De acuerdo con el relato histórico hegemónico, Uruguay es un país sin indígenas. La historia oficial nos enseña que los pueblos que sobrevivieron a las campañas españolas y portuguesas durante el período de la colonia fueron acabados en la matanza de Salsipuedes de 1831, una emboscada diseñada por el entonces presidente, Fructuoso Rivera, y ejecutada por su sobrino Bernabé, al inicio de la vida independiente del Estado-nación. El cierre trágico de esta narrativa, con la que se pone fin al problema indígena de Uruguay, suele ser la historia sobre los “últimos charrúas” Vaimaca Perú, Senaqué, Tacuabé y Guyunusa, sobrevivientes de Salsipuedes que fueron llevados a Francia para ser exhibidos como salvajes. En función de este relato histórico y siguiendo a Rodríguez y Michelena (2018), Uruguay suele presentarse como un país excepcional, ajeno al problema de la cuestión indígena de América Latina, alimentando el mito colectivo de un país formado por inmigrantes europeos, sin indios.

Sin embargo, en las últimas décadas la irrupción con fuerza en la arena pública de colectivos que se autoadscriben como indígenas y que reclaman su lugar en la memoria, la historia y el territorio viene a poner en jaque los cimientos sobre los que se asienta la historia fundacional del país. Ello ocurre en un contexto en que estadísticas e investigaciones también contribuyen a su desinvisibilización. El censo de 2011, el primero que integró en forma conjunta las preguntas de autoadscripción y ascendencia, reveló que 2,4% de la población se identificaba como indígena o mestizo, mientras que 5% reportaba ascendencia indígena. En el campo genético, estudios realizados por la antropóloga biológica Mónica Sans reportan que 34% de la población tiene ascendencia indígena por línea materna. Si bien estos datos pueden resultar llamativos para el ciudadano promedio, Sans advierte que la sorpresa debería alojarse en la magnitud de la diferencia entre la ancestría reconocida en el censo de 2011 y la estimada por ADN. Ya sea por desconocimiento o negación, ello es un fiel reflejo de un proceso de invisibilización histórica (Sans, 2017).

¿Cuál es el origen de esta invisibilización histórica? De acuerdo con Verdesio (2020), una de las razones fundamentales es la clase de colonialismo que tuvo lugar en el país, el colonialismo de colonos, que se diferencia en muchos aspectos del que predominó en la mayor parte de América Latina. A grandes rasgos, este proceso (común a otros países, como Estados Unidos, Canadá, Nueva Zelanda, Australia y también a regiones como la Patagonia austral y las llanuras de la pampa) se basó en políticas de apropiación cuyo objetivo principal fueron los territorios de los pueblos originarios, y no su sometimiento directo para la apropiación de la plusvalía generada mediante la explotación laboral. Ello operó en forma simultánea con políticas de exterminio, desplazamiento forzado y finalmente con la asimilación de los sobrevivientes en una ciudadanía homogénea e indiferenciada, autopercibida como de raza blanca, que se convirtió en el sustento de la ideología del blanqueamiento que predomina en los países del Río de la Plata (Rodríguez y Michelena, 2018, p. 184).

Verdesio plantea que un rasgo distintivo de este tipo de colonialismo es lo que Veracini (2011) llama “miopía mnemotécnica” (mnemonic myopia), la negación por parte de los colonos de la historia de su llegada a las nuevas tierras. El reemplazo violento y traumático de los pueblos originarios, sin el cual no existiría un Estado colono, también es borrado o negado en forma enfática por los descendientes de quienes lo perpetraron. De esta manera se nutren las narrativas etnocentristas acerca de la extinción de los pueblos originarios como un resultado inevitable de los avances de razas superiores sobre otras inferiores que no quisieron aceptar la civilización y el progreso. En palabras del expresidente y senador Julio María Sanguinetti de junio de 2020,1 “Salsipuedes [...] fue un choque de una civilización superior, la que venía de Europa [...] frente a estas etnias aborígenes que se habían ido superponiendo y que tampoco eran originarias, como se dice, porque ni siquiera este grupo era originario de lo que hoy es el Uruguay [...] venían de otros lugares”. Reconocidos cientistas sociales han sostenido una línea discursiva que valida desde la academia esas posiciones. Sólo por mencionar a algunos, los antropólogos Daniel Vidart y Renzo Pi Hugarte se han referido con frecuencia al charruísmo para descalificar a estos colectivos, que no serían indios de verdad sino descendientes de europeos disfrazados de indios (Magalhães de Carvalho y Michelena en Rodríguez, 2017). Tal como sugieren Magalhães de Carvalho y Michelena (2017), estos académicos apelan a definiciones esencialistas, limitando en forma precisa e inmutable y congelando en el tiempo las prácticas culturales de quienes se autoadscriben como indígenas. O, como lo caricaturizó el antropólogo Gustavo Verdesio en una entrevista reciente,2 “en ese esquema, una cultura consiste en rasgos distintivos, diacríticos, que forman como una grilla con casillas vacías que hay que chequear. ¿Tiene lengua? Sí. ¿Cómo se viste? Si usa championes Nike no es indio. ¿Usa celular? Entonces no es indio, porque tiene que usar boleadoras y andar en pelotas”.

