Cuando se instala un debate, existe una máxima en el campo de la argumentación que es que no se debate con personas sino con ideas. Es decir, evitar cometer la falacia ad hominem (contra el hombre): desvalorizar el contenido de la afirmación interpelando o atacando a quien lo dice. En filosofía constantemente advertimos esta posibilidad y somos conscientes de que cuando ocurre hay un problema en nuestro contraargumento, que puede costarnos la defensa de nuestra postura. No es un dato menor que a lo largo de la experiencia y de los tiempos, evitando ser maquiavélicos, quienes hacen ciertas afirmaciones portan una ideología o un discurso que es parte de lo que se conoce como hegemonía. Por ende, hay discursos que son preparados, organizados, presentados y enunciados desde una perspectiva hegemónica que se quiere implementar o que está implementada y que se acrecienta con cada acción en favor de un contenido a ser defendido.

¿Para qué este análisis? Lo que quiero expresar es la necesidad que tienen las autoridades de la educación de defender e introducir de una u otra manera la formación por competencias, ese salvador mesiánico que pondrá fin a nuestras ruinas culturales y sociales. Esto se evidenció en el informe realizado por el Instituto Nacional de Evaluación Educativa (Ineed) y en las declaraciones posteriores de su presidente, donde dice textualmente que a las y los adolescentes: “el problema es que no les interesa, no les parece relevante”.1 Y concluye que el problema es la propuesta educativa, por eso la necesidad de un cambio urgente.

Acá señalaremos algunas diferencias –radicales– con esas afirmaciones. Por un lado, se expresa que hay una brecha que se ha acrecentado en los sectores más vulnerables, pero que no es sólo un tema de la pobreza, sino también en sectores medios altos se ha evidenciado desinterés por el estudio. Esto sería porque la currícula no es atractiva ni genera interés. Pero en realidad lo que no es atractivo en el Uruguay es el futuro laboral y profesional. Acá el problema no está en cambiar la currícula para que se vuelva menos “pesada”, sino en estudiar y generar que el estudio sea a largo plazo una inversión, pero además riqueza cultural y no una pérdida de tiempo. Para ello hay que cambiar el horizonte y la estructura social –y política y económica– a gran escala. Esto implica que el estudiantado pueda tener perspectiva de futuro, que el estudio sea considerado y concebido como una herramienta –o un bien– imprescindible para el campo laboral, pero también para la vida en sí.

Ese cambio de paradigma conlleva inversión en varias áreas, además de la educativa. La solución no puede ser pensar en competencias que nos den mano de obra –barata– para el mercado laboral, la educación no puede estar controlada ni hecha a demanda de este. La educación es un derecho y un bien, pero para que tenga estas características que son su esencia en sí, se debe crear perspectivas materiales que muestren la posibilidad de que estudiar y profesionalizarse tiene un rédito, y esto debe ser una política de Estado. Si las condiciones materiales y económicas no cambian, no es posible generar futuro. Si lo que reina es la pobreza y la miseria, si unos pocos son los que tienen capital y el afortunado es quien nace en tal o cual clase social, no tenemos futuro, ni los estudiantes ni quienes estamos como docentes en el aula.

Al decir del pedagogo brasileño Paulo Freire, a quienes adoptamos cierta ética profesional nos interesan los “descamisados”, porque la defensa de la educación pública es la defensa de la educación de la clase trabajadora, y esa conciencia de clase puede y debe ser un imperativo ético y pedagógico en el momento de pensar alternativas de cambios. Esos cambios no implican, como dice el presidente del Ineed, una reforma o transformación basada en las competencias –las que defiende notoriamente y lo podemos constatar en su currículum–, sino cambios estructurales, sociales, económicos y políticos que favorezcan a las clases más vulnerables.

Me declaro en contra de una reforma que deja de lado e intenta tapar lo que se necesita cambiar, que es la estructura social y económica para que los y las estudiantes puedan pensar que es posible un futuro mejor.

La propuesta siempre será atractiva si al finalizar o comenzar una nueva etapa se puede construir un futuro, se puede ver más allá del día a día. Eso en la actual juventud y adolescencia no se ve, porque además del lema carpe diem, que constituye el ser parte de esa generación, también denotan que hagan lo que hagan terminan siendo asalariados sin futuro, esperando la suerte del 5 de Oro o ascender en un trabajo para el que no necesitan grandes estudios.

Eso sí, lograr el carácter de críticos de las condiciones laborales, pensar en la defensa de los derechos del trabajador, informarse en leyes y exigir mejores condiciones, también es un aprendizaje que está en la órbita liceal, y cuidado, acá no hablamos de proselitismo, sino de que cuando generamos las condiciones para ser críticos y reflexivos de la realidad y de lo que es el mercado laboral, salta a la vista las carencias que tiene y la necesidad de defender lo que es justo. Por ello, retomo la idea de declararme en contra de una reforma que deja de lado e intenta tapar lo que se necesita cambiar, que es la estructura social y económica para que los y las estudiantes puedan pensar que es posible un futuro mejor.

Comprender y explicar que el discurso hegemónico responsabiliza a la propuesta educativa y a las y los docentes, es parte de la responsabilidad ética-política y el compromiso intelectual que tenemos quienes construimos para una formación emancipadora. Responsabilizar a los educadores de la falta de interés del estudiantado implica no asumir ser parte de un modelo que no genera oportunidades reales ni deseables. Es crear un enemigo fácil de lapidar, un enemigo que siempre y en todos los tiempos ha estado en el ojo de la tormenta, porque su accionar implica generar herramientas que sean constructoras de oportunidades para un proyecto de vida, para una sociedad más justa, y por qué no, para una sociedad mejor.

Elisa Vidal es profesora de Filosofía de secundaria.