En la casa-taller de Ana María Sarmiento Camargo, en Ciudad Vieja, conviven dos banderas, cuadros con imágenes superpuestas en collage y los tres tambores del candombe. Ella es artista plástica y candombera, colombiana de origen y radicada en Uruguay desde hace 14 años. También es directora de Candombe y Migración, un proyecto interdisciplinario e intercultural financiado por la Universidad de la República y la Comisión Sectorial para la Investigación Científica que visibiliza el valor social y vinculante del candombe, enfocándose en las personas en situación de desplazamiento o migración.
Candombe y Migración investiga una expresión cultural-ancestral poco estudiada desde el ámbito formal de la academia como el candombe, y además, lo cruza con la migración desde varias disciplinas (la música, la danza y el arte plástico) y nacionalidades: el proyecto también está integrado por Paula Sarmiento (Argentina), Diego Asambuya (Uruguay) y Flavia Garrido (Perú-Argentina). Los cuatro son estudiantes de la Facultad de Bellas Artes.
“Cuando empecé a involucrarme en el mundo del candombe me encontré con una apertura totalmente diferente, una receptividad. El inmigrante llega y se encuentra con el ambiente más democrático: la calle. Ahí no hay quien te cierre las puertas”, dice Sarmiento. Sentada en un sillón de su casa-taller relata cómo fueron los inicios del proyecto, la curiosidad que le generó cruzarse con inmigrantes en los toques de barrio. En 2019, con el equipo ya constituido, comenzó a entrevistar a inmigrantes de países de América Latina, África y Europa para conocer su vínculo con el candombe y sus vivencias, pero también a referentes locales. Ya cuentan con 23 entrevistas que se encuentran en la cuenta de Instagram del proyecto.
Para Sarmiento hay un denominador común entre los inmigrantes que se involucran con el candombe: “Todos buscan sus raíces” allí, ya sea un cubano que cada vez que sale en la comparsa Valores de Ansina como gramillero “se siente en Cuba” o una chilena a quien el tronar de los tambores “le hace acordar a la percusión mapuche” de su país. Es que el tambor y sus ritmos está presente de una forma u otra en todos los países de América Latina, pero la artista cree que este vínculo es aún más profundo: “Hay algo que identifica al inmigrante con la historia de la colectividad afro aquí, la discriminación y la segregación que sufren por parte de la mayoría de la sociedad”.
Como bailarina egresada de la Escuela Nacional de Danza del Sodre, Sarmiento tuvo una experiencia “bastante traumática” porque sintió “una discriminación constante a lo largo de la formación por ser inmigrante”. Y agrega: “Me llamó la atención en el Sodre cómo las danzas de lo que llaman folclore son muy diferentes al resto de América Latina. En otros países lo afro también es folclore, mientras que acá hay una separación que muestra una lectura muy colonialista y racial, en la que a esto le llamamos folclore y esto es otra cosa. Acá el candombe no está considerado como folclore”.
Tambor y catarsis social
Jorginho Gularte ya hablaba del aporte de las personas ajenas al candombe, Sarmiento lo recuerda así: “Él decía: ‘Hay una necesidad de las personas que se acercan al candombe por descubrir quiénes son, y eso nos hace descubrir a nosotros quiénes somos’”. Para ella, “la perspectiva de los inmigrantes ratifica los reclamos que tiene la colectividad afro, la de una reparación histórica a todo nivel. Candombe y Migración es un espacio donde se está pudiendo decir eso; venimos con respeto a darle voz a lo que pasa. Como inmigrantes nos atrevemos a decirlo. Acá la gente es muy correcta y muchas veces se abstiene de decir ciertas cosas”.
Desde el proyecto se cuestionan cómo es que ninguno de los entrevistados conocía el candombe antes de llegar al país ni sabía que existía una colectividad afro: “El candombe es lo más latino que tiene Uruguay, lo que más fuerza tiene y lo que está más invisibilizado”. También destacan la riqueza que surge en ese encuentro, cómo el inmigrante aporta con los conocimientos de la expresión cultural afro que trae de su país. En el candombe “hay una búsqueda de renovar, incorporar cosas, darle un matiz. Está la apertura, aunque no en todos lados, porque cada comparsa tiene sus códigos, pero hay una sed por saber, por descubrir”, cuenta la artista.
“Cuando te metes a tocar los tambores te das cuenta de que hay muchos dramas que están viviendo las personas a nivel interno y emocional. Es una instancia de catarsis social muy salada. Con la potencia que tiene el candombe para recuperar el tejido social en todas las esferas, no entiendo cómo no es aplicado en las políticas sociales”, dice Sarmiento, y pone como ejemplo a Colombia: “Allá el arte es usado para revincular a las personas; por ejemplo, con jóvenes que están metidos en las drogas”. En Uruguay “hay un desconocimiento de parte del Estado de lo que realmente ocurre en el candombe”, concluye.
