La sociedad uruguaya se merece “una nueva discusión” sobre temas como la despenalización del aborto, dijo esta semana el líder de Cabildo Abierto, Guido Manini Ríos, en entrevista con Buen día de canal 4. Un informe elaborado por el coordinador del área de salud de ese partido, Fernando Silva, del que dio cuenta El País, califica la despenalización del aborto como un “holocausto silencioso” y llama a crear un “nuevo orden jurídico” en este tema. ¿Es la perspectiva de género una cuestión accesoria en la agenda de transformaciones sociales y políticas? No lo parece, teniendo en cuenta los esfuerzos de los sectores conservadores por acuñar conceptos que buscan deslegitimarla, como el de “ideología de género”, y el fervor que depositan en el combate a estos nuevos “enemigos” en el ámbito nacional e internacional. En esta tercera nota sobre anticomunismos,1 mostraremos continuidades entre aquel miedo al comunismo, al caos y a la “modernidad” de los años 60 y 70, y la agenda antigénero que promueven en la actualidad los sectores conservadores.

En 2010, cuando Argentina discutía la ley de matrimonio igualitario, la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas de la República Argentina (ACIERA) cuestionó que el país había pasado de la “marea roja” (en referencia al comunismo) a la “marea rosa”, en alusión a los movimientos de género y diversidad sexual.

Así, como en los años 60 y 70 del siglo pasado el enemigo que destruiría la cultura occidental y cristiana era el comunismo, desde la caída del muro de Berlín y con el fin de la Guerra Fría se construyó un nuevo enemigo a combatir como elemento de polarización: el feminismo, y este asociado al género como una ideología.

Desde la reacción conservadora a los movimientos de cambio social de estudiantes, feministas, pacifistas, comunitaristas, hippies y otros que tuvieron su auge a finales de la década de 1960, el discurso de las derechas comienza a intentar emparentar estos movimientos de cambios con la Unión Soviética y el comunismo, y sostiene que el feminismo y la diversidad sexual son parte del nuevo plan de destrucción de la sociedad y de la cultura occidental y cristiana.

El analista Mark Taylor, en su libro Después de Dios (2007), define esta reacción conservadora como la conjunción de varios antagonismos; se trata de una reacción antisecular, antihumanista, anticomunista, antisocialista, antimodernista, antiliberal, anticientífica, antifeminista, antigays. Se articula a finales de los 60 en Estados Unidos y emerge en las últimas dos décadas en América Latina. Taylor plantea que la nueva derecha religiosa consideraba a los movimientos contrarios a la guerra y por los derechos civiles no promotores de la justicia social, sino una conspiración del ateísmo, que a fin de cuentas apoyaba al comunismo, el radicalismo político y la destrucción de la familia tradicional.

Esta concepción muchas veces se acompaña de la idea de que existe un orden natural correcto o una “ley de Dios” que es inmutable en el tiempo. Un ejemplo local de este pensamiento lo encontramos en el ex dictador Juan María Bordaberry, que planteaba en una entrevista realizada por Alfonso Lessa en 1996 que: “El mundo está hoy en día asistiendo a la consagración de la revolución [...] que es la rebelión contra la ley natural, es la rebelión contra Dios”. Y añadía que “lo único que puede consolidar la felicidad de los pueblos es el derecho natural, son las leyes de Dios [...] No necesitan estar en la plataforma de ningún partido [...] porque están en el Plan de Dios”.

Uno de los representantes latinoamericanos más influyentes de esta concepción en la actualidad es el politólogo argentino Agustín Laje, que junto con el abogado Nicolás Márquez escribió El libro negro de la nueva izquierda. Los autores sentencian que el comunismo no ha muerto, sino que ha reinventado nuevos conflictos, que desplazaron las discusiones de la izquierda de la economía a la cultura. Es así que, al igual que sus antecesores discursivos de los Congresos Anticomunistas Latinoamericanos (ver la primera nota de este ciclo), ahora el problema es combatir el comunismo infiltrado en la educación, la cultura, la comunicación y otras formas de lo que denominan “marxismo cultural”.

Además de Laje y Márquez, que han logrado estar en los primeros puestos de ventas de libros de ciencia política en español, existen otros referentes del campo político, social y religioso que promueven desde la misma comprensión el concepto de “ideología de género” como paraguas para unir a diversos actores bajo un mismo campo. Dentro de los más notables están el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro; el fundador de Con Mis Hijos No Te Metas, de Perú, Christian Rosas; la militante provida Amparo Medina, de Ecuador, y la autodenominada “ex feminista” Sara Winter.

