¿Quién podría negar el poder que ostenta la prensa? Nadie. Sin embargo, sobrevalorarla sería tan errático como minusvalorarla. En las últimas encuestas que hicimos en el Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag) detectamos que en muchos países de América Latina la mayoría de la ciudadanía no cree lo que nos “cuentan” desde los grandes medios de comunicación. Por ejemplo, en Argentina, en abril de 2019, a pocos meses de la cita electoral presidencial, sólo 24% consideraba que informaban correctamente. En Bolivia, también unos meses antes de las elecciones de octubre de 2020, este valor era de 20% (el resto pensaba que hacían propaganda). En México, en junio de ese mismo año, Televisa tenía una valoración de 29%. En Chile, también en 2020, la imagen positiva de la prensa no llegaba a 30%. En Perú, en marzo de 2021, uno de los canales más importantes del país, América TV, tenía una credibilidad de 27%. Y, por hacer mención al último caso, deberíamos fijarnos en Colombia: ni Semana ni Caracol ni RCN lograban alcanzar 30% de confianza a fines del año pasado.
En ninguno de esos países la prensa logró imponer “su candidato”. O, dicho de otro modo: no pudo impedir que la opción progresista ganara las elecciones.
¿Por qué ocurre esto a pesar del poderío que tienen y que ejercen? En primer lugar, porque en muchas ocasiones se han desconectado de lo que le preocupa a la gente en su cotidianidad. Cayeron en el mismo error que le critican a la clase política: vivir en su propia burbuja.
En segundo lugar, porque generalmente acaban dirigiéndose exclusivamente a su propio público, es decir, convencen a los que ya están convencidos.
¿Quién podría negar el poder que ostenta la prensa? Nadie. Sin embargo, sobrevalorarla sería tan errático como minusvalorarla.
En tercer lugar, porque tienen un manual obsoleto que no saben cómo renovar. El mejor ejemplo es la cantinela de “si gana la izquierda, el país se volverá como Venezuela”. Este mensaje no cala en el día a día, salvo en aquellos que jamás votarían por esa alternativa ideológica. En Celag preguntamos esto para varios países y los datos son elocuentes: a) para Argentina, sólo 28% estaba de acuerdo con esta tesis si ganaban Alberto y Cristina; b) en Chile, 29%; c) en Colombia, con Petro –y seguramente fue la campaña más dura en este sentido–, el valor estaba por debajo de 40% (o sea, aquellos que nunca lo votarían).
En cuarto lugar, porque estamos en una época de tanta oferta y consumo mediático que consultar la prensa se ha convertido más en un modo de entretenimiento que en una vía real para informarse. Además, la inmediatez y lo efímero se imponen a la veracidad.
En quinto lugar, porque las redes sociales han ensanchado tanto la manera de estar informados y comunicados que ha mermado la capacidad de la prensa tradicional de concentrar la atención y fidelidad de las mayorías.
Ninguna de estas razones debería llevarnos a la conclusión de que los grandes medios no tienen aún la fuerza suficiente para generar marcos, para instalar agendas, para cercenar la imagen de una política y para mucho más, pero esto no significa que logren modificar todos los sentidos comunes e imaginarios. Sería un enorme error “regalarles” más importancia de la que tienen, porque eso implicaría dar por perdida una batalla política que podría ganarse, como así se ha demostrado en América Latina en estos últimos años. Y Petro es el caso más reciente, pero seguramente no será el último.
Alfredo Serrano Mancilla es doctor en Economía y director de Celag.