El desarrollo es la capacidad de aplicar y reproducir las mejores prácticas de una época histórica en un amplio abanico de aspectos: ciencia, tecnología, innovación, organización económica, social y política, vida cultural, relacionamiento con el medioambiente. Distintas sociedades y grupos sociales tienen diferentes percepciones en distintas épocas históricas. La democracia, la igualdad y el género son ejemplos de cómo ha cambiado la forma de concebir el desarrollo: el propio concepto evoluciona, se transforma y es un ámbito de disputa.

El tema ambiental entró en la agenda hace más de 40 años y no ha hecho más que aumentar su importancia, a medida que el desarrollo moderno ha exacerbado tres problemas, al menos: el progresivo agotamiento de recursos no renovables en el que se ha basado el modelo de desarrollo, las diversas formas de contaminación ambiental y, especialmente, las emisiones que han producido el calentamiento global, afectando las condiciones de vida de amplios sectores muy vulnerables. Podría decirse que hoy no hay país en el planeta que pueda decirse “desarrollado”, en el sentido de mostrar una economía sostenible, tanto en el aspecto económico y social como en el ambiental.

El desarrollo consiste en un doble proceso. La sociedad necesita producir más y mejores bienes y servicios para cubrir un amplio espectro de necesidades. Se trata de producir mejores bienes y servicios con trabajo digno, lo que supone agregar más valor: eso es crecer. Se trata también de las formas en que consumimos bajo distintas formas de organización social. Existen distintos modelos para producir, distribuir y consumir bienes y servicios y producir bienestar.

El desarrollo y el crecimiento han sido puestos en entredicho por la cuestión ambiental. Muchos serios esfuerzos científicos apuntan en esa dirección. Otras miradas de tipo más bien social también apuntan contra la posibilidad del desarrollo o de ciertas formas de desarrollo. Muchas convergen en una perspectiva conservadora, tanto de derecha como de izquierda. En algunos casos se trata de una mirada que entiende que solamente se puede crear auténtico valor mediante la producción primaria. Es la visión que en nuestro país han defendido históricamente los sectores propietarios de la tierra, a los que preocupa el desmedido desarrollo de la industria, del Estado, de las políticas de bienestar. Algunas izquierdas se suman a esto, porque tienen la ingenua idea de que, defendiendo el ambiente, se limita el desarrollo de las fuerzas productivas y se le hace una zancadilla mortal al capitalismo. Es una mirada cándida, porque el capitalismo es capaz de adaptarse y adquirir muy diversas formas. Para superar el capitalismo se deben encontrar otras formas de organización social que sean compatibles con el relacionamiento con el ambiente, con eficiencia, aumento de productividad, igualdad y democracia.

Mi énfasis aquí está en señalar que, dentro de una dimensión temporal de 100 años, los principales desafíos del desarrollo no pasan por la limitación de los recursos naturales, ni las fuentes de energía (la energía solar tiene un enorme potencial de desarrollo y su explotación ha superado sistemáticamente todas las previsiones de la última década), ni las restricciones ambientales, sino que el problema determinante es el de las formas de organización social.

Algunos argumentos en contra del crecimiento se basan en el agotamiento de las fuentes de energía y en la emisión de carbono de las actuales. Sin embargo, la Asociación Internacional de Energía, en Perspectivas energéticas mundiales (2024),1 ha señalado que todas las proyecciones del desarrollo de la energía solar de la última década han subestimado radicalmente su expansión, al punto que hoy se produce 12 veces más que la pronosticada hace una década. Las proyecciones ahora son exponenciales. Las transiciones energéticas, con alguna excepción, se han producido históricamente a gran velocidad. Nuestra propia transformación de la matriz de producción de electricidad y la transición en toda América Latina del carbón al petróleo son buenos ejemplos. La energía solar, como energía limpia, tiene un gran potencial para sostener la producción y sostener un modelo de economía circular. Por otra parte, las demandas energéticas para producir bienestar son claramente decrecientes en el margen: hoy China produce el mismo PIB per cápita que Inglaterra en 1930, con el 20% de energía.2

El gran desafío está en hacia dónde queremos crecer, qué tipo de bienes y servicios consideramos necesario producir para construir qué tipo de sociedad y satisfacer qué tipo de necesidades. El desafío es social y tiene que ver con la dirección del crecimiento para producir desarrollo y bienestar. Por ello, no podemos hablar de crecimiento económico a secas, sin calificarlo, porque genera el riesgo de seguir marchando ciegamente hacia el colapso, tanto desde el punto de vista ambiental como desde el social y económico.

