En la sociedad actual, la atención se ha convertido en un recurso codiciado. Los sistemas educativos y laborales buscan maximizar la productividad, mientras que la economía digital compite ferozmente por la captación de nuestra concentración. En este contexto, dos fenómenos emergen como protagonistas en el debate sobre el control de la atención en niños y adolescentes: el uso de la ritalina en el tratamiento del trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) y la influencia de las redes sociales en los hábitos de concentración y recompensa.
Si bien ambos actúan sobre circuitos dopaminérgicos, su impacto en el desarrollo cerebral es profundamente diferente, ¿estamos optimizando el rendimiento cognitivo o simplemente adaptando a las nuevas generaciones a un modelo de consumo de atención?
Ciencia y productividad: el nuevo paradigma de la atención
La psiquiatría infantil ha sido testigo del auge de una ciencia orientada a la productividad. El diagnóstico de TDAH ha crecido exponencialmente en las últimas décadas, y con él, el uso de la ritalina. En muchos casos, la medicación no se administra para tratar una disfunción neurobiológica, sino también para adaptar a los niños a las exigencias académicas y sociales.
Paralelamente, las redes sociales han transformado la manera en que los niños y adolescentes interactúan con el mundo. Plataformas como Tiktok, Instagram o Youtube han optimizado sus algoritmos para captar la máxima atención posible, explotando los mecanismos de recompensa del cerebro. Aquí surge la paradoja: mientras medicamos a los niños para mejorar su atención en un entorno de alta exigencia, exponemos a sus cerebros a sistemas diseñados para fragmentar esa misma atención.
Circuitos cerebrales en juego: ritalina vs redes sociales
El cerebro humano está regulado por complejos circuitos neuronales que modulan la atención, la motivación y la recompensa. Tanto el metilfenidato como las redes sociales afectan estos sistemas, aunque de manera diferente.
En cuanto a los efectos de la ritalina, el metilfenidato bloquea la recaptación de dopamina y noradrenalina en la corteza prefrontal y el estriado dorsal, facilitando el control inhibitorio y la atención sostenida; la activación del circuito fronto estriatal mejora las funciones como la planificación, la organización y la toma de decisiones; y en niños con TDAH, este efecto puede normalizar la actividad cerebral, mejorando su capacidad de concentración y regulación emocional.
En tanto, las redes sociales estimulan la liberación rápida de dopamina en el núcleo accumbens, un área clave de la motivación y de la recompensa. La exposición constante a notificaciones y “me gusta” y contenido novedoso refuerza el uso compulsivo y genera patrones adictivos similares a los observados en conductas adictivas clásicas. La hiperactivación del circuito mesolímbico altera la capacidad de concentración prolongada, favorece la búsqueda de gratificación inmediata y debilita el control ejecutivo prefrontal, dejando todo el sistema cognitivo en un “estado de inquietud permanente” desorganizada, en el que la experiencia y el conocimiento empiezan a no ser.
El debate sobre la ritalina y las redes sociales no debe centrarse únicamente en su impacto neurobiológico, sino en el modelo de sociedad que estamos construyendo.
En otras palabras, mientras que la ritalina mejora la atención sostenida, las redes sociales entrenan el cerebro para la distracción constante.
La atención como mercancía dentro del régimen de la información
En la era digital, la atención no es solo un proceso cognitivo, sino un bien económico regulado dentro de un régimen de la información. Este régimen establece las reglas de la producción, distribución y consumo de contenido optimizando la información para captar el mayor tiempo posible de los usuarios.
Las empresas tecnológicas han perfeccionado mecanismos de estimulación dopaminérgica a través de algoritmos de recomendación, notificaciones y sistemas de recompensa intermitente. Su objetivo no es mejorar la capacidad de concentración de los usuarios sino maximizar la rentabilidad de sus plataformas mediante el control del flujo de información y la manipulación de los patrones atencionales, convirtiendo la atención en una moneda de cambio.
Los niños y adolescentes son especialmente vulnerables ya que sus circuitos prefrontales aún están en desarrollo y tienen menor capacidad para autorregular su uso de pantallas, A diferencia de la ritalina, que actúa bajo supervisión médica con un objetivo terapéutico, las redes sociales operan sin regulación, diseñadas para maximizar el tiempo de permanencia en la plataforma sin considerar los efectos neurológicos a largo plazo.
Paradójicamente, el mismo sistema que exige mediante fármacos estimulantes, los expone a entornos que deterioran su capacidad de concentración. La atención en este escenario deja de ser una habilidad a desarrollar y se convierte en un recurso explotado por el mercado.
Conclusión
El debate sobre la ritalina y las redes sociales no debe centrarse únicamente en su impacto neurobiológico, sino en el modelo de sociedad que estamos construyendo. Mientras que los psicoestimulantes buscan mejorar la atención en un mundo de creciente demanda cognitiva, las redes sociales fomentan la fragmentación de esa misma atención con fines comerciales.
Es fundamental replantearnos el rol de la psiquiatría en este contexto. ¿Estamos tratando un trastorno o adaptando a los niños a una lógica de la hiperproductividad? ¿Cómo podemos proteger su desarrollo cognitivo en un entorno diseñado para dispersar su atención?
La verdadera pregunta no es si debemos medicar a los niños o limitar las redes sociales, sino cómo podemos recuperar el control sobre un recurso que, en última instancia, define la calidad de nuestra vida mental: la atención.
Luis Kempner es médico psiquiatra pediátrico.