En cada campaña electoral nuestras ciudades se ven invadidas por toneladas de plástico en carteles y pasacalles, instalados indiscriminadamente por doquier, colocados sin ningún criterio de orden ni visibilidad.
Este fenómeno atenta contra la dignidad urbana. Daña árboles y mobiliario público, ensucia nuestras calles, genera riesgos y peligro de accidentes, representa un ataque frontal a la estética, al paisaje urbano y al medioambiente. Además, los pasacalles y cartelería mal instalados pueden transformarse en proyectiles peligrosos con el primer viento fuerte.
Estas prácticas no sólo deterioran la imagen de nuestras ciudades, sino que también fomentan un comportamiento irresponsable y poco respetuoso hacia el entorno urbano y el ambiente. Y lo más paradójico es que los líderes del sistema político sean los responsables de este tipo de campañas, cuando deberían ser los que estén preocupados por el cuidado ambiental y el respeto a la dignidad urbana.
En Uruguay hay ejemplos alentadores de cómo abordar este problema de manera efectiva. En Treinta y Tres se alcanzó recientemente un acuerdo para prohibir la instalación de publicidad electoral en la vía pública, incluyendo los omnipresentes pasacalles y pancartas plásticas. ¡Treinta y Tres vuelve a ser un ejemplo a seguir! Por un decreto N1/2024 la Junta Departamental prohibió la instalación de pasacalles y carteles en la vía pública, demostrando que este enfoque puede ser eficaz para mantener el orden y la limpieza en el entorno urbano, eliminando tanto la contaminación visual como los riesgos asociados.
Al otro lado del Atlántico, algunas ciudades europeas han implementado sistemas de cartelería específica y circuitos bien ubicados, destinados exclusivamente a los partidos políticos durante las campañas electorales. Un modelo que permite una presencia ordenada y estética en la ciudad, limitando el impacto visual y preservando el entorno. Y seguramente hay decenas de otros ejemplos en el mundo.
Mirar el estado de la ciudad durante las últimas semanas, previo a las elecciones internas y su estado posterior, debería llevarnos a reflexionar activamente, tomar estos buenos ejemplos como inspiración y legislar al respecto, diseñando alguna buena práctica. Deberíamos decir “basta de colgar toneladas de plásticos en nuestras ciudades”. Y pensar en alternativas.
Si miramos más fino, con el mismo dinero podríamos crear un circuito de cartelería regulada y no comercial para las campañas electorales, que posteriormente se destine exclusivamente a la promoción de ofertas culturales fuera del período electoral. Esto tiene un doble propósito: ordenar y regular la publicidad electoral y democratizar el acceso a la información cultural de manera sostenible y respetuosa con el entorno urbano.
Podríamos crear un circuito de cartelería regulada y no comercial para las campañas electorales, que posteriormente se destine exclusivamente a la promoción de ofertas culturales fuera del período electoral.
La creación de un circuito específico con estas características implicaría la designación de espacios estratégicos en la vía pública para la instalación de cartelería electoral; lugares cuidadosamente seleccionados por su alta visibilidad y acceso pero que no interfieran con el tránsito peatonal o vehicular. Los soportes de cartelería estarían diseñados para ser estéticamente agradables y resistentes a las condiciones climáticas, evitando accidentes y contaminación. Idealmente, estos soportes serían pantallas digitales capaces de mostrar todas las listas y publicidad electoral.
Para asegurar el éxito de esta propuesta, se puede establecer una regulación estricta que prohíbe la instalación de publicidad electoral fuera de los espacios designados, con la única excepción de las balconeras en ventanas privadas, permitiendo así a los ciudadanos expresar libremente su apoyo desde sus hogares, igual que ocurre en la ciudad de Treinta y Tres.
El sistema podría sustentarse en un mecanismo de colaboración entre el sector público y privado para la instalación y el mantenimiento de la cartelería, sin fines comerciales, sin lucro y asegurando que el espacio se utilice exclusivamente para fines electorales y culturales, debidamente regulados y controlados.
En los períodos no electorales, estos espacios se destinarían exclusivamente a la promoción de eventos y actividades culturales, fomentando el acceso a la cultura, reduciendo el impacto de las pegatinas al tiempo que contribuye a dinamizar la vida cultural de la ciudad de manera ordenada y sostenible.
Los beneficios son evidentes: mejorar significativamente el entorno urbano al reducir la contaminación visual y el riesgo de accidentes asociados a la cartelería electoral descontrolada; eliminar las toneladas de plástico y evitar la agresión al ambiente; y crear un espacio dedicado a la difusión de actividades culturales, mejorando el acceso a la cultura.
Esta idea no es original, pero es fácil de acordar e implementar. Es un puntapié inicial. Busca poner el tema sobre la mesa, en la agenda pública y política. También puede ser cualquier otra que termine con esta agresión a la ciudad y promueva un entorno más limpio, seguro y respetuoso con el medioambiente, que mejore el paisaje urbano y fomente la comunicación democrática y la participación cultural.
Es hora de que el sistema político tome conciencia ambiental y abandone estas prácticas dañinas y alejadas de la sostenibilidad.
Resulta paradójico que líderes que hablan de desarrollo humano y de derechos no tengan en cuenta este aspecto al momento de hacer campaña electoral.
De una vez por todas, digamos basta de plástico en las campañas electorales. Un poco de belleza, por favor. Defendamos el paisaje urbano.
Erika Hoffmann y Gerardo Grieco integran Tinker Comunicación & Gestión.