Leyendo el artículo de la colega Evelyn Marchicio titulado “¿Cómo escriben nuestras infancias?”1 surgieron ciertos aportes sobre los motivos por los que podemos estar encontrando estas deficiencias en la forma en que los niños (y me atrevería a agregar: los adolescentes, por no ser aún más amplia) escriben, leen, se expresan. No hay discusión sobre por qué es importante preocuparse y ocuparse de la lectoescritura, ni dudas acerca del lenguaje como estructurador y amplificador del pensamiento, a través del cual podemos comunicar nuestra subjetividad pero también desarrollar formas complejas de explicar el mundo, conocerlo, interpretarlo y transformarlo de forma crítica y activa. Sería también reiterativo extenderme en el tan estudiado papel que las tecnologías y redes sociales tienen en todo este asunto o en las implicancias sociopolíticas de estas competencias: “El poder no está, por tanto ,al margen del discurso (...) El poder es algo que opera a través del discurso” (Foucault, 1975)2.

Es amplio y complejo el abordaje en un solo artículo de todas las interrogantes que rodean a la cuestión de la escritura, pero quizás podamos empezar, sin rodeos, a pensar cuáles son los caminos por los cuales esta no va a mejorar (que a su vez podemos fácilmente extrapolar a otras áreas del conocimiento).

No va a mejorar mientras sigamos teniendo una profesión docente altamente precarizada, no solamente en su remuneración en relación al trabajo realizado, sino también socialmente subestimada, pisoteada en lo cotidiano. Y ciertamente no va a mejorar mientras las reformas educativas no sean profundas, pensadas para sostener procesos de aprendizaje reales y no para lograr mejores tasas de pasaje de grado.

Por otra parte, afirmar que “si escuchamos a los niños, leen, conocen diferentes autores, títulos, vemos a los niños con libros en sus manos, nos cuentan sobre lo que leen, se interesan por la biblioteca de aula o escolar” es, si no sesgado, al menos, ingenuo. Muchos niños leen, sí, con la motivación adecuada, incluso se interesan por la biblioteca de aula o escolar (si existe), pero también tenemos otros niños cuyas realidades están muy, muy lejos de la biblioteca. Es a ellos, también, a quienes el Estado y los docentes tenemos la obligación de asegurar a través de las instituciones educativas, un aprendizaje profundo que posibilite la “racionalidad emancipadora” que fundamenta nuestro propio Programa de Educación, que al decir de Henry Giroux3 “plantea su interés en la autorreflexión con acción social diseñada para crear las condiciones materiales e ideológicas en las que existen relaciones no alienantes y no explotadoras".

Pero volviendo al artículo citado: ¿Cómo podemos acompañar los procesos de escritura los docentes?

Las neurociencias nos han brindado sustento actualizado para entender los fundamentos biológicos de los procesos de aprendizaje y lectoescritura: para aprender es necesario poner en juego una multiplicidad de procesos cerebrales llamados funciones ejecutivas. “Son actividades mentales complejas, necesarias para planificar, organizar, guiar, revisar, regularizar y evaluar el comportamiento necesario para adaptarse eficazmente al entorno y para alcanzar metas”.4

Dichas funciones (flexibilidad mental, regulación atencional, memoria a corto plazo o de trabajo, inhibición de impulsos, estimación temporal, entre otras) requieren maduración biológica por un lado, aprender a gestionarlas de forma eficiente, por otro; pero fundamentalmente necesitan de un encuadre controlado, muchas veces atención personalizada del docente, que es difícil de brindar si este es el único en el salón y tiene que atender a 29 niñas y niños más. Con aulas superpobladas, recursos mínimos y ocupando el tiempo de planificación no remunerada en responder a necesidades muy por fuera de la situación real del salón de clases (proyectos interminables, demandas quiméricas desde inspección, entre otras), se hace difícil enseñar a escribir.

El desempeño de los niños no va a cambiar sustancialmente hasta que no se tomen medidas acordes al lugar que queremos que ocupen la escuela y los docentes en nuestra sociedad.

Podemos pensar en apoyarnos en las familias para trabajar juntos en formas de acompañamiento desde el hogar, siempre y cuando exista un mundo adulto que pueda acompañar a sus niñas y niños (ni que hablar que para esto debe haber antes otras necesidades cubiertas, que hoy por hoy estamos lejos de asegurar en el 100% de los casos). Y para ello, a su vez, sería importante fortalecer desde lo sociocultural la valoración que existe acerca del rol. Esto, sin dudas, empieza por el ejemplo que las autoridades educativas brindan al gestionar los vínculos con sus propios docentes.

