Desde finales de 2005 hasta principios de 2008, el índice de desempleo se situó en torno a 8%. A partir de ese año, cuando estalló la burbuja inmobiliaria y finalizó el primer gobierno del socialista Zapatero, el desempleo en España no ha cesado de dispararse de forma dramática, duplicando los promedios de la Unión Europea. El desempleo y las recetas para salir de la crisis económica que azota a España desde hace más de tres años han centrado la mayor parte de la campaña electoral y determinarán también el voto, según queda patente en todas las encuestas preelectorales.

Según el oficial Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), el desempleo sigue siendo el problema más acuciante para 81% de la población española, seguido de los asuntos económicos (51,3%). Ambas preocupaciones crecen respecto al último barómetro. Resulta llamativo que la clase política (23,6%) sea vista como el tercer quebradero de cabeza. La crisis ha eclipsado a algunos de los temas que eran considerados los mayores problemas, como la inmigración (8,3%), la inseguridad ciudadana (6,4%) o el terrorismo (3,3%).

Según todos los sondeos, los españoles darán un fuerte castigo al gobernante PSOE, que podría obtener los peores resultados de su historia, y otorgarán una amplísima ventaja al líder del PP, Mariano Rajoy, que parece encaminarse a terminar con siete años de gobiernos socialistas. La mayoría de votantes confiarían, por tanto, en el giro político para salir del agujero económico, una tendencia que se ha repetido en los últimos meses en Europa, con cambios de gobierno en Irlanda, Portugal o Dinamarca.

Actualmente, en España son 1,4 millones de hogares los que no cuentan con ningún integrante con un trabajo formal, y son un millón las familias que están bajo la amenaza de que les embarguen su vivienda tras no poder pagar el alquiler o la hipoteca.

Javier Gómez es uno de los rostros que hay detrás de las cifras de la severa crisis económica española. Este albañil de 41 años es una de las 4,9 millones de personas que, según los datos oficiales del tercer trimestre, están sin trabajo en el país, que registra una tasa de desempleo de 21,5%. Perdió hace casi dos años su trabajo en la construcción de viviendas y está desesperado por encontrar un nuevo empleo. Lleva meses buscando sin éxito y se muestra esperanzado en que un posible cambio de gobierno mejore su situación.

“En 2008 voté al PSOE. Confié en Zapatero pero mira cómo estamos ahora. Lo han hecho muy mal y las cosas no pueden seguir así. No me convence Rajoy pero lo votaré porque el PP sabe más de economía”, dice angustiado tras salir de la Oficina de Empleo del barrio de Acacias, en Madrid, a la que acude asiduamente para mirar ofertas de trabajo. Casado y padre de un hijo, Gómez sobrevive gracias a la prestación de desempleo que le otorga el Estado. La duración y cuantía de las ayudas depende de una serie de condicionantes. Pueden cobrarse durante un máximo de dos años, y su valor depende del salario que se percibía en el último empleo, pero varía entre unos 675 dólares y unos 1.890.

Con poca confianza

Los españoles desconfían del futuro y no creen que el nuevo presidente logre enderezar rápidamente el país. El 35,8% de los encuestados por el CIS vaticina que la situación económica será aun peor dentro de un año, y sólo 14,5% piensa que mejorará. Pese a que la mayoría se define como de izquierda, los ciudadanos ven al PP más capacitado que el PSOE para gestionar la mayoría de los problemas nacionales, y piensan que los socialistas pueden afrontar mejor sólo la política social, el medio ambiente o la igualdad entre hombres y mujeres.

“La confianza en el PP es baja, excepto en economía porque se considera que lo pueden hacer mejor porque tienen en teoría más conexiones con el mundo empresarial”, explica a la diaria Joan Subirats, catedrático de Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma de Barcelona. También juega a favor del PP su buena gestión económica durante los gobiernos de José María Aznar (1996-2004), de los que formó parte Rajoy.

Los únicos datos positivos para los socialistas son que su candidato, Alfredo Pérez Rubalcaba, recibe mejor valoración que Rajoy -aunque por un estrecho margen- y que todavía hay 31,5% de indecisos. “Se estima que el PSOE perderá unos tres millones de votos respecto a 2008. Un millón irá al PP, otro a partidos minoritarios de izquierda y el restante a la abstención. El PP, en cambio, tiene muy movilizada su base electoral, que es más fiel”, agrega el politólogo.