Desde esa perspectiva, la reemergencia indígena en Uruguay se rechaza con vehemencia, reduciendo a quienes se autoadscriben como indígenas a la categoría de individuos inescrupulosos que pretenden aprovecharse de esa identidad con el objetivo de obtener tierras o algún otro beneficio (Rodríguez y Michelena, 2018). En la práctica esta posición hegemónica explica, al menos en parte, que Uruguay integre junto con Surinam y Guyana la selecta lista de países de América del Sur que no han ratificado el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). A falta de esta ratificación, los colectivos luchan por el reconocimiento sin un marco legal en el cual ampararse.

La reemergencia indígena de las últimas décadas podría suponer que estemos en la antesala de una revisión radical de las ficciones que sustentan la forma en que los uruguayos nos vemos a nosotros mismos.

Pero, más allá de la historia de invisibilización y de las características propias del proceso de colonialismo, ¿cuál es la razón por la cual un país que se proyecta como progresista y que ha estado siempre a la vanguardia en lo que refiere a la agenda de derechos se sigue negando a ratificar este convenio? En el margen, también en Uruguay podría aplicar la explicación que diera Mariátegui (1928): “El problema del indio es el problema de la tierra”. La ratificación del Convenio 169, el derecho a la territorialidad donde desarrollar su cultura y el reconocimiento del genocidio perpetrado por el Estado conforman la trilogía de reivindicaciones de los colectivos indígenas de Uruguay (Consejo de la Nación Charrúa, 2014). Estos reclamos no sólo cuestionan directamente los fundamentos de la legitimidad histórica del Estado, tal como se sugirió antes, sino que quizás de manera aún más “peligrosa” tocan la fibra de la matriz productiva y el esquema histórico de distribución y tenencia de la tierra en el país. Desde su origen como Estado independiente, la economía de Uruguay ha estado fundada en un modelo extractivista con un rol protagónico del sector agropecuario y un esquema latifundista de tenencia de la tierra. En las últimas décadas, la irrupción de la forestación, el aumento en la concentración de la tierra y un hecho novedoso, su extranjerización, no han hecho más que reafirmar ese modelo. En este contexto, no llama la atención que personalidades como José Bayardi, integrante del gabinete del exgobierno del Frente Amplio, expresara su resistencia a la ratificación del convenio argumentando que de esa manera podrían surgir situaciones que obligaran a la OIT a observar a Uruguay por su no cumplimiento.3 En otras palabras, no se ratifica el convenio porque se anticipa que el Estado no está dispuesto a arriesgarse a potenciales reclamos de tierra y menos aún a cederlas.

En conclusión, la invisibilización a la que ha estado sometida la población indígena en Uruguay desde la concepción de su soberanía, sumada a posiciones enfáticas y etnocentristas de reconocidas personalidades académicas y políticas, ha alimentado la narrativa de un territorio poblado por “descendientes de los barcos”, sin indios. A su vez, esto facilita que el Estado siga negando el despojo territorial sobre el cual se asienta su modelo económico y productivo, perpetuando de esta manera el pecado original. En este contexto, tal como sugiere Verdesio (2020), la reemergencia indígena de las últimas décadas podría suponer que estemos en la antesala de una revisión radical de las ficciones que sustentan la forma en que los uruguayos nos vemos a nosotros mismos. Este es el único camino hacia la deconstrucción del mito colectivo que concibe a Uruguay como un país sin indígenas. ¿Estaremos a la altura?

Federico Fraga es economista.

Referencias

Consejo de la Nación Charrúa (2014). Denuncias del Consejo de la Nación Charrúa ante la Institución Nacional de Derechos Humanos y Defensoría del Pueblo.

Magalhães de Carvalho, A. M. y Michelena, M. (2017). Reflexiones sobre los esencialismos en la antropología uruguaya: una etnografía invertida, en Rodríguez, M. E. (2017), Reemergencia indígena en los países del Plata: los casos de Uruguay y de Argentina. Compilación de Mariela Eva Rodríguez, publicado en Conversaciones del Cono Sur 3 (1). Sección Debate. Magazine of the Southern Cone Studies Section of LASA, setiembre de 2017.

Mariátegui, J. C. (1928). Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana. México: Serie Popular Era, 1978.

Rodríguez, M. E. y Michelena, M. (2018). Memorias charrúas en Uruguay: reflexiones sobre reemergencia indígena desde una investigación colaborativa.

Sans, M. (2017). Identidad perdida: discordancias entre la “identidad genética” y la autoadscripción indígena en el Uruguay, en Rodríguez, M. E. (2017), Reemergencia indígena en los países del Plata: los casos de Uruguay y de Argentina. Compilación de Mariela Eva Rodríguez, publicado en Conversaciones del Cono Sur 3 (1). Sección Debate. Magazine of the Southern Cone Studies Section of LASA, setiembre de 2017.

Veracini L. (2011). Introducing Settler Colonial Studies. Settler Colonial Studies 1, 2-3.

Verdesio, G. (2020). Endless dispossession: The Charrua re-emergence in Uruguay in the light of settler colonialism. En Settler Colonial Studies, octubre de 2020. DOI: 10.1080/2201473X.2020.1823752.


  1. Video disponible en ladiaria.com.uy/UhO

  2. “¿Por qué tanto miedo al indio en Uruguay?”. Entrevista de Leo Lagos a Gustavo Verdesio en la diaria, 31 de octubre de 2020. 

  3. Ver, por ejemplo, nota de prensa “Lo indígena divide al Gobierno”, publicada en el diario El País el 26 de enero de 2015.