En el actual mundo interconectado, la cesión de datos personales resulta prácticamente inevitable. Cada vez que alguien navega en internet, instala una aplicación en su teléfono o inicia sesión en su cuenta de correo electrónico deja un rastro que complementa su avatar virtual: un enjambre de datos relacionados entre sí, que recogen sus gustos y preocupaciones y son un reflejo de su ideología. Esta cantidad ingente de datos se conoce como big data, y su dimensión es tal que exige herramientas de análisis de datos que permitan procesarlos de forma estructurada para extraer resultados concluyentes, ya que las convencionales no están preparadas.
La carrera tecnológica ha posicionado al big data como un recurso cuyo valor escapa a la comprensión desde un punto de vista material. Su trascendencia llega a los aspectos más cotidianos de la política y la economía, puesto que el control de ese volumen de información da una ventaja sin precedentes frente al adversario. No obstante, la cesión de datos también presenta elementos positivos. Por un lado, permite adaptar el entorno a las necesidades del individuo al enviarle estímulos personalizados. Por otro, el aprendizaje resultante del análisis de datos puede contribuir a asuntos tan relevantes como la lucha contra el cáncer o contra el cambio climático.
Los datos como recurso
“No queda suficiente espacio en su dispositivo”. Otra vez. Las aplicaciones móviles cada vez ocupan más espacio en nuestros smartphones, por lo que tan sólo nos queda eliminar las que ya no utilizamos, comprar una tarjeta de memoria o incluso un dispositivo nuevo. Primero probamos a desinstalar un par de aplicaciones. Es posible que estas nos solicitaran en su momento una cuenta de usuario, pero rara vez nos preocupamos de eliminar estas cuentas de forma definitiva cuando dejamos de utilizarlas.
Finalmente, decidimos comprar un nuevo smartphone porque el que tenemos funciona cada vez más lento y hay aplicaciones que ya no podemos actualizar: han dejado de ser compatibles con el sistema operativo de nuestro dispositivo, ya sea Android, el de Google, o iOS, el de Apple; próximamente, es posible que también HarmonyOS, el sistema operativo de Huawei. Volvemos a instalar en el nuevo dispositivo las aplicaciones que teníamos en el viejo, pero ¿cuál era nuestro nombre de usuario?, ¿y la contraseña? Aunque, ¿por qué recordarlo, si es mucho más sencillo vincular la cuenta de la nueva aplicación con la que ya tenemos en Facebook o Google?
Cada vez que instalamos una aplicación o abrimos una nueva cuenta de usuario cedemos nuestros datos personales. Si, además, vinculamos la nueva aplicación a la cuenta de Facebook, Google u otra red social, estaremos facilitándoles a estas aplicaciones el acceso a toda nuestra vida digital. Es probable que, acto seguido, la aplicación pida acceso a la cámara del dispositivo, a los contactos, a una tarjeta de crédito, etcétera. No nos piden dinero por usar una nueva aplicación –hay ocasiones en las que sí lo hacen–, porque la moneda con la que estamos pagando son nuestros datos personales.
Según un estudio de IMDEA Networks Institute realizado en 2017, siete de cada diez aplicaciones móviles comparten los datos de sus usuarios con terceros. El estudio se fundamentó en una aplicación, Lumen Privacy Monitor, que recopiló información de las aplicaciones utilizadas por sus usuarios para conocer si estas compartían sus datos. La propia aplicación utilizó datos personales, pero en esta ocasión la recopilación no tenía fines comerciales. Las que analizó, en cambio, recopilaban información con el objetivo de segmentar a los usuarios y personalizar mensajes de marketing digital, haciéndolos así más rentables.
Otro estudio, esta vez de la Universidad de Oxford y elaborado en 2018, puso nombre a las principales empresas receptoras de los datos recopilados por otras aplicaciones: casi 90% de las aplicaciones que compartieron sus datos lo hicieron con empresas del grupo Alphabet, del que forman parte Google y Youtube. Otras fueron Facebook y Twitter. Así, estas empresas obtienen información con la que ofrecen una segmentación de mercado a quienes quieran publicitarse en sus plataformas. Lo cierto es que casi la totalidad de las aplicaciones móviles comparten los datos de sus usuarios con terceros, y las que no lo hacen tienen la capacidad de hacerlo. La única forma de frenar esta deriva, o al menos de aumentar la privacidad de los usuarios, es articular una legislación que proteja los derechos personales en el ámbito digital.
