Las nuevas palabras buenas

Con extrañeza, los actores de la educación empiezan a encontrar un universo de palabras nuevas para denominar las relaciones pedagógicas, palabras que vienen a suplantar las que aparecían en los textos de pedagogía. Estas palabras son menos aburridas y más motivantes. Antes sujeto crítico, ahora sujeto feliz, antes conocimiento, ahora habilidades, antes enseñanza, ahora entrenamiento, antes aprendizaje, ahora productividad, antes contenidos, ahora competencias, antes ciudadanía, ahora capital humano, antes transformar la realidad, ahora adaptarse a la realidad, o en un sentido más poético, reinventarse.

No debe extrañarnos que este tipo de terminología comience a aparecer en los nuevos manuales educativos, mentorías o cursos de capacitación para docentes. Los anuncios del presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Ilan Goldfajn, en el evento Habilidades para la juventud: invertir en el capital humano de América Latina y el Caribe, con presencia del presidente del Consejo Directivo Central (Codicen), son auspiciosos en ese sentido. Allí afirma que “las habilidades son el motor clave de la productividad” para “ser más competitivos” y además nos aconseja que “deberíamos basarnos en las últimas ideas sobre qué competencias son realmente importantes para el desarrollo social y emocional”1.

Este cambio semántico es concebido desde la pedagogía patrocinada por el BID y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) financiada por el Banco Mundial (BM), a la que adscribe la actual transformación educativa. Se trata de una nomenclatura del mundo empresarial, que con algunas pinceladas del coaching emocional, se introduce en el campo educativo para constituir el nuevo modelo pedagógico.

La mala palabra

Hay quienes sostienen que las reformas educativas responden a necesidades sociales, cambios necesarios para un mundo nuevo, que demanda nuevos desafíos y debemos estar preparados, con la formación adecuada para estar a la altura. Lograr el éxito en ese sentido supone mejores condiciones laborales y prosperidad para el país.

Muchos de los que defienden esta teoría sancionan la palabra política como si nada tuviera que ver con los procesos de transformación sociocultural; la frase “estás haciendo política” o “esta discusión se está politizando” suele venir acompañada de un tono acusatorio. Como si se tratara de una palabra sucia, perversa, corrompida, con intereses oscuros, en fin: una palabrota.

Cuando se trata de la elaboración de políticas públicas, anular el diálogo y la participación parecería ser, para algunas personas, el camino más seguro para estar libre de estos males. El posicionamiento político que trae aparejado el debate aparece como un peligro cuando ya se tiene un plan elaborado y pronto para poner en funcionamiento.

Si hablamos de la actual transformación educativa, estos síntomas se agudizan; la negación al debate político llega a niveles de patología persecutoria: por las dudas se bloquea el diálogo y se activa la sospecha como principal mecanismo de defensa, por las dudas se apuesta a una fuerte campaña propagandística que pone en duda la adecuación de nuestra cultura pedagógica, por las dudas se persigue y denosta a los y las docentes que quieren opinar, por las dudas rechazan cualquier forma de participación y por las dudas, cuando logran agotar todas las vías de diálogo, dicen que “hacen paro por las dudas”.

Este escenario lleno de dudas necesita ser compensado con alguna certeza. Tomando a la ciudadanía por expertos consumidores, se difunde públicamente un conjunto de pautas publicitarias que con mucho brillo, pero con poca claridad, muestra a la transformación educativa como un “producto de calidad”. Cito parte del guión de la última campaña de bien público de la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP): “apoya la transformación educativa para darle a nuestros hijos la mejor educación”2.

Pocos días antes del comienzo de clases, se llevó adelante rápida y fervientemente una implementación que deja muchas interrogantes en el camino. Se puede adherir con mayor o menor optimismo al discurso oficial y asumir que estamos frente a los desafíos que el siglo XXI tenía preparado para nosotros, como un natural devenir de los cambios de época. Este artículo va por otro camino, movido por la siguiente interrogante: ¿es posible modificar de un plumazo la identidad educativa de una cultura pedagógica?

A riesgo de hacer uso y abuso de la “mala palabra”, se intentará recomponer algunos retazos desperdigados de la palabra rota en dos períodos de la historia, haciendo “una política de la memoria, de la herencia y de las generaciones”.

