¿Por qué ha sido o es tan complejo el vínculo entre cristianismo y sexualidad-cuerpo, especialmente cuando refiere a las mujeres y a la diversidad sexual?

Yo ahí siempre comparto dos factores: uno es más de la historia del cristianismo, y otro es más de la historia contemporánea. El primero tiene que ver con un modo en que se construyó la política en la modernidad, que no toca solamente al tema religioso y de la sexualidad, sino a la sexualidad y a la política en sí. Entonces, por ejemplo, está la distinción entre lo público y lo privado en el siglo XVII, donde se establece lo público como el lugar del hombre, de la clase política, del dominio de lo común, y lo privado como el espacio de la familia, de la mujer, de la sexualidad. Lo privado se pone bajo la égida de la iglesia, mientras que lo público queda bajo la égida de la clase política, y posteriormente del Estado. Hoy el feminismo toca lo que históricamente ha estado en manos de la iglesia cristiana: la administración de lo privado, de la corporalidad, de la sexualidad y de la familia. Se está tocando una fibra muy íntima de algo que por siglos ha estado bajo la égida de la iglesia, y ahora se hace un asunto público. El segundo factor es que, en el marco de una crisis de representación política, lo religioso entra como un tipo de práctica y de narrativa que intenta llenar ese vacío de representatividad, especialmente desde los sectores conservadores. Entonces, el tema de la sexualidad no sólo toca el núcleo de cierto grupo religioso, sino que se transforma en un punto de disputa política entre los sectores progresistas y conservadores, donde lo religioso emerge como una instancia de esa disputa en este momento de quiebre. Las fuerzas políticas conservadoras tomaron puntos de las fuerzas religiosas, específicamente evangélicas, en su irrupción en el escenario público, como una manera de disputar contra el progresismo.

¿Existe una continuidad entre los sectores conservadores que en los 60 y 70 tenían como enemigo al comunismo y estos sectores conservadores antigénero?

Yo creo que sí hay una continuidad. Porque si nos fijamos en los sectores religiosos que están promoviendo este tema, en Argentina son los mismos que en el tiempo de la dictadura militar apoyaron la dictadura o hicieron silencio, hablando del peligro que implicaba el comunismo. Ese era el argumento para defender o legitimar a la dictadura militar. Son esos mismos sectores que hoy están llevando la bandera en estos temas: me refiero a ACIERA, que se vincula a movimientos como Con Mis Hijos No Te Metas y Parlamento y Fe.

¿Cuáles han sido los principales logros políticos de los sectores antigénero en la región?

En primer lugar, la profesionalización y formalización de su militancia: tienen abogados, cientistas sociales, etcétera. Y han logrado meterse en la estructura política: en partidos políticos, en estructuras del Estado. Por otro lado, han logrado una muy buena articulación con los sectores conservadores. Y en tercer lugar, me parece que han sido muy buenos para hacer ruido, para polarizar, para instalar una narrativa en el espacio público. Han sido muy estratégicos en usar medios de comunicación, redes sociales. La clave no está en la fuerza evangélica o religiosa en sí, sino en su capacidad de articulación. Porque no lo hubieran podido lograr solos. El énfasis debe estar puesto en la articulación que lograron con los sectores conservadores para esas agendas.

¿Considerás que esta incidencia que están teniendo los grupos antigénero en las políticas públicas debilita la laicidad de los estados?

Yo diría que más bien ha evidenciado la debilidad de los regímenes laicos en la región. ¿Hay estados laicos en América Latina? Primero tendríamos que definir qué entendemos por estados laicos. Pero viendo algunos ejemplos de estados laicos a nivel global, en América Latina hay una tremenda carencia. Cuando hablamos de laicidad, tenemos que ver tres temas que van de la mano: la cuestión constitucional, la cuestión jurídica y la cuestión de políticas públicas. Entonces, el problema está en por qué una voz particular, de ciertos grupos religiosos, termina marcando tanto la agenda de debate público e incluso de políticas públicas. No es que lo religioso tenga que quedar completamente de lado, sino que esto está mostrando que hay estados que no saben dialogar y construir instancias saludables de tratamiento de lo religioso dentro del marco de las políticas públicas.

¿Qué características tienen nuestras sociedades contemporáneas que hacen que estos sectores antigénero tengan ascendencia e incidencia?

Tal vez el miedo al sentido de pluralidad y diversidad. En América Latina, por lo menos, creo que ese es uno de los grandes miedos. Por eso hay tanta polarización en América Latina en este momento. Sin conflicto no hay política, pero una cosa es conflicto y otra es polarización. El conflicto es cuando hay partes y vos tenés que ver cómo lidiar para lograr ciertos consensos. Otra cosa es la polarización, donde vos tenés dos grandes vertientes sobre un tema y cada uno cree tener la verdad absoluta, y no hay posibilidad de tener un diálogo para lograr un consenso común que vaya más allá de las partes. Por eso creo que en el fondo es este problema: un miedo, una incapacidad de lidiar con la pluralidad, con los efectos que eso tiene en términos sociales y políticos. Entonces, la pregunta es por qué, después de 20 años, con todos los avances que hubo incluso en términos de políticas públicas en derechos humanos y diversidad, a nivel social no vemos ese correlato o vemos que sigue habiendo tanta resistencia a estas cuestiones, siendo que incluso a nivel estatal y público se maneja este discurso. ¿Qué es lo que no hemos trabajado a nivel social para que haya una buena comunicación social, para que haya una buena aprehensión de estos temas? En el medio de este lío de estos nuevos temas que nos están sacudiendo –“ahora me van a tocar la sexualidad de mis niños con la educación sexual” y todas esas cuestiones que hay en ciertos imaginarios sociales–, entran los sectores religiosos a actuar como una instancia de respuestas frente a la incapacidad de comunicación de otros sectores que los están promoviendo.

¿Hay responsabilidad también de los sectores progresistas al colocar al otro como alguien con quien no se puede dialogar?

El gran problema hoy día lo veo en nosotros y nosotras como progresistas: en nuestra ineficacia de comunicar las cosas, en nuestro romanticismo de las cosas que supuestamente hemos ganado –hemos ganado ciertas cosas en políticas públicas, pero que todavía no están fuertemente enraizadas a nivel social–. Y sobre este tema en particular, la gran miopía que hay sobre cómo abordar el tema religioso. Mientras el progresismo siga planteando que lo religioso es una cuestión a lo sumo de la vida privada y personal, o que es innecesario, o que es el opio de los pueblos, etcétera, las agendas progresistas no van a poder avanzar.

¿Cuáles son las motivaciones profundas de actuación de los grupos antigénero?

Yo creo que hay un proyecto sociocultural de fondo. El género hoy día es lo que más logra capitalizar polarización, articulación política, es el tema más fácil para que vos llegues a la gente, pero para mí hay un proyecto de fondo. Lo ves en los discursos de los diversos sectores. Los grupos libertarios están vinculando la “ideología de género” con la vulneración de la propiedad privada y con el control del Estado sobre las sociedades. Cuando ponen el rol del Estado, ahí tenés una cuestión mucho más amplia en términos de políticas: el tema de que el Estado no tiene que meterse en políticas educativas, que no tiene que bajar línea para respetar la libertad de conciencia. No dar poder al Estado, y de ahí derivan un montón de cosas: no injerencia del Estado en términos económicos, de agendas educativas.