un bien de consumo masivo millonario desde hace mucho tiempo. La pandemia puso a la luz el poder de los condicionantes comerciales de la salud y de cómo estos llevan al malgasto y la reducción del valor de nuestros cuidados sanitarios.

La medicina especializada

Ciertos “ólogos” se impusieron sobre otros. Las voces y asesorías de algunas especialidades médicas específicas (infectólogos, virólogos, intensivistas, por ejemplo) preponderaron sobre las generales (epidemiología, salud pública, medicina comunitaria, etcétera). Faltó una mirada integral del fenómeno pandémico y fue moneda corriente la ausencia de una mirada a largo plazo, el control de daños y encontrar un equilibrio entre los que parecían perseguir un virus a toda costa (y costo) y los que buscaban un equilibrio entre los pros y contras de cada intervención con soluciones sostenibles en el tiempo. La medicina partida, con resabios paternalistas, fraccionada en sus saberes y entenderes desde hace mucho tiempo, presionada por el entorno pandémico y camuflada en conflictos de interés diversos, olvidó los postulados de Marc Lalonde y fue más biologicista que nunca. Por ello no fue difícil que las ciencias biológicas, acostumbradas a las condiciones de laboratorio y lejanas a las camas de los enfermos, se impusieran sobre otras ramas del conocimiento muy relevantes como son las ciencias sociales o las económicas. De la misma forma, algunas actividades clínicas que cuidaban a una minoría de la población que terminaba en cuidados intensivos se impusieron sobre las voces de los que brindaban cuidados en los domicilios.

Internet y el capitalismo de vigilancia

Busquen qué pasó con las acciones de Google, Amazon, Facebook desde 2020. Los capitalistas modernos tuvieron el escenario perfecto para hacernos creer que la vida no es presencial y hacer sus negocios mientras tanto. El surgimiento de la zoomcracia y el de las aplicaciones que hoy saben más de tu vida que vos mismo. Una película italiana, que no era otra cosa que una parodia de la sociedad capitalista y estrenada hace casi 60 años, quizás tenga hoy su pico de fama. Se llamaba Omicron. Ya estaríamos en condiciones de hacer un remake con lo que estamos viviendo en estas semanas.

La geopolítica y el poder de las potencias

Nadie puede obviar que, aunque haya acabado la Guerra Fría, la pandemia es un escenario perfecto para que las potencias compitan por mercados y territorios. Es muy probable que el nuevo orden mundial (Oriente versus Occidente) aparezca en el embrollo de civilizaciones que chocan y mutan. Entretanto, la mayoría del mundo seguirá presa de los caprichos de este juego de tronos y muchos estados optarán por perseguir métodos importados de control sociosanitario o, peor, modelos híbridos imperfectos. Es paradigmático el modelo cero covid chino que surgió en Wuhan y que impone medidas extremas, como aislar a millones de personas en sus casas, que costaba imaginar antes de 2020. Este modelo, copiado por países orgullosamente democráticos como Australia o Nueva Zelanda, vivió de la ilusión de que podrían contener un virus tan contagioso por siempre. Martin Kulldorff destacó en su Twitter que la Organización Mundial de la Salud (OMS) salteó la letra “xi” para llegar a ómicron en el alfabeto griego al nombrar la variante nueva. Se necesita poca suspicacia para recordar el nombre del presidente chino.

La fascinación por pronósticos y modelos

Aunque los modelos matemáticos puedan servir, su sobreuso y la proyección de escenarios catastróficos (casi por defecto), por lo cual se tomaron medidas draconianas, han fallado una y otra vez. Sin ir muy lejos, el 18 de diciembre los modelos matemáticos británicos pronosticaron para finales de 2021 dos millones de casos y 6.000 muertos diarios. Para finales de mes hubo diez veces menos de lo primero y casi 30 veces menos de lo segundo. Los seres humanos no aprendemos más a aceptar la incertidumbre y la aleatoriedad que nos rodea en este mundo. La covid-19 debería enseñarnos que el mejor pronóstico es aquel que no se hace.

El manejo de la pandemia en grandes partes del mundo a comienzos de 2022 remeda el de un ensañamiento terapéutico sobre un enfermo terminal. Aunque hubo, hay y habrá muchas poblaciones y sistemas sanitarios a los que les tocará pasar malos momentos, hay otros que no. Y luego a la inversa. De hecho, todos los sistemas sanitarios tienen su punto crítico y pueden colapsar en cualquier epidemia. Eso pasó siempre, aunque ahora los sesgos pandémicos nos den amnesia. Aquellos sistemas crónicamente flacos (y los adelgazados por ajustes económicos regresivos) tienen más bajo umbral. Pero parte del regreso a la normalidad es que los sanitarios recuperemos la memoria de lo que sucedía en los hospitales antes de la covid-19 y que el resto vuelva a sus vidas.

Los diez puntos precedentes pueden ayudar a entender los condicionantes principales que pueden prolongar la pandemia y que se autocatalizan, y quizás ayude a encontrar los porqués; por ejemplo, ante cada variante nueva que aparece, la pandemia parecería embarrarse y volver a comenzar desde cero. Pero entre una ola epidémica y otra, la vida sigue. No podemos vivir en modo pausa y esperando que surja la próxima ómicron sin recuperar nuestras vidas. Vale bien recordar que la vida es aquello que pasa mientras estamos mirando la covid-19, nos diría Lennon.

Sebastián González-Dambrauskas es pediatra.