Una arqueología de las transformaciones educativas

En el siglo III a.C, cuando el mundo griego funcionaba bajo la égida del mundo romano, existían en Grecia los gimnasios, instituciones educativas públicas3 (especialmente documentado en Atenas) donde los jóvenes (efebos) aprendían toda clase de conocimientos: disciplinas intelectuales como filosofía, retórica, matemáticas, geometría o astronomía y disciplinas artísticas como música, poesía y literatura. También se cultivaba el ejercicio físico, se realizaban duros torneos deportivos además del obligado entrenamiento militar. Aristóteles en el siglo IV a.C tenía su propio gimnasio, que se llamaba “Liceo”, y no casualmente así denominamos a los centros educativos de secundaria. Egresar de los gimnasios implicaba el derecho a ser ciudadano de la polis, con participación en la vida política y con el deber de tomar las armas si la ciudad estaba bajo amenaza.

Los romanos compartían la tradición del ciudadano-soldado, dualidad que en épocas de guerra obligaba a la ciudadanía a desatender sus menesteres personales para ir al combate. Previo al vasto desarrollo expansionista, los ciudadanos romanos eran los aristócratas; con las primeras conquistas fueron sumando nobles y propietarios4. A mediados del siglo III a.C se conquistaron territorios y la república romana creció en población, las guerras recrudecieron y fueron más periódicas. Los ciudadanos de élite abandonaron el campo de batalla para permanecer en sus territorios, conservando privilegios y derechos políticos. Esta nueva necesidad del mundo aristocrático romano debió reestructurar el ejército, para continuar con su política expansionista.

Para llevar adelante esta política imperial, también era necesaria una transformación educativa; cambiar la concepción pedagógica de los griegos era una condición necesaria. Los griegos resistían estas transformaciones porque atentaban contra su identidad cultural y la aristocracia romana, en denodados esfuerzos por ganar simpatizantes, apelaba a relatos que desprestigiaban al gimnasio heredado de Aristóteles.

El trabajo del historiógrafo del arqueólogo Jorge García Sánchez, Arqueología de la Paideia. Las sedes de la educación superior en las provincias helenísticas del imperio (III): los gimnasios5, nos ilustra sobre este proceso. Acusaciones morales sobre la desnudez de los cuerpos, las prácticas homosexuales y la pederastia en torno a las prácticas deportivas fueron recurrentes a lo largo de ese período. También se cuestionaba la eficacia del entrenamiento para la guerra y sus deportistas eran adjetivados como “afeminados”. Podemos encontrar ejemplos de este tipo de propaganda en la novela El Satiricón (s. I d.C), atribuida al emperador romano Petronio.

Este proceso duró más de tres siglos para poder dar el primer gran paso: lograr que los gimnasios fueran de ingreso exclusivo a la aristocracia para la formación intelectual, artística y política. Finalmente alcanzaron el éxito retirando el entrenamiento militar de los gimnasios.

El cónsul Mario Cayo6 comienza en el siglo II una campaña de reclutamiento militar de los proletaris, la clase más pobre, y sienta las bases de lo que luego será bajo el imperio de Augusto, la institucionalización estatal del ejército militar. Allí los proletaris se formarán exclusivamente para la guerra, quedando excluida la educación intelectual y artística. Los proletaris devenidos en milicias contarán con un salario mínimo pero estarán desprovistos de derechos ciudadanos, es decir, sin educación ni participación política.

Defender las asignaturas humanísticas, artísticas y científicas es un acto contrahegemónico para evitar que la educación pública se encamine a formar soldados para el ejército que una élite privilegiada reclama.

El cristianismo, que pasa a ser la religión oficial del Estado romano en el siglo IV d.C, aporta el mandato moral que este modelo necesitaba para sedimentarse: la vinculación del cuerpo con el pecado. Habrá que esperar un proceso de 14 siglos para que el surgimiento del Renacimiento volviera a iluminar el mundo occidental con la concepción humanista inspirada en el mundo griego7.

De la negación del cuerpo a la negación de la política

No sé cuán lejos imaginaba que podía llegar Friedrich Hayek cuando en 1944 publica las primeras bases teóricas del neoliberalismo8. Pero su diatriba contra el Estado de bienestar, sus ideas de no intervención del Estado en el mercado y de retracción del gasto público hacen eco en un pequeño grupo de la élite de economistas e intelectuales de Europa y Estados Unidos. Recién en 1973, con la crisis del modelo económico de posguerra, sus postulados encuentran una oportunidad. Hayek instaló la idea de que la crisis era provocada por el poder excesivo de los sindicatos, y de manera más general, el movimiento obrero. Según el historiador contemporáneo Perry Anderson (1997) se pone en práctica una política que fomenta la reducción total del gasto social aumentando las tasas de desigualdad y “generando una tasa ‘natural’ de desempleo, o sea, la creación de un ejército de reserva de trabajo para quebrar los sindicatos”9.