Un viejo desafío sobre el que se ha insistido reiteradamente es el de la necesidad de transformar la estructura productiva. Hemos vivido un nuevo ciclo expansivo basado en el boom de demanda y precio de bienes primarios. Desde que el boom desapareció, vivimos una década de bajísimo crecimiento, reiterando lo sucedido muchas veces antes en nuestra historia.3 Ciertamente hemos obtenido logros en la diversificación, tanto de la estructura primaria como en otros rubros, especialmente el de las tecnologías de la información y la comunicación. Sin embargo, ello se ha mostrado insuficiente.

Por otra parte, es importante evitar el sesgo exclusivo hacia las exportaciones. Abrirse al mundo y diversificar productos y destinos no puede hacerse a expensas del mercado interno si queremos evitar una economía dual, con altos costos sociales y de generación de empleo de calidad, especialmente dadas las características del cambio tecnológico. Una profunda transformación con eficiencia del amplio sector productivo de bienes y servicios para el mercado interno es la base de una potente transformación exportadora.

Los principales desafíos del desarrollo no pasan por la limitación de los recursos naturales, ni las fuentes de energía, ni las restricciones ambientales, sino que el problema determinante es el de las formas de organización social.

El país no puede apostar a crecer con base en la explotación de recursos naturales ni con base en la pauperización del sector asalariado ni con base en el dumping fiscal. El desarrollo debe basarse en una matriz socioinstitucional densa y profunda, que articule un conjunto de actores de buena formación y capacidad innovadora en diferentes aspectos del quehacer social, con énfasis en el tema ambiental.

La ciencia y la tecnología están llamadas a jugar un rol decisivo, dependiendo de la dirección de estos esfuerzos. Un estudio mostró que menos del 20% de la producción científica mundial está orientada a los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Hoy vemos con estupor cómo los esfuerzos científicos se orientan cada vez más a la carrera armamentística. Es imperioso desarrollar nuestro sistema científico, tecnológico y de innovación, preservando su autonomía para la evaluación de su rigurosidad y anudándolo con las metas de desarrollo, sin quedar simplemente al servicio de un crecimiento sin calificación.

No podemos pensar en una verdadera estrategia de desarrollo sin una importante movilización social de recursos para lograr metas de desarrollo. Está más que demostrado que el mercado, por sí solo, no resuelve, sino que crea, problemas ambientales y sociales.

La rentabilidad empresarial es importante, pero la estrategia de atraer inversión sobre la base del dumping fiscal no solamente es hoy globalmente inviable, sino que no resulta el camino adecuado para las transformaciones necesarias. La inversión debe apoyarse en una sociedad que ofrece rentabilidad sobre la base de dinámicas innovadoras en lo económico, en lo social y en lo ambiental, lo que se basa en la producción social de capacidades.

La democracia tiene sus costos. Las democracias han mostrado falencias, limitaciones. Hoy el mundo se enfrenta a una crisis hegemónica con desafíos de sociedades con perfiles de tipo autoritario, que pueden hacer pensar que los regímenes de este tipo son necesarios para el desarrollo. A la larga, el camino autoritario es regresivo y no genera desarrollo. La democracia es un componente básico, central, articulador del desarrollo. La democracia puede no conducir al desarrollo, pero no hay otra opción que buscarlo en democracia, profundizándola.

El direccionamiento de las políticas hacia el desarrollo requiere planificación. No estamos hablando de aquella planificación central en la que un conjunto de cerebros autoritarios le dice a la sociedad lo que tiene que hacer. Se trata de una planificación evolutiva, en la que diferentes actores de la sociedad, bajo la dirección del Estado, construyen escenarios de futuro con base en estudios prospectivos, de manera iterativa, permanente, corrigiendo y actualizando.

Esto requiere institucionalidad y consensos; el ejemplo de la transformación de la matriz energética, si bien muy peculiar, muestra un camino. La falta de planificación o los planes parciales de diferentes reparticiones del Estado y sin metas transversales claras y articuladas generan esfuerzos contradictorios e ineficientes y potencian las miradas corporativas.

Siendo el desarrollo multidimensional y siendo las metas a alcanzar el resultado de la articulación de muy diversas dimensiones, parece lógico que su conducción se radique en ámbitos de fuerte capacidad de articulación interministerial. La Oficina de Planeamiento y Presupuesto fue creada para eso y ha sido desde allí que se han impulsado las mejores experiencias del país en prospectiva y planificación, y es de esperar que retome con fuerza esa orientación.

Luis Bértola es profesor libre del Programa de Historia Económica y Social de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República.


  1. iea.org/reports/world-energy-outlook-2024 

  2. Mar Rubio, conferencia central del XX World Economic History Congress, Lund, julio de 2025. youtube.com/watch?v=oQ0Wc06MQV4 

  3. Por una síntesis interpretativa de la historia económica de Uruguay, ver el capítulo 2 de Bértola, L (ed.) (2024), Teleidoscopio. Historia económica de Uruguay. FCU.