¿Por qué hay tanta incertidumbre y turbulencia internacional? Porque estamos transitando un cambio de época. En los últimos cinco siglos largos el mundo fue dominado progresivamente por Occidente. Que comprende a Rusia: las tres cuartas partes de su población y cultura son relativamente occidentales, a pesar de que una proporción equivalente de su territorio se encuentre en Asia. En los cursos de historia se caracteriza a ese período, grosso modo, como el tiempo de “la edad moderna”, sucedida por la revolución francesa iniciada en 1789 y la “edad contemporánea”.

El estado dominante en Occidente y siempre disputado, a su vez, fue mutando. Sin pretensiones de precisión histórica, pasamos de la España de Felipe II en la segunda mitad del siglo XVI, a la Francia de Luis XIV en la segunda mitad del XVII y comienzos del siguiente, a la Revolución francesa y la expansión napoleónica de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, al Reino Unido victoriano de la segunda mitad del siglo XIX. El último estado hegemónico ha sido Estados Unidos, y ha dominado el planeta con las reglas acordadas hace exactamente 80 años, al fin de la Segunda Guerra Mundial (1939-45).

Esa hegemonía, y también la anterior, la del Reino Unido ya en declive, fue desafiada por la Revolución rusa de 1917, su sucesión estaliniana y su continuación posestaliniana, lo que dio lugar al mundo bipolar y de la guerra fría posterior a la Segunda Guerra Mundial. Pero la URSS y su vasto sistema de alianzas fracasó y se desintegró en 1991, lo que abrió el tiempo del mundo unipolar de fines del siglo XX y principios del actual.

Nuevo balance de poder y cambio de época

En forma no prevista por Occidente, desde 1978 en adelante se fue dando un crecimiento económico espectacular de China, que se inició con el liderazgo de Deng Xiaoping en 1978 y prosiguió con sus sucesores –desde 2013, Xi Jinping– a la cabeza del Partido Comunista de China. En materia geopolítica este desarrollo de China se articuló en un sistema de alianzas que se conoce como los BRICS y sus acuerdos múltiples con otros estados. Este sistema, también referido como el “Sur Global”, si se consolida, relevará el dominio mundial de Occidente, sustituyendo el mundo unipolar por uno multipolar con China como el nuevo hegemón.

Este nuevo hegemón ha crecido sobre la base del Estado fuerte y el mercado potente, la planificación de largo plazo, el desarrollo de la revolución tecnológica digital, el trabajo más duro como base de la acumulación económica originaria, la cohesión social milenaria de base cultural aldeano-campesina, la burocracia meritocrática, el iliberalismo político, la tradición confuciana, legalista y taoísta, el control social persona a persona, y la apertura internacional. En otros estados de los BRICS el curso ha sido diferente. La próxima reunión será en Río, Brasil, en julio próximo.

Si este relevo hegemónico se produce será el fin de la época moderna y contemporánea que hemos conocido y el inicio de otra época. De ahí lo del cambio de época del que se habla.

Pero una hegemonía, cuando es sustituida por otra, en el marco además de una diferencia civilizatoria, no es un proceso fácil. Conlleva una fase de transición altamente traumática. Desata todos los demonios. Máxime si se tiene en cuenta que Occidente padece de lo que Antonio Gramsci llamaba una profunda crisis orgánica o de hegemonía porque esta afecta a la economía, la sociedad, la política y la cultura. O sea, a los modos de pensar, sentir y actuar de las multitudes. Por eso reina el pesimismo y el belicismo en Occidente, y emergen toda clase de monstruos. Se produce lo que Émile Durkheim llamó en 1893 un estado de anomia. En los párrafos finales de su obra, dice aquello de que “no sufrimos porque no sepamos sobre qué noción teórica apoyar la moral que hasta aquí practicábamos, sino porque, en algunas de sus partes, esta moral se halla irremediablemente quebrantada, y la que necesitamos está tan sólo en vías de formación”1.

El imperio de la barbarie

Esta situación da lugar a lo que a mediados de los 90 y a principios del siglo XXI, en distintas publicaciones, Eric Hobsbawm llamaba el retorno de la barbarie (y otros, del brutalismo). En efecto, en uno de los ensayos recogidos en un libro publicado en esa década de final de siglo realiza un recorrido por las distintas etapas de avance de la barbarie y declive de la civilización a partir de la Primera Guerra Mundial y hasta fines del siglo XX. Toma como indicador la práctica de la tortura y sostiene que la desintegración social y política explica la barbarización creciente (el declive del Siglo de las Luces), y denuncia la creciente naturalización de lo inhumano2 en Occidente.

Años después, cuando terminaba su autobiografía, desde su cama en un hospital vio el 11 de setiembre en vivo en la televisión y redactó una coda en la que sostuvo que en los 30 años posteriores a la Segunda Guerra Mundial la vida cambió más rápidamente y fundamentalmente que en ningún período de extensión similar de la historia humana, y que la suya es la primera generación en haber vivido en el momento histórico en el que las reglas y convenciones de familias, comunidades y sociedades habían cesado de operar. Con su humor impagable escribió, y no me animo a traducirlo: “If you want to know what it was like, only we can tell you. If you think you can go back, we can tell you, it can't be done”3.

