Días atrás el FA conmemoró una nueva edición del Día del Comité de Base. Además de mucha difusión virtual en las diversas plataformas, al circular por algunas de esas entidades territoriales (que indudablemente han sido parte de la construcción de una identidad de izquierda), la foto era casi la misma: adultos de 40 años para arriba, aunque predominantemente veteranos tirando a 70. Y no se cuestiona el esfuerzo y el reto asumido por la actual conducción de la fuerza política de activar la militancia, a poco más de un año de una nueva instancia electoral. Ahora, ¿el desafío con una meta asociada de generar 500 comités de base activos (que de acuerdo a los reportes viene avanzando a buen ritmo contando casas y asambleas sin necesidad de base locativa) es suficiente?
Desde la asunción de Fernando Pereira en la conducción de la fuerza política, fue marcada la definición de salir del área metropolitana al encuentro de las diversas realidades socioterritoriales, para abordar ese constante reto de la izquierda de llegar al “interior profundo”. La escucha, otro elemento muy loable, que se ha ido acompasando con las progresivas candidaturas, en algunos casos formalizadas y en otros casos en proceso de formalización. Eso supone una tarea también desafiante, en la medida que requiere preservar la construcción de la plataforma programática en unidad, sin exacerbar los coletazos, movimientos, pugnas y estrategias sectoriales.
El pasado 25 de agosto en la mayoría de los comités era muy excepcional encontrar a las nuevas generaciones. Me viene al recuerdo un diálogo con un adolescente hace poco tiempo; se aprestaba a tramitar la credencial y me decía estar contento de poder votar, pero al mismo tiempo afirmaba: “No hay jóvenes en política diciendo las cosas que nos pasan y nos preocupan a nosotros”. Aquella sentencia, previa a las elecciones de 2019, hoy adquiere tal vez aún más validez.
¿Qué lugar ocupan las nuevas generaciones en todos estos asuntos y debates cotidianos? Hace un buen rato que la ascendencia de la izquierda sobre las nuevas generaciones ha perdido peso. Pero no me refiero solamente al peso electoral de ese segmento poblacional, sino a la presencia de las juventudes en los ámbitos de movilización y propuesta. ¿Quién les habla a los y las jóvenes en el sistema político? ¿Quién los está escuchando y les otorga ámbitos y canales para expresarse?
Existe una inmensa deuda con vehiculizar la voz de esas nuevas generaciones. Como contrapunto, muchas veces las juventudes aparecen estigmatizadas o presentadas como parte del problema y no de la solución en las “noticias” que se consumen a diario. Las infancias y las adolescencias del Uruguay siguen siendo postergadas, tanto en las plataformas políticas como en las políticas públicas que luego se implementan. Tampoco es casualidad lo que presentan en forma sostenida los distintos informes sobre pobreza y desigualdad. Los niños, las niñas y los adolescentes son quienes más sufren las vulnerabilidades sociales en este país.
¿Quién les habla a los y las jóvenes en el sistema político? ¿Quién los está escuchando y les otorga ámbitos y canales para expresarse?
Hace pocos días leía un lindo reportaje donde Luana Persíncula, con sus 21 años, decía en justas palabras, clarísimas: “Capaz que vos estás muy tarde y yo estoy muy ahora. Ahora, si juntamos mi sabiduría con tu sabiduría, ahí puede salir algo diferente. Para mí hay que tomar la sabiduría de la gente grande y adaptarla con las ideas de los jóvenes”.1
En esa definición de la artista (que, aclaro, en ningún momento quiso politizar ni partidizar la referida entrevista) hay un inmenso significado y probablemente muchas pistas. No alcanza con ofrecer buenas candidaturas para defender una plataforma electoral. Probablemente tampoco sea suficiente ampliar la escucha y el diálogo con el interior profundo.
Es vital que la izquierda trabaje sobre dos elementos sustantivos que han cambiado fuertemente. Hoy el Frente Amplio no tiene en su oferta de primera línea un liderazgo carismático indiscutible, de esos que enamoraban al votante con frases mágicas como el “festejen” o “¿sabés una cosa, pueblo?”. Eso es parte del acervo, pero ya no está.
A la dificultad anterior, de ausencia de un liderazgo que deberá renovarse sobre nuevas cualidades, se le suma una segunda gran dificultad. No hay, salvo experiencias muy puntuales o aisladas, espacios donde la voz y las inquietudes de las nuevas generaciones se vean recogidas. Es deseable y hasta imperioso un análisis profundo con relación a cuál es el espacio efectivo de incidencia y dónde quedan representados los intereses y las percepciones de las juventudes. ¿O es que no tienen nada que decirnos respecto a la apropiación del espacio público, la inclusión territorial o el derecho a la ciudad?
La necesidad de construir puentes, canales o plataformas para que los y las jóvenes digan, critiquen y propongan es impostergable. No hay un proyecto de izquierda transformadora sin perspectiva de género, tampoco sin perspectiva de generaciones. Después no vale asombrarse con fenómenos como los que ocurren en otras sociedades (de la región y del mundo), donde inexplicablemente las fuerzas progresistas pierden pie y las nuevas generaciones se inclinan hacia alternativas que privilegian soluciones individualistas, conservadoras y hasta reaccionarias.
Martín Pardo es politólogo con especialización en desarrollo económico territorial.
-
Entrevista en Montevideo Portal, 29 de agosto de 2023. ↩