Tras cada derrota electoral de la izquierda, es común buscar un culpable. A menudo se apunta al votante: se lo acusa de ingratitud, de desconocimiento económico o de ceder a discursos simples. Pero reducir la explicación a “ignorancia” sería desestimar la complejidad de la política contemporánea.

El reciente resultado en Chile es un ejemplo claro. José Antonio Kast, líder ultraconservador, obtuvo cerca del 58% de los votos, derrotando a Jeannette Jara, candidata de la izquierda. Su victoria marca el giro más pronunciado hacia la derecha desde el retorno a la democracia en 1990 y coloca en La Moneda a un dirigente que no se ha distanciado de la dictadura de Augusto Pinochet.

Miedo, inseguridad y rechazo a la diversidad

Chile vivió una de las dictaduras más brutales de América Latina. Tras décadas de democracia y reformas progresistas, muchos esperaban que la memoria histórica asegurara un respaldo firme a la izquierda. Sin embargo, una parte significativa del electorado eligió un liderazgo radical de derecha, impulsado por temores que trascienden la economía: inseguridad, migración irregular, desconfianza hacia la diversidad social y cultural.

No es un fenómeno exclusivo de Chile. En Argentina, sectores populares beneficiados por políticas redistributivas apoyaron a Javier Milei, cuya retórica radical y agenda ultraliberal conectan con la percepción de que “el mundo está fuera de control”. No se trata de ignorancia: es un reflejo de frustraciones, expectativas y miedos sobre el presente y el futuro.

Los gobiernos progresistas lograron avances concretos: ampliación de derechos, fortalecimiento de políticas sociales y reducción de pobreza estructural. Sin embargo, estos logros no siempre llegan a la vida cotidiana de la población: empleo estable, servicios públicos funcionales, seguridad personal y movilidad social siguen siendo desafíos. Cuando las necesidades básicas no se satisfacen, incluso los logros palpables parecen insuficientes.

La reacción típica de muchos progresistas ha sido enumerar logros, mostrar cifras o moralizar sobre el voto ajeno. Pero la política no se gana con estadísticas.

La derecha y el arte de capitalizar temores

Las derechas han sabido aprovechar esta brecha. No siempre con propuestas sólidas, pero sí con narrativas simples que identifican culpables y prometen soluciones inmediatas. La inmigración y la diversidad cultural se presentan como amenazas vinculadas a inseguridad y desorden social. En Chile, Kast centró su campaña en migración irregular y delincuencia, apelando al miedo y al deseo de orden. Este discurso conecta con sectores que sienten que los beneficios del progreso no han llegado a sus vidas.

Curiosamente, la corrupción, que podría parecer un factor decisivo, aparece a menudo como un tema secundario frente a los temores cotidianos. Escándalos y prácticas cuestionables que involucran a líderes de derecha no siempre disminuyen su apoyo. La percepción de que “alguien tiene que poner orden” o “las cosas se solucionan atacando al otro” pesa más que la ética política. El miedo y la inseguridad, reales o percibidos, superan así la valoración de la transparencia y la integridad.

La desconexión de la izquierda

La reacción típica de muchos progresistas ha sido enumerar logros, mostrar cifras o moralizar sobre el voto ajeno. Pero la política no se gana con estadísticas: decirle a alguien que vota mal por no valorar lo logrado es desconocer su experiencia, sus temores y su visión del futuro. Esta desconexión puede profundizar la pérdida de apoyo y erosionar la relación entre ciudadanía y representación democrática.

La derrota de la izquierda no es una condena al pasado, sino un aviso: no se construyó una narrativa de futuro convincente. Sólo una política que reconozca inquietudes sobre seguridad, empleo, calidad de vida, diversidad social y transparencia podrá frenar relatos que culpan al otro –el migrante, la minoría, “las élites”– y movilizan temores de manera efectiva.

Entender sin juzgar, conectar logros con soluciones reales y enfrentar la intolerancia que permea sectores amplios de la sociedad es el primer paso para reconstruir confianza y ofrecer un futuro creíble. Mientras esto no ocurra, el avance de las derechas, más allá de su agenda económica, seguirá siendo una constante inquietante en la política latinoamericana.

Fernanda Blanco es diplomada en Educación y en Educación en Derechos Humanos. Fue edila de Montevideo por el Frente Amplio.