“Quiero dedicar un momento a Pamela, a Mercedes, a Andrea y a Sofía, víctimas del lesbicidio en Barracas”, decía anoche la artista argentina Lali Espósito en la ceremonia de los Premios Gardel, después de que su último disco, Lali (2023), fuera galardonado como Mejor álbum de artista pop. Podría haberse quedado en esa mención y ya hubiera hecho historia al nombrar una tragedia que fue ninguneada por los medios masivos de Argentina y que, en su voz, ahora llegaba a los oídos de miles y miles.
Pero, siempre irreverente, Lali apostó a más y siguió: “Es cierto que quizá la palabra ‘lesbicidio’ no está en la Real Academia Española, pero está en la calle, está en la vida real de mucha gente, y no debería parecernos normal. No nos acostumbremos a esto. No nos acostumbremos a escuchar estas historias. No nos acostumbremos porque es la vida de mucha gente, es la vida de nuestros amigos, es la vida de nuestros amores, es la vida de la gente que merece vivir en libertad, justamente”.
En ese corto tramo, que duró apenas 38 segundos, le respondió implícitamente al gobierno del presidente Javier Milei. Más allá del guiño que hizo al poner énfasis en la palabra “libertad”, en alusión al nombre del partido que gobierna el país –La Libertad Avanza–, también le hablaba al vocero presidencial, Manuel Adorni, que unos días después del ataque lesbo-odiante dijo que “no le gustaba definirlo como un atentado a determinado colectivo” y afirmó que la palabra “lesbicidio” no existía en el diccionario de la RAE.
En ese mismo discurso, Lali le agradeció a la comunidad LGBTI+ por haber inspirado el disco y cerró diciéndoles bien claro y fuerte: “No están solos”.
Un rato antes, la estrella pop había subido al escenario para interpretar su hit “Disciplina”, rodeada de banderas con los colores de la diversidad y otras identidades disidentes, con un elenco que incluía, además de su equipo de baile habitual, a una docena de artistas trans y drag.
Que una artista con el alcance popular que tiene Lali se pronuncie en defensa de los derechos de las disidencias en un contexto en el que los discursos LGBTI-odiantes son promovidos incluso desde la Casa Rosada, es importante y es simbólico. Algunas personas dirán que también es un acto de valentía, tres meses después de que la cantante tuviera que salir a responderle al propio Milei, que en una campaña de persecución absolutamente absurda e inédita para un mandatario se refirió a ella como “Lali Depósito”, le dijo “parásito” y la acusó de recibir fondos públicos para sus conciertos (en palabras textuales, “chupar la teta del Estado”), entre otras críticas.
Que una artista con el alcance popular que tiene Lali se pronuncie en defensa de los derechos de las disidencias en un contexto en el que los discursos LGBTI-odiantes son promovidos incluso desde la Casa Rosada, es importante y es simbólico.
Ella no se achicó y le respondió con mucha altura en una carta que publicó en sus redes sociales. “Creo que la demonización de una industria y de las personas que la conforman no es el camino, siento que la asimetría de poder entre usted y los que ataca por pensar distinto y la información falsa vuelve a su discurso injusto y violento”, llegó a decirle.
Lo que hizo anoche Lali, en realidad, sirve para mostrar cómo ante el avance de la extrema derecha que quiere arrasar con los derechos de las mujeres y las personas LGBTI+ en distintos puntos del globo, hay artistas pop –mujeres, por supuesto, y además jóvenes– que no tienen miedo de usar sus voces de ecos masivos no sólo para cantar y hacernos felices, sino para pronunciarse en contra. Muchas veces, desafiando las recomendaciones de sus propios equipos, que les advierten de la posible pérdida de fans y, sobre todo, de contratos comerciales.
Sin ir muy lejos está el caso de la artista brasileña Anitta, que acusó al expresidente Jair Bolsonaro de tirar la imagen de su país “a la cloaca” y que a fines de 2022 fue noticia por bloquearlo en Twitter, después de que el todavía mandatario ultraderechista compartiera una imagen de ella con un comentario irónico.
Tal vez el caso más emblemático sea el de la mismísima Taylor Swift, en Estados Unidos, que hace unos años confesó haberse arrepentido por no haber dicho nada ante el inminente triunfo de Donald Trump y desde entonces lo ha cruzado en las redes sociales por cuestiones vinculadas a la población LGBTI+, la inmigración, el racismo o la tenencia de armas. En una columna que publicó en 2019 en la revista Elle, escribió: “Invocar el racismo y provocar miedo a través de mensajes apenas disimulados no es lo que quiero de nuestros líderes, y me di cuenta de que en realidad es mi responsabilidad usar mi influencia contra esa retórica repugnante”.
Su influencia es tan grande que su nombre suena en la campaña electoral actual, de cara a las elecciones de noviembre. Según un sondeo que hizo Newsweek, 18% del electorado estadounidense votaría por un candidato al que respalde Taylor. Y aunque ella todavía no se pronunció públicamente a favor de ninguno, ya se sabe cuál es su inclinación.
Las swifties también sirven de brújula. El año pasado Taylor llevó su The Eras Tour a Argentina unas semanas antes de las elecciones presidenciales. En ese marco, un grupo de fanáticas argentinas agrupadas bajo el nombre “Swifties contra La Libertad Avanza” difundieron un comunicado que decía, entre otras cosas: “No podemos no dar la batalla luego de haber escuchado y visto a Taylor dar todo para que la derecha no gane en su país”. También recordaba que el ahora gobernante argentino estaba contra el feminismo, creía innecesario el matrimonio igualitario y negaba la brecha salarial de género.
Las swifties escribían además una advertencia cortita y contundente: “Milei es Trump”. Yo digo que Lali no es Taylor (y Taylor no es Lali), pero las une mucho más que el género musical y el gusto por los brillitos, y es que son dos mujeres jóvenes que se plantan contra el enemigo común que encarna la extrema derecha global.
Stephanie Demirdjian es editora de Feminismos de la diaria.