El problema de Siracusa es uno de los más simples y aparentemente irresolubles que existen en la matemática. Tan increíblemente simple es, que cualquiera que pueda sumar, dividir y multiplicar lo puede entender. Funciona con cualquier número que se haya intentado y hasta ahora, nadie lo ha podido refutar ni plantear un contraejemplo.

ChatGPT lo explica así:

  1. Toma cualquier número entero, positivo, n.
  2. Si n es par, divídelo entre 2 para obtener n/2.
  3. Si n es impar, multiplica n por 3 y agrégale 1 para obtener 3n + 1.
  4. Continúa este proceso con el resultado obtenido, repitiendo los pasos 2 y 3, sucesivamente.

La conjetura de Collatz1 afirma que, sin importar el número entero positivo inicial que elijas, tarde o temprano la secuencia de operaciones siempre llegará a 1 y se quedará en un ciclo 4, 2, 1. Por ejemplo, si empezamos con n=6, la secuencia sería: 6, 3, 10, 5, 16, 8, 4, 2, 1.

He aquí el paralelismo. En todos los tipos de la literatura se aplican metáforas de la matemática para explicar situaciones. Si la filosofía es la madre de todas las ciencias, la matemática es el lenguaje común con el que ha instruido a todos sus vástagos. Conocí este problema cuando vi la película Incendies, usado como simbolismo para el argumento de la historia.

En el caso de este artículo, me gustó mucho usarlo para entender que muchas veces -en la vida misma- no sabemos que todas las soluciones tienden a una sola y las confundimos con caminos distintos. Pues a menudo no lo son; al aplicarle pasos de análisis a un conjunto de ellos, tienden inexorablemente a uno solo.

La casa de paja

Una economía parcialmente primarizada no necesariamente es la casa de paja de la fábula de Los tres chanchitos. Hemos estado observando en América Latina corrientes políticas que establecen primarización como contrapuesto a soberanía, progreso o desarrollo sostenible. La producción de bienes primarios ha sido el rol asignado en la época colonial a nuestras tierras a cambio de la importación de bienes de lujo, sí, pero varias excolonias a lo largo del globo han resignificado este rol asumiéndolo como parte de la identidad de sus pobladores y usándolo de palanca para crecer. Es necesario dejar de lado estructuras moralistas sobre qué compatriotas son los causantes del retraso de una nación.

Hace unos años, cuando Danilo Astori era ministro de Economía, se quejó de que muchas veces habíamos caído en una “discusión inútil y nefasta sobre la ‘primarización’ de la producción” en Uruguay, tras agregar que “da la impresión que producir alimentos fuera negativo”. Pronto tendremos elecciones; volveremos a elegir la conducción de nuestro país sin abandonar el falso escenario de que entre las dos opciones predominantes, una quiere la primarización y la otra la rechaza.

Tampoco es la idea argumentar esto con el clásico dato de producto bruto interno agropecuario, empleo generado, empleos indirectos, aporte relativo, etcétera. Ya sabemos que el agro es el principal motor de la economía. El asunto aquí sería si nos parece bien o deseable que así sea, o creemos que ese es el impedimento para nuestro despegue. O si un político que pone sus fichas en el desarrollo del sector servicios podría estar interesado en dialogar genuinamente con algunos de estos actores o hasta quizá considerarlos aliados estratégicos. ¿Pueden serlo?

La industrialización es la tierra prometida de los desarrollistas. Muchos autores depositan en ella el caballo de batalla para la prosperidad, y esto puede ser cierto. Pero debe atenderse que los países que alcanzaron altos niveles de crecimiento relativo en las últimas décadas -hablamos de Asia y Oceanía- no lo hicieron con estrategias sustitutivas de un sector preferible a promover, dejando de lado otros (del incentivo o de la discusión estratégica). Todo lo contrario; esto se hizo en absoluta sinergia. El discurso sustitutivo en el ámbito local es muchas veces traído desde la retórica peronista, con una comprensible justificación por conflictos terribles que suceden en el país vecino con la oligarquía terrateniente y su conflicto de intereses con la industria. Pero no es linealmente extrapolable a nuestra realidad. No tenemos ni su industria, ni sus suelos, ni su tamaño, ni exactamente los mismos conflictos de interés (los hay, pero son otros).