Según datos de la Conferencia de la Organización de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, 107 países tienen algún tipo de regulación para la protección de los datos personales. La legislación más garantista es la de la Unión Europea (UE), que aprobó en 2016 el Reglamento General de Protección de Datos. Este reglamento es de obligado cumplimiento en los países de la UE, y su objetivo es garantizar la privacidad de los usuarios y los derechos ARCO, que abarcan las acciones que puede realizar un usuario sobre el control de sus datos: acceso, rectificación, cancelación y oposición. Otros países, como Japón, Argentina y Nueva Zelanda, también tienen regulaciones que se consideran adecuadas, pero en la mayor parte del mundo la legislación todavía está poco desarrollada.
No obstante, conviene diferenciar la recopilación de datos que se realiza de forma abusiva de la que se obtiene bajo unas reglas de juego transparentes. El big data ofrece grandes oportunidades para los usuarios y el conjunto de la sociedad, ya que permite adaptar la oferta a sus intereses y necesidades mediante acceso a servicios personalizados. Como elemento añadido, los datos resultan valiosos para optimizar procesos en la gestión del transporte público, por ejemplo, y están empezando a usarse en las llamadas “ciudades inteligentes”. También para la investigación en el campo sanitario, en el medioambiental y en otras áreas de interés público: la aplicación del big data permite crear planes de atención personalizados para los pacientes y facilita la labor de investigación sanitaria. En materia medioambiental, la información que aportan los datos sobre los ecosistemas puede desde ayudar al agricultor a planificar sus cultivos hasta contribuir a la lucha contra el cambio climático.
Cuando los datos cuentan más que los votos
La información sobre nuestra conducta en internet es el mejor retrato de nuestra ideología, de nuestra forma de ver el mundo. Un “Me gusta” a una foto de una manifestación a favor del medioambiente o un comentario en un video con connotaciones políticas ofrece información muy valiosa, y las herramientas de análisis de datos ya hacen posible su utilización electoral. Pero, ¿para qué sirve el big data en política? El análisis de datos permite la segmentación de los potenciales votantes, a quienes se puede dirigir mensajes a medida, sea o no durante el período electoral. Así, los datos se han convertido en activos de gran valor que, tratados de forma adecuada, pueden inclinar el tablero político.
Una postura similar frente a un tema puede esconder diversas prioridades o intereses. En el caso de la defensa del medioambiente, por ejemplo, es posible que un usuario que vive en la costa frente a una zona en la que se extrae petróleo del subsuelo marino se preocupe más por la salud de los océanos y por cómo esta actividad afecta a ese ecosistema. Por el contrario, el usuario que vive cerca de una fábrica que vierte residuos tóxicos al río local tiene mayor interés en mantener limpio su entorno. Quizá los dos usuarios acaben votando al mismo candidato, pero el mensaje electoral que reciben por medio del marketing digital es diferente y se adapta a sus prioridades.
El ex presidente de Estados Unidos Barack Obama utilizó big data en su campaña para la reelección en 2012. Ya había empleado esta táctica en 2008, pero fue en 2012 cuando apostó por ella de forma masiva, con el objetivo tanto de retener a sus votantes como de ganar nuevos votos entre los indecisos. Los datos se recopilaron por todo el país mediante herramientas tradicionales, como encuestas, sondeos o grupos de debate, pero también por medio de la información publicada por los usuarios de Facebook y otras redes sociales. Fueron estos últimos datos los que marcaron la diferencia. El equipo de Obama personalizó los mensajes de campaña, los incorporó en las pausas publicitarias de programas de televisión y los dirigió a los usuarios que consultaron determinadas noticias o información en internet, etcétera. Además, la metodología se actualizaba varias veces al día e introducía nuevas variables para adaptarse a los cambios ocurridos durante la campaña electoral. El equipo del candidato republicano, Mitt Romney, fue incapaz de alcanzar el nivel de efectividad de su rival demócrata.