Estos referentes regionales son seguidos y apoyados por promotores locales de este discurso, como el diputado del Partido Nacional Álvaro Dastugue y su suegro, el apóstol Jorge Márquez, que han recibido en su campamento Beraca a los gurúes de esta narrativa. Junto al ex diputado y actual asesor de Antel Carlos Iafigliola, han utilizado este tipo de discursos para oponerse a la ley de salud sexual y reproductiva, a la educación sexual con perspectiva de género y a la ley integral para personas trans. La visita el año pasado de Laje, Márquez y Medina a Uruguay contó con una polémica presentación en el anexo del Parlamento y con el testimonio de “conversión” de feminista a militante provida de Winter, con gran repercusión televisiva.

La estrategia principal de estos actores, como la describe Christian Rosas, es “erradicar la ideología de género” de sus países, del continente y del mundo, y sacar la palabra o el enfoque de género de los currículos escolares y leyes. También comparten otros elementos comunes. Por ejemplo, negar la existencia de la violencia política y la desaparición forzada de personas en los contextos de la represión y reivindicar la dictadura cívico-militar como un mal menor o una acción necesaria, justificada en un fin superior o divino.

Es así que el entramado del discurso combina los elementos propios del anticomunismo de los años 60, 70 y 80 con los nuevos entrecruces de la perspectiva de un supuesto marxismo cultural que estaría cuestionando el orden tradicional de la familia y la sociedad a través del enfoque de género y diversidad. La “guerra espiritual” y política se refiere al control de los cuerpos de las mujeres, las niñas y los niños. El uso cada vez más notable de conceptos como “dictadura del género”, “cristianofobia”, “feminazis” y “caos moral” es un dispositivo discursivo polarizador bélico recurrente entre los representantes políticos de conservadores religiosos y militares.

La “ideología de género” en Uruguay

En el programa de gobierno presentado en la última campaña electoral, Cabildo Abierto se propone “revisar los programas y textos de educación inicial y primaria que contengan conceptos de la ideología de género y las guías de abordaje de la educación sexual”.

El término “ideología de género” empezó a utilizarse a principios de la década de 1980 y llegó a América Latina en los años 90. El Vaticano tuvo incidencia en su diseminación. Una investigación de la revista Género y Política señala que en la década de 1990 el concepto se utilizó en las conferencias de Naciones Unidas por parte de sectores religiosos y de estados teocráticos y ultraconservadores, recordó Lilián Abracinskas, directora de Mujer y Salud en Uruguay y una de las autoras de la publicación Políticas antigénero en Latinoamérica: Uruguay, el mal ejemplo, presentada el año pasado. “La investigación nos permitió identificar cómo esta narrativa de ideología de género reestablecía esta cuestión de fuerzas ultraconservadoras defendiendo un orden establecido. Los movimientos feministas y de la diversidad sexual aparecen como la nueva expresión del comunismo a combatir, como las nuevas fuerzas que transgreden el orden social”, explica.

Hoy, la utilización del término “ideología de género” trasciende el ámbito religioso, y en Uruguay se utiliza a nivel mediático y político. No sólo lo usan políticos católicos, como el diputado nacionalista Rodrigo Goñi, sino también ateos, como la legisladora del Partido Nacional Graciela Bianchi.

Para el teólogo y doctor en Ciencias Sociales de Argentina Nicolás Panotto, el término ha logrado eficacia política y “un gran poder de aglutinamiento, y eso ha sido en gran parte gracias a los sectores religiosos”. “Estos discursos sirven para polarizar, para lograr una especie de capital simbólico, pero por otro lado son discursos que terminan siendo argumentos para respaldar o negar políticas públicas”, advierte, y pone el ejemplo de Chile y Colombia, donde se frenaron las demandas de despenalización del aborto con base en argumentos religiosos.

En Uruguay, el feminismo no veía a los grupos antigénero como una amenaza real, porque su capacidad de incidencia en el país era limitada. “Ahora los resignificamos de otra manera”, admite Abracinskas, sobre todo a partir del surgimiento de Cabildo Abierto, que levanta como bandera estos discursos.

