No hay sorpresas: el sistema en el que vivimos tiene muchos problemas. A pesar de que existen numerosos síntomas de apatía y desmovilización de la gente en diversas partes del mundo, algunas cosas se mueven. Lentas, con resultados dispares, pero se mueven. Las crisis ofician como catalizadoras de algunos cambios o refuerzos de tendencias, en particular en el terreno político-electoral. En Europa, por ejemplo, el aparente resquebrajamiento de la estabilidad de las últimas décadas viene dado tanto desde el surgimiento o la consolidación de partidos y liderazgos de extrema derecha -en Alemania o Francia- como desde posiciones de izquierda que se instalan a partir de un discurso crítico inspirado, incluso, en algunas experiencias latinoamericanas. Pueden observarse desde nuevos partidos como Podemos, en España, hasta el cambio en la correlación de fuerzas en organizaciones históricas, como el caso de Jeremy Corbyn en el Partido Laborista inglés.
A su vez, todo este proceso ocurre en un contexto de democracias liberales, signadas por elecciones periódicas, en las cuales las formaciones que eran hegemónicas hasta no hace mucho comienzan a verse desafiadas, y por ende a enfrentarse a encrucijadas que no sólo van a tener efectos “internos” sino que además tienen el potencial para ir marcando un cambio de época. Este podría ser el caso del proceso electoral que está viviendo España actualmente.
De dónde venimos
Las elecciones del 20 de diciembre estuvieron signadas por la crisis económica, que el gobernante Partido Popular (PP) no pudo superar, y sobre todo por un descrédito generalizado de la clase política, fomentado entre otras cosas por múltiples y variados escándalos de corrupción. La indignación de una parte de la ciudadanía derivó en la formación de nuevas expresiones partidarias que comenzaron a desafiar el bipartidismo en el que participaban el PP y el Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Así irrumpieron con un interesante caudal electoral Podemos, de izquierda, y Ciudadanos, que podría ubicarse en la centroderecha.
Si bien el PP y el PSOE se mantuvieron como las principales fuerzas electorales (123 y 90 escaños en el Congreso, respectivamente) en conjunto perdieron cerca de cinco millones de votos. En un sistema parlamentario como el español, el mapa político resultante obligó a iniciar un proceso de construcción de coaliciones de gobierno que continúa hasta hoy. Luego de que el actual presidente del Ejecutivo y candidato del PP, Mariano Rajoy, desistiera de formar gobierno (ante el rechazo que recibía de todo el espectro político), el rey Felipe II le encargó la tarea a Pedro Sánchez, candidato del PSOE.
El escenario no parecía tan complicado para Sánchez, puesto que para reunir los votos necesarios le bastaba con alcanzar un acuerdo con Podemos, Izquierda Unida (IU) y otras agrupaciones de izquierda. Sin embargo, desacuerdos en torno a la soberanía de Cataluña y temores desde la dirigencia del PSOE acerca de los costos electorales de un acercamiento a los “populistas” de Podemos, determinaron que Sánchez intentara construir un “gobierno de cambio” que incluyera al PSOE, Ciudadanos y Podemos. Esta fórmula fracasó en las sesiones de investidura del 3 y el 5 de marzo, ya que únicamente Ciudadanos apoyó a Sánchez.
El fracaso del PSOE reabrió las negociaciones, pero los días pasan, y el llamado a nuevas elecciones comienza a ser una opción más que probable. Si Pedro Sánchez no consigue los apoyos suficientes antes del 3 de mayo, ese día se disolverán las Cortes (el Parlamento) y se convocará a nuevas elecciones para el 26 de junio. El PSOE está particularmente interesado en no llegar a esa situación, porque, según diferentes sondeos, ese partido perdería escaños en favor de Ciudadanos.
Hacia dónde vamos
Si bien la situación no parece sencilla, ya que ni Izquierda Unida ni Podemos quieren sentarse con Ciudadanos y viceversa, las autoridades del PSOE parecen optimistas de cara a esta segunda etapa de negociaciones. De hecho, llegaron a agendarse, jueves y viernes, reuniones entre Sánchez y Pablo Iglesias por un lado, y por otro con Alberto Garzón, portavoz de IU, rompiendo así uno de los acuerdos entre PSOE y Ciudadanos de que todos los encuentros iban a ser en conjunto. Estos movimientos no han sido bien recibidos desde Ciudadanos, que han manifestado públicamente su preferencia por un acuerdo con el PP que tenga como condición la exclusión de Rajoy.
Pero la situación tampoco aparece sencilla para Podemos. Luego de su exitosa irrupción electoral (que incluyó victorias en las elecciones al Parlamento Europeo y en las autonómicas), este partido parece víctima de su propio éxito, y distintas notas de prensa están mostrando ciertas diferencias internas que son de gran relevancia en términos estratégicos. Por un lado, están quienes consideran necesario “volver a los orígenes”, en el sentido de no aliarse con aquellos partidos a los que identifican como los responsables de la crisis política y social de España, y continuar acumulando fuerzas de cara a futuras elecciones. Por otro lado, aparecen quienes opinan que es necesario intentar aliarse con el PSOE e IU para formar una gran coalición de izquierdas.
De cualquier manera, la llave la tiene el PSOE, y su decisión puede significar el refuerzo de una tendencia en los países mediterráneos hacia gobiernos de izquierda algo más combativos frente a las directivas del Banco Central Europeo y Alemania, o el refuerzo de un statu quo que parece haber caducado hace rato. En definitiva, la encrucijada interpela el mote de “izquierda” de una socialdemocracia, no sólo española, que perdió el rumbo y agotó su proyecto político.
Mirando hacia Uruguay, estas disyuntivas no parecen tan alejadas de las que viven los gobiernos progresistas de la región, como el del Frente Amplio. Jugando un poco a mirar el futuro cabría preguntarse si, ante una eventual erosión del caudal electoral, el Frente Amplio construiría una coalición con Unidad Popular o con el Partido Independiente. Elija su propia aventura.