El libertario Javier Milei ganó las elecciones presidenciales argentinas con 55,7% de los votos frente a 44,3% del peronista Sergio Massa, un margen mucho mayor que el que anticipaban las encuestas. En sólo dos años, este outsider alineado con la extrema derecha global pasó de los estudios de televisión, donde era conocido por su estilo excéntrico y su cabello revuelto, a la Casa Rosada. ¿Cómo llegó Argentina a esta situación que parecía imposible meses atrás? Por primera vez en la historia nacional accede a la presidencia alguien sin ninguna experiencia de gestión previa, sin alcaldes ni gobernadores propios y sin una representación significativa en el Congreso.

1.

Javier Milei, un hombre sin experiencia política, conocido por sus virulentos discursos antikeynesianos y por su desprecio a la “casta” política, expresó, en los comicios argentinos, una suerte de motín electoral antiprogresista. Este proceso tiene, ciertamente, particularidades locales, pero expresa un fenómeno más amplio y que trasciende al país que acaba de elegirlo. Si en las razones del inconformismo que llevaron a parte de la ciudadanía a votar a Milei se pueden encontrar, en muchos casos, fundamentos económicos, la expansión del libertario se vincula también a un fenómeno global de emergencia de derechas alternativas con discursos anti statu quo que capturan el malestar social y el rechazo a las élites políticas y culturales. Y no en todos los casos el fundamento de la expansión de las derechas es económico. Las extremas derechas construyen clivajes en función de las realidades locales y crecen también en países con elevados niveles de prosperidad. Milei fue incorporando muchos de los discursos de esas derechas radicales globales, a menudo de manera no muy digerida, como el que postula que el cambio climático es un invento del socialismo o del “marxismo cultural”, o el que señala que vivimos bajo una especie de neototalitarismo progresista.

En gran medida, el fenómeno Milei creció de abajo hacia arriba, y durante mucho tiempo transcurrió por fuera de los focos de los politólogos –y de las propias élites políticas y económicas– y logró teñir el descontento social de una ideología “paleolibertaria” sin ninguna tradición en Argentina (la oferta creó su propia demanda). Sus eslóganes “La casta tiene miedo” o “Viva la libertad, carajo” se mezclaron con una estética rockera que alejó a Milei del acartonamiento de los viejos liberal-conservadores.

Su discurso conectó con un espíritu de “que se vayan todos”, a tal punto que logró convertir aquella consigna, lanzada en el año 2001 contra la hegemonía neoliberal, en el grito de guerra de la nueva derecha.

2.

Economista matemático, en sus orígenes defensor de un liberalismo convencional, Milei se convirtió hacia 2013 a las ideas de la escuela austríaca de economía en su versión más radical: la del estadounidense Murray Rothbard. El crecimiento político de Milei fue impulsado por su estilo extravagante, su discurso soez contra la “casta” política y un conjunto de ideas ultrarradicales identificadas con el anarcocapitalismo y desconfiadas de la democracia.

Desde 2016, sobre todo a través de sus apariciones en televisión, presentaciones de libros, videos de Youtube o clases públicas en parques, Milei logró generar una fuerte atracción en numerosos jóvenes, que comenzaron a leer a diversos autores libertarios y se constituyeron en su primera base de sustentación. Luego de su salto a la política en 2021, cuando ingresó a la Cámara de Diputados, consiguió un apoyo socialmente transversal, que incluyó los barrios populares. Allí su discurso, que parecía salir de La rebelión del Atlas de Ayn Rand, conectó con el emprendedurismo popular y con la ambivalencia –a veces radical– de estos sectores respecto del Estado. La pandemia y las medidas estatales de confinamiento alimentaron también varias de las dinámicas pro “libertad” que encarna Milei.

3.