Cuando un inmigrante llega al mundo del candombe, una pregunta clave que se le debe hacer es: ¿Por qué quiere aprender candombe? “Esta pregunta tiene que estar al principio de todo el recorrido. Hay que tener respeto a la hora de acercarse, porque implica una responsabilidad. Cuando estás adentro formas parte de una familia, el candombe da vínculos”. Sarmiento hace una distinción entre apropiación cultural y práctica cultural: “Algunas veces hay una idea de que el inmigrante viene a apropiarse de la tradición. Eso nos ha pasado dentro del ámbito del candombe, pero creo que los inmigrantes no nos tomamos a mal ese recelo, porque entendemos que hay una necesidad por proteger esa raíz que aún no está valorizada a nivel social”.
Una encuesta nacional realizada en 2017 por el Programa de Población de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República arrojó que 43% de los uruguayos tenía una visión negativa de la llegada de los inmigrantes al país porque entendían que compiten por los puestos de trabajo existentes. Puede que la percepción de los uruguayos sobre la inmigración haya cambiado con los años, pero aún persiste la discriminación. “El candombe nos ayuda a sanar. Muchos inmigrantes se fueron de su país no porque quisieron, sino porque tuvieron que irse, porque no les quedó otra. Yo me fui con la excusa de la educación, pero en el fondo pasé cosas muy jodidas con mi familia por el conflicto armado en Colombia. Uno no es quién para juzgar la historia de otros, sus dolores”, explica Sarmiento.
La artista levanta los brazos doblados en 90 grados y los puños cerrados. Dice que así recibe Uruguay a los inmigrantes: “Es un país que te abre los brazos, pero con los puños cerrados a ver cuánto aguantas”. También dice que “el fascismo uruguayo cada vez está más identificado con el fascismo europeo”, y que con el nuevo gobierno de derecha y los cambios en las políticas migratorias “la gente se siente más habilitada a insultar a los inmigrantes”: “Me ha pasado que me han dicho ‘andate a tu país’, eso no me pasaba antes. Es horrible, porque hay un montón de gente que la pasa mal y que se queda en el camino. Conozco gente que se vuelve a su país por el retraso de los trámites administrativos o porque no resiste la diferencia cultural tan grande”. Por eso Sarmiento intenta acercar a los inmigrantes al mundo del candombe, porque no hay otro ámbito en Uruguay en el que haya sentido “tanto cariño, amor, consideración con nuestras historias de vida y empatía”.
Pinches Artistas
Según el Diccionario del español usual en México, la palabra “pinche” tiene dos acepciones: 1. Que es despreciable o muy mezquino. 2. Que es de baja calidad, de bajo costo o muy pobre. En Uruguay un grupo de artistas de diferentes nacionalidades decidió usar la palabra, revalorizarla, porque para ellos ser un pinche artista es el que “hace trabajo cultural para el público, no para su ego”. Un pinche artista no es más que eso, un artista y ya”. El colectivo comenzó hace tres años buscando llevar su arte al espacio público, que “es donde está el público a quien va dirigido el arte, porque el arte cerrado ¿qué tan público es?”.
La reflexión de Jorge Galaviz (México), sentado al lado de Adhemar Cereño (Chile), cobra sentido en el taller de Pinches Artistas, un espacio abierto para la gente que pasa y para las personas en situación de migración. Ubicado en Ciudad Vieja, en la esquina de Cerrito e Ituzaingó, su fachada no pasa desapercibida porque es un pizarrón gigante con escritos a mano de artistas, un “libro abierto” que invita a entrar. Rápidamente Pinches Artistas se convirtió en un colectivo de referencia para los artistas migrantes en Uruguay “interesados en integrarse a la comunidad artística, tener un vínculo rápido y no pasar por el proceso de ‘no conozco a nadie porque soy de otro país’. Empezó a ser una especie de embajada cultural, les abrimos las puertas a todos”, explica Galaviz. Cereño agrega: “En Uruguay cuesta mucho para los artistas. Me llevó nueve años encontrar gente con la que tener afinidad para realizar proyectos”.
Para el colectivo es importante contar con el espacio físico en Ciudad Vieja, un barrio montevideano con una fuerte presencia migrante. “Hay una población muy cambiante, algunos lo ven como plaga o personas que van y vienen, pero no como una comunidad que va haciendo un aporte cultural; tampoco se lo permiten”, dice Galaviz. Por eso al colectivo le interesa la “integración de la comunidad” y “cambiar la concepción de migrante” que existe en Uruguay actualmente. Para el artista, el migrante “no sólo viene a buscar ofertas laborales, también viene a hacer otros aportes y a romper con esquemas culturales que están muy marcados acá. Dicen que nada más tienen el carnaval, y eso porque quieren. En el barrio vive gente del Caribe, que tiene una riqueza musical muy grande, una infinidad de aportes musicales y los tienes todos acá. Estamos viendo de hacer cosas juntos”.
Pinches Artistas es integrado por más de 25 artistas de Colombia, México, Uruguay, Perú, Burkina Faso, Brasil, Argentina, Venezuela, República del Congo y Chile. El sábado 27 de noviembre presentarán en el Centro Cultural de España el Pinche Calendario, una obra reflexiva que conjuga textos y gráfica en grabado y en la que están trabajando desde junio. Entre talleres y otros proyectos, también realizan las “Pinches noches” en el bar Tribu, un espacio de fiesta en el que encontrarse entre personas, sin importar si se es migrante o no.