Convencer a los indecisos y a los posibles abstencionistas es el principal objetivo de Rubalcaba, de 60 años, quien ha multiplicado esta semana sus actos para tratar de reducir la ventaja de unos 16 puntos porcentuales que, según los sondeos, le lleva Rajoy. Parece una tarea utópica pero el que fuera ministro durante los gobiernos de Zapatero (2004-2011) y Felipe González (1982-1996) no se da por vencido. “Pelea por lo que quieres” es su lema de campaña. “El voto es lo que cambia las cosas. La indiferencia nunca construyó un hospital, una beca o una prestación por desempleo”, proclamó recientemente.

Pese a los esfuerzos de Rubalcaba, en la calle y en el propio PSOE percibe que el triunfo del PP está más que asegurado. Los esfuerzos socialistas se centran en salvar la cara y evitar una victoria aplastante de los conservadores. El deseo de cambio de los españoles parece decidido, como demuestran, una vez más, las encuestas. El 82,1% de los ciudadanos está convencido de que el PP ganará las elecciones, frente a sólo 4,2% que cree que lo hará el PSOE, según el sondeo del CIS. Además, el 54,9% vaticina la mayoría absoluta del PP en el Parlamento.

Se ve venir

Las previsibles victoria conservadora y hecatombe socialista han afectado a la campaña electoral, una de las más apagadas de las últimas décadas. Las propuestas de los candidatos no han ocupado, día tras día, las portadas de los principales diarios ni las tertulias radiofónicas y televisivas. Aunque la crisis del euro y las caídas de los gobiernos de Italia y Grecia tienen parte de la culpa.

Ambos candidatos se han ceñido a la estrategia prevista. Distintos caminos hacia el mismo fin: evitar la entrada en una segunda recesión, reducir el déficit público para situarlo en 4,4% del PIB en 2012 y cumplir con las exigencias de la Unión Europea, lo que obligará a España a recortar más de 40.000 millones de dólares.

Bajo el lema “Súmate al cambio”, Rajoy, de 56 años, ha apostado por el discurso moderado que tan buenos resultados le ha dado, una actitud que prevalece en todos sus actos de campaña. Carece del carisma y la cercanía de Rubalcaba, pero exprime su imagen de político serio y creíble. Ha lanzado numerosos dardos contra el gobierno socialista por los “inaceptables” índices de desempleo y ha insistido en que él “generará certidumbre” y “romperá” la desconfianza económica.

Dos características comunes en todos sus discursos son el componente patriótico y el religioso. “Somos una gran nación que se levantará” y “haremos las cosas como Dios manda, sin gastar lo que no tenemos”, suele repetir como un mantra.

El candidato conservador ha presentado propuestas liberales para reactivar la economía, como reducir los impuestos para las empresas, facilitar el despido y la contratación de trabajadores, y reestructurar el gasto administrativo. Sin embargo, ha evitado detallar aquellos asuntos más impopulares que le pueden restar votos, como si modificará las prestaciones por desempleo o las leyes del aborto y del matrimonio homosexual. “No dicen nada pero es evidente que Rajoy repetirá la política de ajustes que está aplicando el PP en las regiones que gobierna”, considera Subirats.

Rubalcaba, por su parte, se ha mostrado más combativo, sabedor de que la agresividad es seguramente su única opción para arrancar votos. El candidato socialista ha basado su discurso en defender una “salida socialdemócrata” de la crisis y en alertar de los recortes a las políticas sociales que efectuaría el PP en caso de ganar las elecciones. Rubalcaba denuncia el programa “oculto” y “calculadamente ambiguo” de los conservadores. “Somos antagónicos. Avances sociales igual a gobierno socialista, retroceso igual a derecha”, aseguró hace unos días. En sus actos de campaña, a diferencia de los de Rajoy, hay menos banderas españolas. El público está más cerca del escenario, y sobre todo, se habla menos de economía y desempleo, y más de sanidad y educación.

El candidato del oficialismo pidió a la Unión Europea un aplazamiento de los ajustes para evitar que afecten negativamente al crecimiento y apuesta por subir los impuestos a los más ricos. Sin embargo, la falta de credibilidad ha erosionado su campaña al haber sido uno de los pesos pesados del gabinete socialista. “No me creo sus palabras. Es puro oportunismo para atraer a la izquierda. La gente no olvida”, señala Lucas Marín, un estudiante de 23 años que simpatiza con el movimiento de los indignados y votará en blanco.

Rubalcaba tampoco ha podido capitalizar en las encuestas su papel determinante, como ministro del Interior, en el cese de la violencia anunciado por el grupo armado vasco ETA. Parece que, diga lo que diga, los españoles tienen muy claro lo que quieren: enterrar el pasado y cambiar.