El apoyo de Mauricio Macri, expresidente entre 2015 y 2019 y dirigente del “ala dura” de la coalición Juntos por el Cambio (JxC), fue decisivo para que Milei pudiera abordar con posibilidades el balotaje. Con el apoyo de Macri y de Patricia Bullrich (que había quedado relegada al tercer lugar en la primera vuelta electoral), el discurso anticasta de Milei –quien parecía tener como techo el 30% de los votos– mutó al de “kirchnerismo o libertad”, que había sido el lema de Bullrich. Su estrategia, a partir de entonces, fue expresar el voto antikirchnerista. Desde esa base se hizo fuerte para enfrentar al peronismo. Pero, al mismo tiempo, Milei se volvió enormemente dependiente de Macri. Este último vio en la falta de estructura y equipos de Milei la posibilidad de recuperar poder tras el fracaso de su gobierno: el macrismo no sólo le dará cuadros al naciente mileísmo, sino que este último dependerá de los legisladores de Macri para conseguir una mínima gobernabilidad.

4.

Tras la primera vuelta, Milei dejó de lado sus proclamas más radicales de privatización total del Estado, en tanto estas chocaban con las sensibilidades igualitarias y en favor de los servicios públicos de una gran parte del electorado. Este domingo, el candidato de La Libertad Avanza (LLA) logró impresionantes resultados en la estratégica provincia de Buenos Aires, donde quedó sólo poco más de un punto por debajo del peronismo. El caso de Buenos Aires es, además, sintomático: durante años el peronismo hizo gala de sostener allí su bastión político-espiritual. El hecho de que la diferencia haya sido exigua exige un replanteo respecto de ese poder territorial histórico del peronismo en la provincia –que en 2015 ya se había visto desafiado por el macrismo– y, sobre todo, en sus áreas más pauperizadas. Milei arrasó, además, en zonas del centro productivo del país como Córdoba, Santa Fe y Mendoza, pero venció también en casi todas las provincias argentinas. La gran pregunta es qué queda ahora de su programa más radical, incluida la dolarización de la economía, que nunca terminó de explicar, o el cierre del Banco Central.

5.

Milei logró revertir a su favor su derrota en el debate presidencial. Ese día, Massa lo venció casi por nocaut. Era el hombre que conocía al dedillo el Estado, que sabía a qué cámara mirar y al que “no le entraba ninguna bala” pese a ser ministro de Economía con más de 140% de inflación anual. Enfrente estaba un Milei casi abatido, sin capacidades de polemista –alejado de su particular carisma en los mitines electorales, en los que aparecía con una motosierra y llamaba a “echar a patadas en el culo a los políticos empobrecedores”–. Pero esa victoria de Massa, como se vio luego, fue una victoria pírrica. Además de aparecer como un ministro de Economía que sólo “fingía demencia”, representaba como nadie al tipo de político hiperprofesionalizado, rechazado por gran parte del electorado. Massa encarnó en la campaña una suerte de frente de la “casta”, con el apoyo más o menos explícito de dirigentes de la Unión Cívica Radical (UCR) y de sectores moderados de la centroderecha, como el alcalde saliente de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta. Milei logró finalmente transformar el “troleo” antiprogre en proyecto presidencial.

Tras su victoria este 19 de noviembre, una multitud salió espontáneamente a las calles, como si se tratara de una victoria futbolística. El voto a Milei combinó el voto bronca con un nuevo tipo de esperanza, asociada a un discurso con una fuerte carga utópica y mesiánica y no pocas proclamas reaccionarias: Milei se presentó, llegando a compararse con el propio Moisés, como un liberador del pueblo argentino del “estatismo” y la “decadencia”. En sólo dos años, pasó de ser una suerte de Guasón, que llamaba a la rebelión en Ciudad Gótica, a ser un inesperado nuevo presidente. “La estrategia de Milei fue un torbellino, errática en muchos momentos, desordenada, pero efectiva y aglutinante del malestar. La gente pagó con su voto la entrada de un nuevo espectáculo con Milei como protagonista”, escribió en un hilo de X el analista Mario Riorda.

