Atilio Borón, en un artículo publicado en Página 12, expone la visión pro Donald Trump de una parte (por cierto que no toda) de la “izquierda bolivariana”: “Con Trump en la Casa Blanca la globalización neoliberal y el libre comercio pierden un aliado crucial. El magnate se manifestó en contra del TPP [Acuerdo Estratégico Transpacífico], habló de poner fin al NAFTA [Tratado de Libre Comercio de América del Norte, por su sigla en inglés], y se declaró a favor de una política proteccionista, a la vez que propone un acuerdo con Rusia para estabilizar la situación en Siria... Sí, se acabó un ciclo: el del neoliberalismo, cuya malignidad convirtió a Europa en una potencia de segundo orden e hizo que Estados Unidos se internara en el sendero de la decadencia imperial. Paradojalmente, la elección de un xenófobo y misógino millonario norteamericano podría abrir, para América Latina, insospechadas oportunidades para romper la camisa de fuerza del neoliberalismo y ensayar otras políticas económicas”.
Las globalizaciones neoliberal y neoconservadora no son el libre comercio, sino más bien su negación. Crean una insatisfacción mundial promoviendo más concentración de riqueza y poder en una pequeña minoría. Esta globalización es contradictoria y, si vemos el “alcance medio” del sistema mundial, veremos que convive con múltiples capitalismos que acentúan las divergencias de desarrollo pese a los pronósticos neoliberales.
Ni las rutas reales de globalización ni el capitalismo asociado al vigor persistente del Estado nación siguen la utopía del modelo neoclásico de mercados libres y ventajas comparativas. Y el ideal de libre comercio de Adam Smith, que nunca se cumplió en los hechos y que Marx elogiara, es negado por monopolios, transnacionalización y normas de propiedad intelectual que traban la competencia y la innovación.
Muchos tratados de libre comercio (TLC) modelo yanqui niegan la competencia y reducen el libre comercio. Lo mismo sucede con la integración europea bajo la tiranía monetaria del euro fuerte de Berlín.
Trump aún es una incógnita, pero toda su carrera y campaña anuncian lo peor para el mundo, rodeado de ultras e inexpertos como el halcón racista y xenófobo Stephen Bannon al mando de la estrategia de la Casa Blanca.
En materia económica, una nueva ola de rebajas de impuestos a los ricos, erosión de la protección social y persecución de los inmigrantes llegarían acompañadas de mayor proteccionismo combinado con una desregulación total de las finanzas de Wall Street y una reacción cultural conservadora contra la igualdad de género, racial o de opción sexual.
En La gran transformación, Karl Polanyi expuso que la guerra mundial de 1914 terminó con el auge del paradigma de los mercados autorregulados (Polanyi demostró que fueron creación del Estado en la propia Inglaterra; otra cosa es el paradigma o modelo teórico) iniciado en 1870.
Este final abrió paso a la gran transformación que siguió cuatro direcciones distintas: el New Deal de Franklin D Roosevelt; la salida socialdemócrata sueca keynesiana con el ministro Ernst Wigforss, desde 1932; la planificación centralizada de Iósif Stalin, con colectivización forzada e industrialización acelerada; y el intervencionismo económico nazifascista (que fue débilmente planificado por la demagogia populista, lo que explica que mientras que Reino Unido ya en 1940 había ordenado la movilización de toda la población y las mujeres para el trabajo fabril e implantado una planificación fuerte de la producción industrial, Adolf Hitler sólo aceptó esto, y de manera gradual, a partir de 1943).
Se trata de cinco direcciones, si incluimos los modelos de sustitución de importaciones de América Latina, frecuentemente concentradores de riqueza y poder, que preservaron los viejos privilegios estamentales de las elites agrarias, militares y eclesiales sin las formas democráticas, es decir, sin revolución democrática burguesa.
Lo que quiero decir es que el nazifascismo era anti mercado libre, y eso no lo vuelve mejor sino mucho peor para la clase trabajadora mundial, para las personas de bien y simplemente para los humanos y la humanidad que liberalismos económicos y políticos de la época como el del imperialista Winston Churchill.
¿Qué tenemos aquí en Borón? La versión de un ala de izquierda bolivariana que primero nos debiera explicar el fracaso de sus recetas de política económica y que, para variar, nunca considera la posición de los países pequeños como Uruguay. La “teoría de la escalera” sostiene que, una vez que un país llega a la cima del desarrollo, se derriba la escalera proteccionista que le permitió subir para evitar que lo alcancen los países que vienen detrás. Pero la teoría empíricamente no se aplica a los países pequeños (hay mucha evidencia de ello), que fueron los primeros en desmantelar gradual pero consistentemente el proteccionismo (todos los países nórdicos, por ejemplo).
No se aplica a la historia de América Latina, que fue durante el siglo XIX -ver Ocampo y estudios de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe-, como lo muestran toda la evidencia y los estudios históricos, el continente más proteccionista del mundo por varias razones asociadas con el poder de las elites tradicionales exportadoras.
La política de Hillary Clinton en Oriente Medio fue un desastre trágico, y muy serio. Ahora Trump planea la alianza con Vladimir Putin, como si Putin no fuera un líder reaccionario y nacionalista con intereses imperiales propios y como si Trump no hubiese exigido terminar con el acuerdo de desnuclearización con Irán, que fue un paso inmenso para una paz futura en Medio Oriente.
Putin, Benjamin Netanyahu, Recep Tayyip Erdogan y Trump son los líderes de un mundo de nacionalismo capitalista, autoritarismo estatal, xenofobia y restauración de los viejos valores reaccionarios en las familias, la discriminación racial, de género u opción sexual. Es money money money + autoritarismo + conservadurismo cultural + contención de China.
Los TLC no eran libre comercio, pero como, según Borón, Trump es un nacionalista norteamericano (no sabemos si según él también es un imperialista), la pregunta obvia debiera ser entonces si los TLC y el NAFTA eran tan espantosos para los países emergentes como nos dice Borón, ¿por qué el nacionalista norteamericano Trump quiere terminar con ellos, ya que también los considera espantosos para Estados Unidos?
La discusión sobre el libre comercio es algo más compleja que polarizaciones actuales de análisis y discusiones.