El equipo de Hillary Clinton continuó con la estrategia de Obama en las elecciones de 2016 y, sin embargo, falló: sobreestimaron los límites de los modelos predictivos, que al fin y al cabo están elaborados por humanos y pueden conducir a sesgos o errores. Como elemento añadido, se subestimó el factor humano durante el desarrollo de la campaña presidencial, y las circunstancias políticas del momento terminaron por favorecer en mayor medida a Donald Trump. En cualquier caso, el big data también jugó un papel fundamental en la estrategia de Trump, que contó con los servicios prestados por Cambridge Analytica.
Esta empresa se convirtió en noticia mundial en 2018, debido a su implicación en la campaña de Trump y a su participación en la campaña a favor del brexit en Reino Unido. La empresa empleaba datos personales de usuarios de Facebook obtenidos sin consentimiento a partir de un test de personalidad para elaborar un perfil político de los usuarios y poder así dirigirles mensajes destinados a condicionar su voto, a menudo mediante desinformación y contenido polarizador. Además de su implicación en Reino Unido y Estados Unidos, donde Facebook ha sido multado por sus malas prácticas en la gestión de los datos de sus usuarios, Cambridge Analytica también ha sido investigada por su implicación en el proceso electoral de Argentina en 2015 en favor de la campaña del ex presidente Mauricio Macri, en una recopilación de datos fraudulenta en Brasil en 2018 y en las elecciones de México de ese mismo año.
Se abre la carrera tecnológica global
Nadie quiere quedarse atrás en la carrera tecnológica, ni las empresas ni los estados, y China y Estados Unidos protagonizan un pulso por la hegemonía. En lo que respecta a los big data, es el gigante asiático el que parece destacarse más. Con un mercado de más de 1.000 millones de personas, la recopilación masiva de información representa una oportunidad sin precedentes para la aplicación de técnicas de análisis de datos. Empresas como Alibaba o el buscador Baidu manejan la información para uso comercial, mientras que el sector público ha orientado su enfoque a iniciativas que incrementen el control social de la población. Desde 2014 los esfuerzos gubernamentales se han centrado en catapultar a Guizhou como la capital del big data. De esta forma, una provincia con bajos niveles de desarrollo, que pasaba desapercibida, se está posicionando como un referente mundial. Las autoridades han favorecido este desarrollo con incentivos para la implantación a empresas tecnológicas extranjeras en el territorio.
En cualquier caso, los avances en materia de gestión de datos en China se enmarcan en una tendencia global que afecta tanto al poder político como al económico: en otros países, en mayor o menor medida, cambian los actores, pero no los papeles que desempeñan. En el ámbito privado el big data es protagonista en la banca, los fondos de inversión, los seguros y se extiende cada día por nuevos sectores. Pero ¿cuáles han sido las aplicaciones prácticas en el sector público?
En el caso de China, la realidad supera a la ficción: el sistema de crédito social chino como método de control social, con premios y castigos, la polémica de Estados Unidos con Huawei debido a la tecnología 5G, y la censura del mercado de videojuegos, son algunas de las cuestiones más recientes. Aun más actual es la utilización de la última tecnología de reconocimiento facial en las protestas de Hong Kong, posible gracias a la existencia de registros de datos biométricos de los individuos. Claro que la protesta popular también se adapta a los nuevos tiempos y busca formas de sortear el control tecnológico.
¿Hacia la materialización de una distopía?
La revolución tecnológica ha cambiado las relaciones sociales y, por extensión, las relaciones políticas y económicas del mundo actual. Los dispositivos conectados a internet son el elemento más evidente del cambio de paradigma que se avecina. Gracias a la tecnología, la política tradicional está dando paso a nueva era, en la que los datos valen más que los votos. La influencia del big data en procesos electorales de todo el mundo ha demostrado el potencial que el análisis de datos representa para el poder político.
Sin embargo, y al igual que ocurre con todo desarrollo tecnológico, la innovación avanza más rápido que su regulación. El Reglamento General de Protección de Datos de la UE ha establecido unas reglas comunes para sus estados miembros y ha marcado el camino para futuros desarrollos legislativos en otros países. Si bien puede considerarse más o menos ambicioso, es el primer paso de un largo camino. El desarrollo de unas reglas de juego democráticas y transparentes es imprescindible para hacer valer los beneficios que el big data puede traer para el desarrollo de la sociedad y la única solución frente a las prácticas abusivas y a la manipulación.