“En principio pensamos que era una reacción, que estos grupos eran reaccionarios a lo que habíamos logrado. Esto en parte es cierto, porque es verdad que reaccionan a logros que se obtuvieron a partir de una movilización social muy extensa. Después, empezamos a identificar que estos grupos también se vinculaban con los sectores más ultraconservadores del esquema político-partidario. Hoy vemos que no sólo es una reacción, sino que hemos aprendido que en condiciones apropiadas la trama de derecha se restablece, se reinstala y se amplía a una cantidad de grupos que no necesariamente tienen un hilo conductor conjunto, pero de alguna manera el concepto de ‘ideología de género’ los aglutina, en tanto concepto vacío de contenido”, indica Abracinskas.

Considera que discursos y prácticas como las de Cabildo Abierto, que explícitamente habla en su programa de gobierno del combate a la ideología de género y que vuelve a poner a la iglesia católica “como quien mueve los hilos del poder”, pueden ser la antesala “a formas intolerantes y violentas de dirimir el conflicto con lo que ellos identifican como actores desestabilizadores del orden”. Para estos grupos, añade Abracinskas, la perspectiva de género, al cuestionar el orden moral y social y poner en discusión los conceptos de patria, familia y propiedad, amenaza la teoría antropológica y teológica cristiana conservadora, pone en duda la concepción de sociedad que defienden, lo que es “como hacerles perder su razón de existencia”. “No lo toleran, y por eso no lo pueden concebir en términos democráticos. Yo pensé que en algún momento podíamos convivir con esos sectores, tratando de convencerlos en términos democráticos, seculares, de convivencia pacífica, de diversidad de creencias. Y me doy cuenta de que para ellos es negociar lo que es esencial, es como dejar de tener un lugar en el mundo”, sostiene.

Padres demócratas y responsables

En términos históricos, hay miedos comunes que atraviesan a los sectores conservadores. El historiador Gabriel Bucheli define como un pilar ideológico de la Juventud Uruguaya de Pie (JUP) al “antimodernismo”, que era el “rechazo visceral a toda esa nueva ola juvenil que estaba ocurriendo” en los años 60. Esto podía abarcar cuestiones tan diversas como el consumo de drogas, el rock, el pelo largo en los hombres, la minifalda en las mujeres, el cine erótico, que era “parte de la confabulación mundial para contaminar a los jóvenes, porque es cine hecho por comunistas y homosexuales”, indica Bucheli. Todo esto era visto como una amenaza moral.

En un sentido similar, la historiadora Magdalena Broquetas recuerda la fundación en 1962 de la Organización de Padres Demócratas (Orpade), cuyo principal cometido era “sacar a los profesores comunistas” y que tenía un vínculo fluido con la JUP. En el artículo “Un caso de anticomunismo civil: los ‘padres demócratas’ de Uruguay (1955-1973)”,2 Broquetas sostiene que esta organización jugó “un papel relevante en el proceso de violencia social y política que atravesó Uruguay en la larga década de 1960”. “Se trató de un movimiento que concitó adhesiones en todo el territorio uruguayo, desplegó una ferviente vigilancia ideológica en los centros de educación secundaria de todo el país, actuó como grupo de presión ante autoridades de la enseñanza y del gobierno nacional para lograr sanciones legales y depurar el cuerpo docente y fue un actor clave en la promoción de la delación y en la consolidación de la idea del ‘enemigo interno’ solapado en el entramado social”, se señala en el artículo.

Broquetas afirmó en entrevista con la diaria que cuando se suscitó la discusión sobre las guías de educación sexual en 2017, si escuchabas “las voces que se levantaron, tapabas la fecha y parecía que estabas leyendo los discursos de Orpade de 1963 y de 1970, podía reconocerse ese terror a propósito de que cooptaran a los jóvenes, de que les inocularan ideas y actitudes contrarias al orden establecido”.

Actualmente en Uruguay, además de funcionar la organización A Mis Hijos No Los Tocan –que precisamente hizo una marcha contra la guía de educación sexual en 2017–, se creó una Red de Padres Responsables, que desde su página web reivindica el “derecho y deber de educar a nuestros hijos de acuerdo a los valores que tenemos en el ámbito de la sexualidad humana”. Además, denuncia lo que entiende como “adoctrinamiento” de docentes y niños en materia de sexualidad.

Hoy el Parlamento uruguayo tiene a estudio un proyecto de ley elaborado por esta red, y presentado por el diputado nacionalista Rodrigo Goñi, que establece la necesidad de recabar el consentimiento de los padres para que los niños y las niñas tengan educación sexual en las escuelas. También sostiene que se deberá ofrecer a las familias “al menos, las dos visiones de la educación sexual que sean acordes con las convicciones morales y religiosas más representativas entre los padres”.