La dominación y la disidencia

En este período o fase de transición, la democracia liberal clásica ha entrado en crisis y las prácticas autocráticas de todo signo han avanzado, las ultraderechas han crecido, pero el neoliberalismo se ha debilitado y los estados han retornado, las plutocracias han exacerbado un clasismo despiadado, las sociedades han perdido cohesión social y el pensamiento compartido ha sido sustituido por el control de las personas. Las guerras pululan, las matanzas, como en Ucrania, se naturalizan, y en algunos lugares la barbarie se convierte en crímenes de lesa humanidad. Pero también crece la disidencia y el estado de insatisfacción social provoca estallidos múltiples y permanentes. En suma, la polarización sociopolítica aumenta. Al mismo tiempo, el humanismo que se cultivó durante siglos se rebela y condena la barbarie. Y busca nuevos caminos.

La democracia liberal clásica ha entrado en crisis y las prácticas autocráticas de todo signo han avanzado, las ultraderechas han crecido, pero el neoliberalismo se ha debilitado y los Estados han retornado.

Gaza o la banalidad del mal

Subtitulo así, aunque duela y nos duela, ¿porque acaso la respuesta que lidera Benjamín Netanyahu a la barbarie terrorista de Hamas en octubre de 2023 no se ha convertido en terribles crímenes de lesa humanidad en la Franja de Gaza? Entiendo los problemas de conciencia de los que siempre han sido perseguidos y discriminados y sometidos al exterminio por los nazis cuando intentan justificar lo que se está haciendo en Gaza. Pero los hechos son irrefutables. Los fundamentalismos de ambos lados se han retroalimentado. Los mapas muestran la expansión territorial imparable de Israel desde 1948 a la actualidad. La colonización del territorio palestino es realmente impresionante. La expansión hacia el Gran Israel, con decenas y decenas de asentamientos en Cisjordania, se puede seguir por los satélites y las aplicaciones vinculadas a ellos. No hay sitio de noticias serio que no nos muestre la matanza de decenas de miles de civiles inocentes en Gaza, muchísimos totalmente fuera de zonas de confrontación.

Un judío muy inteligente, Yuval Noah Harari, dijo reiteradamente que las guerras se ganan en lo político, no en lo militar. No obstante ello, el aislamiento internacional de esta política israelí es prácticamente total. No erran los que sostienen que el gobierno de Netanyahu está convirtiendo a Israel en un “Estado paria”. Es muy duro para una etnia que ha sufrido tanto y que ha mostrado una increíble resiliencia. Se podrá discutir hasta el fin de los tiempos si hay o no técnicamente genocidio, pero es indiscutible que se han cometido y cometen crímenes atroces de lesa humanidad en Gaza. ¿Cómo quieren que el concepto que elaboró de “la banalidad del mal”4 la notable filósofa Hannah Arendt en 1963 no recaiga sobre sí mismos como un tajo lacerante en el alma del ser humano? Relean su alegato, en particular su Epílogo.

El humanismo y los esfuerzos por transitar otros caminos

En Occidente, que está en declive pero que gravita y seguirá pesando mucho, fundamentalmente por la riqueza de su tradición cultural, a la que no quiere ni debe renunciar, el péndulo que se mueve hacia la ultraderecha también provoca una reacción hacia la otra punta.

Los caminos que se intentan son múltiples. Algunos países buscan revitalizar lo que fueron políticas socialdemócratas, estimuladas por el antitrumpismo, como en parte en Canadá, Europa nórdica o Australia.

Otras izquierdas elaboran un curso distinto sobre la base de un Estado fuerte y redistributivo, de las tecnologías de punta como motor de la diversificación productiva, de la radicalización de la democracia liberal sobre la base de una nueva cohesión social, del desarrollo del poder social y de una inserción internacional independiente o integrada regionalmente sin alineamientos fáciles en un mundo multipolar, como en parte de los progresismos de América Latina.

Son períodos de innovación y energía creativa. Es lo que Álvaro García Linera llama una fase “liminar”.

Posteriormente, el mundo se estabilizará, en un tiempo no determinado, pero en tanto viviremos, coexistiremos y participaremos de luchas sociales intensas. Máxime con la crisis ecológica y la transición energética como telón de fondo. Y asimilando las transformaciones radicales de la infoesfera, es decir, las nuevas tecnologías digitales, la inteligencia artificial, la realidad de los consumidores en las redes sociales y plataformas digitales que son a la vez productores de mensajes o “prosumidores”, el reinado de las empresas del capitalismo en las nubes o del “nubelismo”, y el imperio de la geoesfera, o sea, de la geopolítica de siempre y de la geoeconomía de todos los tiempos. Es lo que nos ha tocado. Un tiempo fermental para nuestros hijos y nietos. Como diría Ortega y Gasset, y la IA se encarga de recordarnos que es su frase más famosa: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo”.

Enrique Rubio fue senador del Frente Amplio y director de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto.


  1. Durkheim, É. (1987). La división del trabajo social. Akal: España. 

  2. Hobsbawm, E. (1998). Sobre la historia. Companhia das Letras: Brasil. 

  3. Hobsbawm, E. (2003). Interesting times. Abacus: Londres, pp. 414-415. 

  4. Arendt, H. (2017). Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal. Debolsillo.