En Argentina, cerca del 60% de los adultos sufren de sobrepeso u obesidad; así superan el promedio global del 40%. Se estima que estas cifras crecerán hasta alcanzar el 50% a nivel mundial para el 2035. La Organización Mundial de la Salud señala que alrededor de cuatro millones de adultos fallecen anualmente debido a esta problemática, que es considerada una pandemia global, resultado de la malnutrición.

El sobrepeso y la obesidad están estrechamente vinculados al consumo de alimentos procesados, ricos en azúcares, grasas y sal, además del sedentarismo. Las consecuencias de este exceso de peso incluyen un mayor riesgo de padecer enfermedades crónicas no transmisibles, como: enfermedades cardiovasculares, diabetes, hipertensión y enfermedades oncológicas. Estas preocupantes repercusiones en la salud se ven agravadas por los efectos del cambio climático a nivel global.

Según las Naciones Unidas, el cambio climático se refiere a las alteraciones a largo plazo en las temperaturas y los patrones climáticos, a nivel regional y global. Por lo general, se asocia con catástrofes naturales como inundaciones, tormentas intensas, sequías prolongadas, escasez de agua, deshielos, incendios y condiciones extremas de temperatura. Sin embargo, rara vez se consideran las posibles implicaciones que el cambio climático podría tener en nuestra rutina diaria, particularmente, en la alimentación.

El cambio climático incide clara e irrefutablemente en la producción de alimentos, es decir, disminuye o deteriora su disponibilidad, diversidad y acceso. Según el último informe de la Mesa Nacional de Monitoreo de Sequías en Argentina para el año 2022, cerca de 175 millones de hectáreas se vieron gravemente afectadas por la sequía. Esta situación generó problemas en el suministro de agua, tanto para el consumo humano como para el ganado, y puso en riesgo la producción de más de 17 millones de cabezas de ganado. Además, provocó una significativa reducción en los rendimientos de cultivos en más de un millón de hectáreas.

El cambio climático incide clara e irrefutablemente en la producción de alimentos, disminuyendo o deteriorando su disponibilidad, diversidad y acceso.

Además de los impactos adversos del cambio climático en la producción de alimentos, el crecimiento de la demanda alimentaria, impulsado por el aumento poblacional, ejerce una presión significativa sobre el sector agrícola y los sistemas de alimentación. Como resultado, los productores agroalimentarios se ven obligados a emplear todos los recursos disponibles para sortear las condiciones climáticas adversas y garantizar altos rendimientos productivos.

En la región, la industria alimentaria ha tendido hacia la producción de alimentos ultraprocesados, que son aquellos que contienen poco o nada de alimentos enteros, incluyen aditivos y son nutricionalmente pobres. Según estimaciones de la Organización Panamericana de la Salud, se prevé un aumento de más del 20% en el consumo de alimentos ultraprocesados en Latinoamérica en los próximos 15 años. En el ámbito agrícola y hortícola, el uso extensivo de fertilizantes y plaguicidas ha sido la estrategia principal para aumentar los rendimientos de los cultivos. En Argentina, la venta de agroquímicos ha experimentado un marcado incremento en los últimos años, pasando de 225 millones de kg en 2008 a 343 en 2016, según datos de la Cámara de Sanidad Agropecuaria y Fertilizantes.

Los plaguicidas son agentes empleados en todas las fases de la cadena de producción, desde la elaboración y almacenamiento, hasta el transporte de los alimentos. Su función radica en prevenir, destruir o controlar cualquier plaga que pueda dañar la calidad del producto. Algunos de estos compuestos también se utilizan en entornos domésticos, ¿quién no ha querido eliminar alguna vez las hormigas de su jardín?

A pesar de los beneficios agrícolas y alimentarios que han aportado, el uso de plaguicidas ha suscitado controversia en las últimas décadas. Por un lado, se señala su mal uso o utilización indiscriminada, lo que ha ocasionado la contaminación de diversos entornos acuáticos, como ríos, lagos y mares. Esto —en parte— se atribuye a la falta de información o asesoramiento sobre la naturaleza de los productos empleados. Por otro lado, persisten incertidumbres acerca de los posibles efectos adversos en la salud de las poblaciones expuestas a estos agentes químicos.

En los últimos años, se ha constatado que la exposición a plaguicidas puede causar alteraciones en el metabolismo de las grasas, como —por ejemplo— la adipogénesis, es decir, la formación de adipocitos o células grasas y su acumulación a través de diversos procesos. Por tanto, a pesar de la actividad física exigente que implica el trabajo agrícola, es frecuente observar problemas de sobrepeso en trabajadores del campo. Esta situación plantea la posibilidad de que exista algún factor externo relacionado con la ocupación laboral de esta población que contribuye a esta condición de salud desfavorable.

Tanto el cambio climático como la exposición a plaguicidas son elementos que inciden en las condiciones de salud de las poblaciones, pudiendo actuar en conjunto y potenciar las probabilidades de desarrollar sobrepeso u obesidad.

Entonces, ¿qué deparará el clima en los próximos años? ¿Qué sucederá con la producción alimentaria? ¿Cómo afectará la disponibilidad y calidad de los alimentos a la salud de las poblaciones? ¿Qué consecuencias tendrá en la salud de los trabajadores del campo? Estas son algunas de las interrogantes que emergen a partir de esta intersección entre el ambiente, la salud humana y la producción de alimentos.

El cambio climático constituye una realidad y una amenaza para la salud global del siglo XXI, especialmente, en los países en desarrollo. Dado que la obesidad es una enfermedad prevenible, es importante seguir promoviendo los planes orientados hacia su protección, y es crucial continuar generando políticas orientadas a reducir y contrarrestar los impactos negativos del cambio climático en las comunidades y la salud pública. Se requieren estrategias colectivas para lograr la seguridad alimentaria y mantener la armonía entre la sociedad y el entorno natural, ya que la salud y el bienestar de las poblaciones están estrechamente vinculados a la preservación y sostenibilidad del medio ambiente.

Iohanna Filippi es doctora en Ciencias de la Salud.

Este artículo fue publicado originalmente en latinoamerica21.com