El voto a Milei combinó el voto bronca con un nuevo tipo de esperanza, asociada a un discurso con una fuerte carga utópica y mesiánica y no pocas proclamas reaccionarias.

Cómo aterrizará esta utopía en un programa de gobierno es la gran pregunta en estos momentos. ¿Será algo más que un “macrismo 2.0”? Ya se anticipó que su gabinete será un ensamblaje entre mileístas y macristas, con un rol central para Patricia Bullrich. También habrá que ver cuál será el papel de la vicepresidenta Victoria Villarruel, una abogada asociada a la derecha radical, incluidos exmilitares de la dictadura, y que se referencia en la italiana Giorgia Meloni.

6.

Las “micromilitancias” progresistas de estos últimos días –personas comunes que intervenían en el transporte público y otros espacios masivos– no alcanzaron para revertir una ola que fue más potente de lo esperado. Esas micromilitancias, que ponían el acento en el negacionismo de Milei –respecto de los crímenes de la última dictadura, pero también del cambio climático– y en sus propuestas contra la justicia social (que considera una monstruosidad), buscaron ser una voz de alerta. Pero no explicaron por qué el proyecto de Massa podía resultar atractivo, sino tan sólo que era necesario un voto barrera para no perder derechos. Muchas de esas micromilitancias progresistas acabaron apelando a una defensa del sistema político (sustanciado en la propuesta de Massa de la “unidad nacional”), contra el cual se había montado el propio Milei con su discurso “contra la casta”. Por otra parte, más que destacar las cualidades del candidato peronista (en las que a menudo no creían), las micromilitancias alertaban del peligro “fascista” de su contrincante. El propio debilitamiento del kirchnerismo hizo que estos discursos resultaran a menudo inaudibles o que fueran percibidos como sermones para una parte de la población decidida a votar por “lo nuevo” –aun cuando lo nuevo pudiera ser, efectivamente, un salto al vacío–. A lo que se agrega el hecho de que el mileísmo tuvo sus propias micromilitancias, muchas de ellas digitales.

El resultado de la elección terminó siendo casi calcado del de Jair Bolsonaro frente a Fernando Haddad en 2018. El “miedo” que instaló la campaña de Massa se enfrentó al “hartazgo” de la campaña de Milei. El progresismo argentino se enfrenta ahora a un balance de estos años; a la necesidad de su reinvención en un nuevo contexto político-cultural: una potencial ola reaccionaria. “Estas elecciones no representan sólo una derrota del kirchnerismo, de Unión por la Patria o el peronismo en general. Son sobre todo una derrota de la izquierda. Una derrota política, social y cultural de la izquierda, de sus valores, de sus tradiciones, de los derechos conquistados, de su credibilidad”, escribió el historiador Horacio Tarcus.

7.

¿Conllevará este triunfo de Milei un cambio cultural en el país, en línea con su ideología ultracapitalista? ¿Podrá transformar el apoyo electoral en poder institucional efectivo? ¿Podrá gobernar “normalmente” esta nueva derecha, producto del ensamblaje de libertarios y macristas?

Si Milei dio el sorpasso a Juntos por el Cambio, dependió luego de Macri y Bullrich para conseguir los votos para la segunda vuelta. Milei ganó la presidencia; Macri ganó poder político. ¿Podrá hacer el ajuste radical que prometió? ¿Cuál será la fuerza de la resistencia –de sindicatos y movimientos sociales– frente a un gobierno que se ubicará muy a la derecha del de Macri (2015-2019) y que promete una terapia de shock? ¿Logrará Milei construir una base social para sostener sus reformas?

Pasadas las 22.00 del domingo 19 de noviembre, el presidente electo recuperó ante sus seguidores el tono de barricada y de gesta histórica. Allí se presentó como el “primer presidente liberal-libertario de la historia de la humanidad”, se referenció en el liberalismo del siglo XIX y repitió que en su proyecto no hay lugar “para tibios”. Sus seguidores respondían cantando “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo”.