Apuntes prácticos

Se pregunta la docente en la columna mencionada qué aliados podríamos encontrar.

-Familias. Si estás leyendo este artículo y eres de alguna manera referente de un escolar, confía en sus docentes como profesionales e intelectuales de la educación. Tienen detrás un título habilitante, una trayectoria que de una u otra forma los ha llevado hasta allí, tienen en sus manos el futuro de los más jóvenes. Si por algún motivo no acuerdas con sus métodos, pregúntate de qué forma puedes actuar para hacer algo por esta situación: ¿escribiendo en el grupo de Whatsapp de padres? ¿Tirando la toalla y enseñándole las cosas "a tu modo"? ¿O pensando y consultando desde el respeto por qué se están haciendo las cosas de esa manera? Y si de otra forma, te encuentras satisfecho, comunícaselo, pídele consejos para potenciar al niño desde el hogar, asume un rol activo en el año escolar: no está prohibido proponer salidas, jornadas, acompañar de distintas maneras. Podemos pensar desde qué lugar aportar a un docente en su ardua tarea. Esto tiene una incidencia directa e inmediata sobre el proceso educativo en lengua o en cualquier área.

-Nosotros mismos. Por experiencia me consta que a veces un docente se “aliena” con la cantidad de tareas que tiene que cumplir, el número de realidades a las que prestar atención, sumado al agotamiento físico y mental que son inherentes al rol. La presión ejercida para cumplir con toda clase de tareas que no siempre son las que nos competen como docentes, muchas veces pueden facilitar el desborde. Es fundamental tomar nuestra tarea con la responsabilidad que requiere, sí, pero en momentos críticos es importante poder distanciarse de la situación y entender que somos humanos y podemos parar. Pedir ayuda. Salir del aula un momento, respirar. Poner límites, defender nuestras prácticas y convicciones. Vincularnos entre colegas desde la empatía y la colaboración. Los niños necesitan docentes que sobre todo estén sanos y equilibrados: podemos y debemos esforzarnos al máximo en nuestra tarea, pero no siempre podremos tapar todas las goteras de una realidad que nos excede.

-Marco institucional (escuela, liceo, dirección, inspección, etcétera). Siguiendo en la línea de revalorizar al docente como profesional e intelectual de la educación, considero que la institución debe ser un colchón para los docentes. No se les puede seguir sobreexigiendo y forzándolos a ocuparse de cientos de cuestiones que los apartan de su tarea esencial: observar la realidad del aula y pensar acciones y estrategias de trabajo específicas. Proyectos, papeleos, entre otras cosas, únicamente desvían y burocratizan la atención de lo que realmente importa.

En síntesis (y a riesgo de ser reiterativa con mis propios aportes en este mismo medio): el desempeño de los niños no va a cambiar sustancialmente hasta que no se tomen medidas acordes al lugar que queremos que ocupen la escuela y los docentes en nuestra sociedad. Hoy, más que nunca, cuando la exposición a todo tipo de información sin filtro es moneda corriente, necesitamos individuos que egresen de nuestras instituciones haciendo gala del tan citado espíritu crítico, capaces de pensar, pensarse y actuar en una sociedad compleja.

Espacios remunerados de planificación y gestión, más personal en las escuelas, condiciones edilicias dignas, esas son algunas ideas concretas que tendrán repercusión en cómo escriben, piensan y actúan nuestras infancias. Invertir en trabajo saludable para los docentes es asegurar espacios de aprendizaje adecuados para los niños.

Florencia Costa es maestra egresada de los Institutos Normales de Montevideo.


  1. https://ladiaria.com.uy/opinion/articulo/2023/4/como-escriben-nuestras-infancias/ 

  2. Foucault, Michel (1975). Citado en Programa de Educación Inicial y Primaria, CEIP. 

  3. Giroux, Henry (1992): “Teoría y resistencia en educación”. México, Siglo XXI. 

  4. Bauermeister, J. J., Cumba-Avilés, E., Martínez, J. V., y Puente, A. (2008). El Inventario de Experiencia Familiar: una medida del impacto de los hijos e hijas en los padres y madres. Revista Puertorriqueña de Psicología, 19, 216-222.