Entre 1979 y 1983 se pasa de la teoría a la práctica en Inglaterra, Estados Unidos, Alemania y Dinamarca. El carácter expansionista de esta política no demora en expresarse en América Latina mediante las dictaduras que ponen en marcha el prototipo. En los años 90 se reversiona para funcionar también en democracia, primero con gobiernos de derecha y luego demuestra gran poder de adaptación funcionando también con gobiernos de expresión progresista. Estas políticas, que en su ciclotimia económica generan altos índices inflacionarios y deflacionarios, favorecen la concentración de la riqueza de una pequeña élite, recayendo el costo de las pérdidas en la población.

La permeabilidad de este modelo político también tiene su correlato en la educación. La historia parece volver a repetirse. Cuando la inestabilidad del sistema económico aumenta la pobreza, la distribución de la responsabilidad termina siendo tan desigual como la de la riqueza y es sobre el sistema educativo público que recae una cascada de críticas por la situación de desempleo. La premisa de que la educación pública “no ofrece la preparación adecuada para el mundo del trabajo” o no se adecúa a las “exigencias del mercado laboral del siglo XXI” se repite incesantemente.

Los organismos internacionales de crédito que fomentan esta visión nos ofrecen préstamos y recetas para alcanzar el éxito. El modelo del coaching empresarial aparece incipientemente con una nueva semántica para pensar las relaciones pedagógicas, edulcorado con atisbos de una moral positiva, el coaching emocional.

Las orientaciones artísticas y humanísticas, así como los contenidos, son los primeros interpelados en su utilidad, en cambio, competencias y nociones prácticas como “saber hacer” comienzan a tomar preponderancia en la escena educativa. Desde esta concepción, “política” se presenta como una palabra rota, porque se supone que no puede ofrecer soluciones a las “naturales” transformaciones del mercado.

Mientras tanto, el modelo que produce y reproduce esta problemática conquista cada vez más territorios de la esfera pública. Los privilegios culturales y políticos que la élite romana logró consolidar a través de la negación del cuerpo ve su reflejo en la actualidad en la negación de la política.

La palabra brota

Defender las asignaturas humanísticas, artísticas y científicas, hoy como ayer, es un acto contrahegemónico para evitar que la educación pública se encamine a formar soldados para el ejército que una élite privilegiada reclama para el mercado. Preservar la relación inquebrantable entre cultura y ciudadanía hace que política sea una palabrota, no por inmoral, sino por la magnitud de su grandeza ética y el peligro que representa para los pocos que concentran la riqueza. La palabra brota de los y las docentes que defienden nuestra cultura educativa. La palabra brota de quienes educan para la ciudadanía.

Gonzalo Irigoyen es licenciado en Ciencias de la Comunicación egresado de la Universidad de la República, docente de audiovisual en DGETP-UTU, músico e integrante del equipo del consejero electo por los docentes Julián Mazzoni en el Codicen.


  1. Banco Interamericano de Desarrollo (BID) (20 de enero de 2023). Habilidades para la juventud. Invertir en el capital humano de América Latina y el Caribe. Video en Youtube. 

  2. Administración Nacional de Educación Pública (ANEP) (16 de noviembre 2022). Transformación en gestión de centros educativos - Transformación Educativa (campaña de bien público. Video en Youtube). 

  3. Díaz Lavado, Juan Manuel (2001). Actas de las III jornadas de las humanidades clásicas. La educación en la antigua Grecia. Recuperado de La educación en la antigua Grecia. Dialnet. 

  4. Roldan Hervas, José Manuel (2008). Recuperado de (PDF) El ejército de la República Romana | José Manuel Roldan Hervas - Academia.edu 

  5. García Sánchez, Jorge (2015). Arqueología de la Paideia. Las sedes de la educación superior en las provincias helenísticas del imperio(III): los gimnasios. Recuperado de https://www.academia.edu/44902615/Arqueolog%C3%ADadelapaideiaLassedesdelaeducaci%C3%B3nsuperiorenlasprovinciashelen%C3%ADsticasdelImperioIIIlosgimnasios 

  6. Puyol, Raúl (2019). Las reformas militares de Cayo Mario. Efectos inmediatos y consecuencias en los últimos días de la República romana. Recuperado de https://repositori.udl.cat/bitstream/handle/10459.1/66641/rpuyolb.pdf?sequence=1&isAllowed=y 

  7. Sainz Varona, Rosa (1992). Historia de la educación física. Recuperado de https://docplayer.es/9502691-Historia-de-la-educacion-fisica.html 

  8. Hayek, Friedrich August (2011). Camino a la servidumbre

  9. Anderson, Perry (1997). Balance del neoliberalismo: lecciones para la izquierda. En Procesos: revista ecuatoriana de historia, N° 11, II Semestre, pp. 11-127. Recuperado de http://hdl.handle.net/10644/1350