También es honesto decir que muchos de esos países que pegaron un salto en su desarrollo tuvieron ayudas sustanciosas. Pero no es cierto que no podamos buscar algunas de ellas mediante cooperación. Es momento de dejar de anteponer las leyes de la economía a la naturaleza y entender que estas están circunscriptas en las leyes físicas, que existen verdaderos límites que amenazan la viabilidad de nuestros sistemas. La única forma de hacerlos perdurar es mediante innovación que les permita adaptarse al cambio climático y hacer viable la producción en el tiempo y que les permita evaluar el impacto que generan con modelos propios.

Agro e innovación

Demos un claro ejemplo de cómo están conectados el agro y la innovación en este país. Hace unos pocos días el exrector de la Universidad de la República, el ingeniero Rafael Guarga, estuvo en la Facultad de Agronomía presentando su libro Una historia del futuro,2 donde estimula a los jóvenes a estudiar carreras científicas. Rafael Guarga tiene reconocimiento internacional por su trayectoria como innovador, y cualquiera podría pensar que su aporte y su enfoque no tienen nada que ver con una facultad que se dedica a estudiar cómo pastan las vacas. Pues es un grave error. El inmenso aporte a la humanidad de Guarga fue a través de un invento patentado en varios países: el Sumidero Invertido Selectivo (SIS), un dispositivo con múltiples aplicaciones en el agro, en la industria y en el transporte (hoy en día comercializado por la empresa Frost Protection). Pero es fundamental destacar que su invención fue motivada en su origen nada más ni nada menos que por un problema agronómico: mitigar el impacto por la ocurrencia de heladas. La innovación nacional tiene un repositorio esencial en nuestra matriz productiva identitaria; en el medio rural la creatividad no tiene límites.

No podemos permitir que el mercado administre el desarrollo ni que la visión parcializada del desarrollo nos haga perpetuar las fracturas entre campo y ciudad pensando que uno es culpable de los males del otro.

Existen muchos caminos en los cuales la ganancia por desarrollo de la industria o del sector terciario puede ser reinvertido en la matriz productiva para lograr sistemas primarios resilientes, que produzcan con tecnología que permita maximizar la eficiencia de uso de los recursos y mantener niveles de suficiencia que hagan viables los sistemas. Esto es una sinergia entre la producción de materias primas y el resto de la economía que nos permite preservar nuestra identidad como país de campo, una visión a largo plazo que no prive a las próximas generaciones de sentir orgullo por la producción de alimentos y poder vivir de ello regenerando la naturaleza que provee de recursos.

Matriz identitaria y brecha tecnológica

Nosotros tenemos nuestros recursos y estos nos identifican. Sánchez Proaño -un reconocido investigador ecuatoriano sobre economía ambiental- explica3 que el metabolismo sociedad-naturaleza está condicionado por los recursos disponibles de un medio y constituye una huella de identidad distinta para cada sociedad. El revisionismo refundacional de nuestra identidad como productores de materias primas y negación sistemática (por acción u omisión del relato) nos conduce a un vaciamiento de sentido y puede derivar en mayor conflicto y ruptura social a la hora de superponer modelos de país.

No es la primarización en sí misma la que nos coloca en subordinación respecto al mundo desarrollado, sino la permanente lógica dogmática de que es el mercado el que se va a ocupar de redistribuir la riqueza que nuestra producción genera mediante el trabajo de nuestros compatriotas.

Es la conducción neoliberal del desarrollo económico lo que tenemos que combatir y no nuestras raíces e identidad. La creencia de que abandonando nuestras bases primarias y sustituyéndolas plenamente por una indefinida “diversificación de alto valor agregado” vamos a posicionarnos en una suerte de potencia desarrollada es una falsa dicotomía.

La brecha tecnológica es generada por un monopolio cognitivo que nos impide los beneficios del desarrollo endógeno. Frecuentemente se asocia el desarrollo endógeno únicamente al proceso de industrialización, pero no se observa cómo llevarlo a cabo íntegramente es crucial para el avance del sector agropecuario ni de los beneficios que podría generarle a toda la sociedad. Atender esta brecha en este sector podría subsanar con creces la imagen de un sector que “no genera valor” o que “atrasa”. Múltiples ejemplos en países desarrollados muestran los enormes beneficios de tecnificar la producción primaria atendiendo las especificidades territoriales.

