En pleno proceso de transición hegemónica, en el cual se producen tensiones, conflictos y guerras por doquier, la potencia decadente es un factor determinante del caos y la incertidumbre reinantes. El desorden mundial se aceleró desde la asunción de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos. Agregó un incremento de tensiones y agravó las ya existentes en un proceso de decadencia de su país que lleva varios lustros.

La administración de Trump optó por el camino de pretender cambiar la historia y resistir el fin de ciclo, pretendiendo mantener un papel que la realidad debería enseñarle que finalizó.

Durante siglos, los períodos de reordenamiento del poder mundial han sido tumultuosos y violentos. En este escenario de máxima incertidumbre, las tensiones se agravan, se causan sufrimientos terribles a la humanidad y se intensifican procesos de potenciales resultados ominosos para la vida en el planeta.

La aceleración del cambio climático y el deterioro del ambiente se acompañan de un proceso regresivo de la distribución de la riqueza, dentro del cual aparecen como los grandes ganadores los capitalistas de las transnacionales del complejo militar industrial y de los gigantes de las corporaciones tecnológicas, que tienen como principales clientes a los primeros.

La carrera armamentista comenzada hace décadas por la denuncia de los tratados de no proliferación de armas nucleares y el abandono de los acuerdos antimisilísticos por parte de las potencias nucleares vive una aceleración vertiginosa. Estados Unidos, Rusia, China y los demás países con esas armas están sumergidos en una suerte de delirio de incremento de sus presupuestos militares.

La capacidad de destrucción es infinitamente superior a la que existía en la década del 60, en plena Guerra Fría, cuando ocurrió la “crisis de los misiles” en Cuba, que terminó en un acuerdo entre Estados Unidos y la Unión Soviética.

No es para nada imposible pensar en tomar la iniciativa para convocar a los pueblos del mundo a movilizarse por la vida en el planeta, por la paz y el desarme mundial.

Hoy, una conflagración mundial nuclear llevaría a una guerra de extinción, según todos los estudios especializados de prospectiva de las primeras universidades del mundo y refrendados por los centros de estudios para la paz reconocidos unánimemente, como el SIPRI de Estocolmo o el Centro de Estudios para La Paz de Barcelona. Y el temor a que en esta coyuntura global escalen las guerras en curso es mayor al que experimentó el mundo entero en medio de la Guerra Fría.

En el siglo pasado, una enorme movilización popular, en Estados Unidos y en el resto del mundo, generó una conciencia política que determinó a los gobiernos de la época a iniciar un proceso de acciones contra la carrera armamentista de entonces y se firmaron importantes convenios internacionales para ponerle fin.

Es bueno recordar que ese movimiento popular por la paz alcanzó a las más variadas expresiones culturales y artísticas. Basta recordar la canción de Los Beatles con su estribillo “All we are saying is give peace a chance”.

No es para nada imposible pensar, ante una tan compleja y amenazante perspectiva y una tan dolorosa como indignante realidad, en tomar la iniciativa para convocar a los pueblos del mundo a movilizarse por la vida en el planeta, la paz y el desarme mundial. Exigir a nuestros gobiernos que tomen partido en la suerte del mundo.

Desde nuestro país, con su prestigio institucional y su comprometida actuación en los procesos de mantenimiento de la paz de las misiones de la ONU, con su prédica constante a favor del diálogo y la cooperación, por su defensa del derecho internacional, del derecho humanitario y de los derechos humanos, se puede conformar un grupo encargado de llevar adelante dicha iniciativa. Desde la Presidencia y desde la Cancillería de la República, con gente del área pública y privada, con personalidades de la cultura, del deporte, de las expresiones de la creación, la ciencia, la cultura y el progreso. Es más que oportuno, imprescindible y posible, desde la sociedad civil, conformar y unir voluntades para caminar en ese sentido.

Carlos Pita fue embajador de Uruguay en Chile, España y Estados Unidos.