Domingo 30 de octubre a las 19.00. Cinco meses y medio después de aquel famoso 15 de mayo, la plaza de la Puerta del Sol de Madrid sigue siendo el epicentro de las protestas de los indignados españoles. Al contrario de lo que muchos presagiaban, el espíritu del 15-M no ha decaído sino que se ha reforzado con el transcurso de los meses y se ha extendido a las principales ciudades españolas.

Desde junio, la Puerta del Sol celebra cada domingo una asamblea general de su agrupación de indignados, llamada Acampada Sol. No es la única plaza que lo hace. En los últimos meses han nacido centenares de agrupaciones en España, no sólo en las grandes ciudades sino también en pequeñas poblaciones. Cada organización local suele reunirse semanalmente para debatir y votar una serie de propuestas, que luego son presentadas en una asamblea urbana, provincial o regional que agrupa barrios y municipios.

Las decisiones acordadas se publican en internet, donde pasan a debatirse en el ámbito nacional, e incluso internacional, para coordinar acciones conjuntas. Por ejemplo, para convocar a una manifestación bajo el mismo lema que se celebra en varias ciudades españolas o del mundo, como sucedió el 15 de octubre con movilizaciones en 951 urbes de los cinco continentes. Los indignados españoles están organizando marchas masivas para las próximas semanas en la antesala de las elecciones nacionales del 20 de noviembre.

Uno de los principales motivos que explican la vigencia del espíritu del 15-M es que los debates se trasladaron a los barrios, convirtiéndose en un movimiento transversal. Un amplio abanico de personas, desde jóvenes desempleados a trabajadores de mediana edad o jubilados, han encontrado en las asambleas de los indignados el ágora donde debatir las crecientes preocupaciones locales que genera la galopante crisis económica que afecta a España desde hace más de tres años, y que ha situado la tasa de desempleo en 21%, con cerca de cinco millones de personas sin trabajo, y el índice de desempleo juvenil en un alarmante 40%.

“El 15-M lo impulsó la generación de jóvenes que saben que vivirán peor que sus padres y se les ha unido todo tipo de personas que están molestas porque la democracia no les representa”, explica a la diaria Manuel Espinel, profesor de sociología en la Universidad Complutense de Madrid. “Me sumé a los indignados por el descontento por la vida. Vamos por el camino equivocado. Le damos demasiada importancia al dinero. Todos los políticos son iguales y sólo buscan enriquecerse”, considera, por su parte, Julio, un funcionario de 59 años que asiste a la asamblea en la Puerta del Sol, en el centro de Madrid.

Allí la heterogeneidad del 15-M queda rápidamente de manifiesto. Cerca de 200 personas acuden al encuentro. Un centenar se sienta en el suelo y participa activamente durante la hora y media de reunión. El resto permanece de pie, algunos son transeúntes que se paran a escuchar unos minutos y luego reemprenden su recorrido. Entre los asistentes no hay ningún colectivo mayoritario. Hay veinteañeros de aspecto hippie que parecen haber venido a pasar el rato, hay otros jóvenes más activos que escuchan atentamente, gente de mediana edad con trabajos calificados, pero también algunos desempleados, varios inmigrantes y un buen número de ancianos. “Vengo a escuchar porque tienen mucha razón en lo que dicen”, asegura Antonio, de 79 años.

Entre todos

Lo que más sorprende a simple vista es la organización y la burocracia del evento. Cuenta con un moderador, un intérprete para sordos y un encargado de redactar un acta. También dispone de un equipo de sonido, con un micrófono y dos altavoces de grandes dimensiones.

La asamblea tiene en su agenda una serie de puntos de debate, que se propusieron en el anterior encuentro o por internet. Cada punto debe ser votado. La persona que ideó la propuesta la lee en voz alta. A continuación, el moderador la somete a votación y recuerda a los asistentes que pueden optar por el “consenso” o el “disenso”. El "sí” se comunica moviendo las dos manos durante unos segundos, y el "no", cruzando los brazos en forma de aspa. Un máximo de seis personas que rechazaron la medida tienen derecho a expresar su “matiz”, mientras que la persona que la redactó puede responder.

El primer punto de la asamblea genera fuertes divisiones. No es un asunto local sino de organización interna del movimiento de cara al exterior. La propuesta critica que la subcomisión de asuntos internacionales haya escrito en la página web de Acampada Sol que el 15-M apoya el movimiento de los indignados de Israel. Una mujer de unos 40 años ha redactado la propuesta y considera que el apoyo a los “compañeros de Israel” es negativo porque éstos se oponen al reconocimiento de Palestina. Las discusiones entre partidarios y detractores se eternizan y finalmente se acuerda que las futuras decisiones de la subcomisión se adoptarán en asamblea.

