El 15 de mayo, el pueblo palestino marcó solemnemente la ruta de 75 años cumplidos desde la Nakba (“la catástrofe”, en árabe), que es el evento más oscuro de su historia y que a su vez es el comienzo de décadas de injusticias, desplazamiento y violencia.

Este año, por primera vez, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) conmemora oficialmente la Nakba. Para los palestinos esta conmemoración es trascendental no sólo como recuerdo de un evento histórico, sino como vía para continuar contando nuestra historia, para darles reconocimiento a nuestros derechos y para mantener la esperanza en la paz con justicia. Es, en definitiva, una afirmación del pasado, presente y futuro del pueblo palestino.

La Nakba significó el violento desarraigo del pueblo palestino de nuestra tierra en Palestina, que ocurrió en los meses anteriores y posteriores a mayo de 1948. 530 aldeas y pueblos palestinos fueron destruidos, y 15.000 palestinos fueron masacrados por israelíes y fuerzas sionistas israelíes. Y 750.000 palestinos -más de la mitad de nuestra población en ese tiempo- fueron expulsados o huyeron temerosos por sus vidas de sus aldeas, dejando atrás sus hogares, sus tradiciones de vida y su patria.

Desposeídos y dispersos en lo restante de su patria y de sus países vecinos, cientos de miles de palestinos instantáneamente se convirtieron en refugiados. Hoy los refugiados palestinos son más de seis millones, situación que ha perdurado por más de cinco generaciones y a las que se les ha negado sus derechos a la luz de la ley internacional. Esto ha sido perpetrado por el sistema de ocupación israelí, por la colonización y opresión, que muchas organizaciones internacionales y catedráticos han considerado el establecimiento del apartheid.

Durante 75 años Israel se ha ocupado de negar consistentemente la Nakba, en el intento de borrar un evento traumático y trascendental en la historia palestina y de nuestra narrativa. En 2011 la Knesset (Asamblea) israelí consagró esta política como ley, aprobando un controvertido proyecto de ley llamado “Ley Nakba”, que impone sanciones financieras en instituciones que conmemoran la Nakba.

Todo esto es parte de un empeño más amplio de Israel para alterar la realidad histórica, geográfica y demográfica de Palestina. La negación de la existencia misma de los palestinos ha sido manifiesta numerosas veces en el discurso sionista, negación que ha sido acompañada de mitos como que Palestina era “un territorio sin gente para gente sin territorio” y que Israel “hizo que el desierto floreciera”. Si esto hubiese sido cierto, uno podría preguntarse: ¿cómo es posible, entonces, que más de 750.000 se convirtieran en refugiados?; ¿dónde habían vivido antes?

Este tipo de comentarios racistas sigue siendo empleado por altos políticos israelíes y líderes religiosos, quienes creen que la Nakba no fue lo suficientemente lejos en su acción y que abiertamente hacen un llamado a futuras expulsiones de palestinos, además de la destrucción de sus comunidades. Por ejemplo, Bezalel Smotrich, el actual ministro de Finanzas, bien conocido como colono de ultraderecha en el también actual extremista gobierno ultranacionalista, en su retórica supremacista dijo en marzo: “No existe tal cosa que pueda considerarse como palestinos porque no existe tal cosa como un pueblo palestino”. Lo dijo un mes después de afirmar públicamente que el Estado de Israel debería deshacerse de la aldea de Hawara luego de que el pueblo fuera el blanco de los colonos israelíes en un caos mortal.

Para los palestinos, la conmemoración de La Nakba es trascendental, no sólo como recuerdo de un evento histórico, sino como vía para continuar contando nuestra historia.

En este contexto, la Nakba ya no se limita a un evento histórico para la mayoría de los palestinos, sino que es una experiencia diaria. El mundo fue testigo de esto hace apenas unos días en Gaza. Los aviones de guerra israelíes lanzaron bombas que cayeron sobre los dos millones de palestinos que ya se encontraban atrapados en Gaza por un cerco ilegal de 16 años al que un funcionario de la ONU una vez describió como “el único conflicto en el mundo en el que a le gente ni siquiera se le permite huir”.

En cinco días Israel asesinó a 33 palestinos, incluidos siete niños, y desplazó a más de 1.000 personas. Estas imágenes de familias y niños palestinos desolados por sus hogares destruidos han sido un latente recordatorio de que la Nakba sigue ocurriendo después de sus 75 años.

Y no sólo se trata de las bombas lanzadas a Gaza -una atrocidad que se repite y repite sin parar-, se trata en paralelo de la constante demolición de escuelas y casas por parte de Israel para cumplir con la meta ilegal de la anexión de más tierras palestinas. Hoy hay más de 800.000 colonos ilegales viviendo en tierras ocupadas palestinas, lo que es un crimen de guerra para la ley internacional. Y cada día estos colonos ilegales se hacen cada vez más violentos, y cada vez más hieren y asesinan a nuestra gente. A un mismo tiempo, destruyen árboles de olivos que desde la antigüedad han pertenecido a nuestra tierra, además de incitar a la vandalización en espacios sagrados cristianos y musulmanes. La meta, el fin último de Israel, es clara: apoderarse de más tierras palestinas con cada vez menos palestinos en ellas.

Israel justifica estas acciones como su “derecho de autodefensa”, mientras que sus fuerzas militares y colonos han asesinado, desde enero de 2023, a 165 civiles palestinos, incluidos 26 niños. Israel califica estas matanzas de familias y niños sólo como un “daño colateral”. Así trata de disminuir la natural y consecuente impotencia ante estos hechos expresada por el mundo. De la misma manera, intenta silenciar cualquier tipo de crítica, ya que sus obvias acciones violentas deben ser empleadas con el fin de mantener su ocupación ilegal.

Pese a todo esto, pese a esta catástrofe e incluso después de 75 años de una continua Nakba y pese a 56 años de ocupación, el pueblo palestino se mantiene fuerte. Nosotros no aceptamos ni aceptaremos una vida de subyugación, más allá del poderío militar israelí y más allá de sus intentos por silenciar al pueblo palestino. Los palestinos tienen la determinación de aceptar únicamente el camino que conduce a la libertad, a la preservación de nuestra dignidad y a la garantía de nuestros derechos de acuerdo a la ley internacional.

Las injusticias de la Nakba son una herida permanente y un momento definitivo en la historia, en las vidas de los palestinos y en Medio Oriente. Esas heridas están en la esencia de la lucha palestina por la justicia, la libertad, la dignidad y la paz. Y, pese a todo lo sufrido, la identidad nacional palestina es siempre más fuerte. Por ende, nuestra convicción en la justicia permanece firme. Las nuevas generaciones están dedicadas a la libertad de Palestina y están comprometidas a compartir el mensaje de nuestra causa con el mundo. No hay alternativa paralela para la justicia y la libertad. Esta vez, no necesitamos permiso para narrar nuestra historia y escribiremos con perseverancia nuestra propia conclusión.

Nadya Rasheed es embajadora del Estado de Palestina en Uruguay.