El cambio estructural en nuestro país tuvo efectos significativos en el crecimiento de todos los sectores. Sin lugar a dudas, la política industrial también logró beneficiar al sector agropecuario, que ciertamente apoyó su impulso en la década de 1930. Pero después del modelo de industrialización por sustitución de importaciones (ISI) vino el neoliberalismo, y posterior a él no hemos logrado que el debate sobre el desarrollo económico logre tener la visión largoplacista que necesita.4

Es comúnmente rechazada y cuestionada la importación del “paquete tecnológico” -fertilizantes, herbicidas, agroquímicos, genética, etcétera- como causante de dependencia y debilitamiento de nuestro desarrollo. Aplicando las palabras de Judith Sutz y Rodrigo Arocena en el libro Subdesarrollo e innovación: navegando contra el viento (2003), la apropiación del conocimiento en manos de países desarrollados hace que confundamos lo que es un juicio de valor a la tecnología en sí misma con la desestabilización que generan “los procesos sociales de generación, apropiación, uso y control del conocimiento”. No es el avance o la tecnología en sí lo que deberíamos rechazar, sino su imposición bajo la lógica de mercado a quienes dependemos de ella para poder producir, sin que esta esté necesariamente adaptada totalmente a nuestras necesidades.

La incorporación de estos paquetes tecnológicos importados para producir necesita conducción política con nociones de soberanía, sin dejar de lado el pragmatismo. No podemos adoptar cualquier camino a cualquier precio. Pero sin interiorizarse en las necesidades de quienes producen es muy difícil tomar esta decisión de forma asertiva.

A su vez, los conocimientos necesarios para generar innovación nacional a menudo son gestados, pero naufragan. No hay suficientes mecanismos formales de transferencia del conocimiento básico generado en la universidad, la innovación y su implementación a través del Estado o el sector privado. Existe una verdadera oportunidad en toda la investigación que desperdiciamos, en la innovación que se cuela y emerge por diversas partes y podría estar dando mucho más impulso a nuestros sistemas (como por ejemplo, el invento del exrector).

Consolidación

La primarización deja de ser endeble en la medida en que establece relaciones proactivas con el resto de la economía y logra incorporar el proceso innovador. La volatilidad de los precios de los commodities deja de dar un coletazo al país en la medida en que el sector logra diferenciar sus productos de exportación, agrega valor y se consolida la marca país mediante políticas de Estado. La generación de empleo de parte del sector tiene aún un enorme impulso por tomar, especialmente en relación a los incentivos que recibe. Pero lo mismo le sucede a la industria manufacturera, es decir, no es porque haya un sector más capaz que otro de aprovechar las oportunidades que la gestión pública administra.

En conclusión, no podemos permitir que el mercado administre el desarrollo ni que la visión parcializada del desarrollo nos haga perpetuar las fracturas entre campo y ciudad pensando que uno es culpable de los males del otro. Poner sobre la mesa aspectos como la retroalimentación posible en el estímulo a varios sectores y dejar de asociar unos u otros al “progreso” es fundamental para un crecimiento soberano que contemple nuestras propias características. Los distintos sectores necesitan de la identificación de problemas clave de cada uno para -como dicen Sutz y Arocena- “captar la especificidad de la situación” y aplicar soluciones propias, y el sector primario está lejos de ser la excepción. No sólo nos jugamos la posibilidad de seguir viviendo acorde a nuestras tradiciones de forma sustentable, sino también la chance de finalmente dejar de ver tantos compatriotas no disfrutar de los frutos de nuestro arduo trabajo. La aplicación estratégica de la innovación para su posterior redistribución de los beneficios plantea una luz al final del túnel en este sentido.

Sofía de León es estudiante de la Facultad de Agronomía y militante de la Juventud Socialista.

Referencias

  • Arocena, R. y Sutz, J. (2003). Subdesarrollo e innovación. Navegando contra el viento. Cambridge University Press.
  • M. Lavalleja y F. Scalese, “Los incentivos y apoyos públicos a la producción en el Uruguay”, serie Estudios y Perspectivas-Oficina de la CEPAL en Montevideo, N° 45 (LC/TS.2020/11-LC/MVD/TS.2019/8), Santiago, Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), 2020.
  • Román, C. Willebald, H. (2019) “Structural change in a small natural resource intensive economy. Switching between diversification and reprimarization”. Serie Documentos de Trabajo, DT 31/2019. Instituto de Economía, Facultad de Ciencias Económicas y Administración, Universidad de la República, Uruguay.
  • Sánchez Proaño, R. (2021). Análisis de la primarización de la economía en América Latina desde la base material del método dialéctico. Conciencia Digital, 4(3.2), 79–94. https://doi.org/10.33262/concienciadigital.v4i3.2.1852