La segunda votación es más concreta. Una chica de 25 años lanza una “propuesta de desobediencia civil” a la decisión de la Junta Electoral Central de prohibir las concentraciones no autorizadas en lugares públicos durante la inminente campaña electoral. Por ello, propone reunirse el jueves siguiente en Sol para “vivir juntos” la apertura de la campaña y colgar carteles que critiquen el “sistema político bipartidista”. Recibe un respaldo mayoritario. El bipartidismo reinante entre el gobernante Partido Socialista Obrero Español y el conservador Partido Popular es una de las principales quejas del 15-M.

A continuación, toma la palabra Luis Fernández, un hombre de unos 40 años que está en huelga de hambre, junto a otra persona, desde la movilización del 15 de octubre y prevé mantener la medida hasta los comicios del domingo 20. “Queremos llamar la atención sobre los efectos de la crisis. Que el día de las elecciones vean nuestras caras más delgadas y se den cuenta de que los políticos se están olvidando de los ciudadanos. Nos cortan la luz, nos desahucian [desalojan] la casa, nos privatizan la sanidad”, relata angustiado Fernández, que lleva más de tres años desempleado.

Multiplicados

Las preocupaciones de los indignados son otras a unas cuantas manzanas de la Puerta del Sol. A la misma hora de ese domingo se celebra en la Plaza del Carmen otra reunión del 15-M, la llamada Asamblea de Pueblos de Madrid que reúne a una treintena de barrios y pequeños municipios de Madrid y sus alrededores. Un centenar de personas, con edades que van de los 20 a los 65 años, acuden al encuentro, entre ellos un representante de cada uno de los barrios. El objetivo es compartir las propuestas acordadas en las asambleas de los distritos para adoptar medidas comunes.

Los puntos de debate también inciden en aspectos organizativos y globales, como en la reunión de Sol, pero tratan sobre todo inquietudes más locales. Algunos asistentes, por ejemplo, relatan las movilizaciones realizadas para frenar la privatización de un mercado, evitar el despido de funcionarios municipales o denunciar la degradación de un barrio.

“La gente lo siente como algo suyo. Hemos creado una voz alternativa y crítica. Gracias a nuestra presión hemos ayudado a resolver varios conflictos laborales”, asegura David Álvarez, un profesor universitario de 34 años que es el representante del municipio de Móstoles, en el conurbano madrileño. Álvarez se congratula de la evolución del 15-M: “Decían que el movimiento desaparecía al llegar el verano, pero seguimos. Ahora dicen que con el frío ya no habrá asambleas pero hemos conseguido locales donde reunirnos”.

Como explica este profesor, la crisis económica ha generado un “ambiente muy propicio para el 15-M”. El movimiento de los indignados ha logrado aglutinar y poner rostro a los perjudicados por la crisis mediante acciones pacíficas. Por ejemplo, los trabajadores de los centros sanitarios y educativos que son despedidos como consecuencia de la política de ajustes del gobierno central y de las administraciones regionales para reducir el déficit público y cumplir con las exigencias de la Unión Europea. El 15-M también abrigó las movilizaciones a favor del laicismo durante la visita del papa a Madrid en agosto o las que claman contra la especulación financiera, proclamando: “No somos mercancía en manos de políticos y banqueros”.

Otro de los frentes de lucha es el de la vivienda y la corrupción urbanística. El 15-M ha logrado paralizar 92 desalojos de personas que deben dinero a los bancos en el pago del alquiler o la hipoteca de una casa. Los indignados reclaman desde hace meses la aplicación de la llamada “dación en pago” que permite entregar la vivienda al banco para saldar la deuda. El candidato socialista a la presidencia del gobierno, Alfredo Pérez Rubalcaba, ha incluido la demanda en su programa en lo que supone uno de numerosos guiños que hizo al 15-M para tratar de reducir la abstención del votante de izquierda y remontar las encuestas que prevén una apabullante victoria conservadora. Rubalcaba también ha apostado por subir los impuestos a las grandes fortunas y gravar las transacciones financieras, como reclaman desde mayo los indignados. “Es oportunismo puro y duro. Es muy fácil decirlo ahora cuando sabe que no va a ganar. Votar no sirve porque nada cambiará”, considera el funcionario Julio.

“Todos los políticos son conscientes de que los indignados han despertado una conciencia crítica. Pese a que promueven la abstención, los políticos se fijan en sus propuestas y las tratan de canalizar para captar votantes”, sostiene el sociólogo Espinel. Pese a los esfuerzos socialistas, Izquierda Unida, que obtuvo sólo 3,8% de los votos en los comicios de 2008, es la formación más cercana a las demandas del 15-M, como demuestra su programa electoral. Apuesta por la democracia directa, con más referendos, consultas ciudadanas y la implantación del voto electrónico.

El Partido Popular, en cambio, se ha mostrado distante con los indignados, sabedor de que no son sus votantes de base. Nadie duda de que la presumible victoria del conservador Mariano Rajoy dará más alas a los indignados que seguirán aglutinando de forma participativa el creciente malestar de la sociedad española.