El peronismo cosechó en las primarias obligatorias del domingo el que acaso haya sido el peor resultado de su historia: 31% en el país sin que hubiera desprendimientos significativos que explicaran una fuga tan grande de votos.
El Frente de Todos, formado en torno al peronismo, sólo ganó en siete provincias del norte, entre las más pobres de Argentina, y cayó en toda la Patagonia, incluso en distritos donde hace apenas dos años había obtenido una ventaja de 30 puntos porcentuales sobre la candidatura de Mauricio Macri en las elecciones presidenciales. Sobre todo, el Frente de Todos perdió su corona, la provincia de Buenos Aires, allí donde se acaban las deliberaciones a la hora de leer los resultados de las elecciones legislativas.
La oposición liberal-conservadora Juntos ratificó con creces su dominio en el eje central que va desde la ciudad de Buenos Aires hasta la provincia de Mendoza y volvió a hacer pie en los municipios populares que rodean a la capital argentina. Como concluye el historiador Ernesto Semán en el libro Breve historia del antipopulismo, de reciente publicación, el principal legado de los cuatro años de Macri fue “la corroboración imperturbable de que el triunfo era posible” para la fuerza que se sustenta sobre la construcción de un “individuo autónomo”, libre de toda “contaminación” colectiva.
Macri dejó la Casa Rosada en 2019 con una deuda externa monumental, una pobreza disparada y 40% de los votos. Dos años después, la deuda, la pobreza y el 40% siguen allí.
Una derrota de la magnitud de la recibida por Alberto y Cristina Fernández obedece a varias razones y se insertan en el tejido social, de punta a punta del país. La primera, que se presenta obvia, es la pobreza disparada por la pandemia, de 35% a 42% (no comparable con la de otros países de América Latina por la particularidad de la medición). Se amontonan un marcado deterioro de la imagen de Fernández –acelerado por una foto, conocida hace un mes, de un festejo ilegal e indecoroso en la residencia de Olivos en plena pandemia, en 2020, mientras el presidente llamaba “idiotas” a los rebeldes anticuarentena– y un mecanismo fallido de toma de decisiones que lleva de frustración a frustración y termina irritando a propios y ajenos.
La fórmula del Frente de Todos ganó por amplio margen los comicios de 2019 con una promesa de ADN peronista: recuperar los ingresos de los trabajadores y los jubilados tras años de recesión. Los datos señalan que la pandemia hundió los salarios en 2020, pero este año la tendencia continuó para los trabajadores informales (40% de la fuerza laboral) y recién comenzó a recuperarse para los asalariados registrados.
Desde el vamos, los escépticos anunciaron que los Fernández se embarcaban en un oxímoron para un peronista. No hay recursos para repartir. Si la pandemia empujó al presidente argentino a administrar malas noticias durante su primer año en el gobierno, la extensión de la malaria hasta avanzado 2021 se tornó insoportable para muchas familias, en especial para esa franja que está un poco por encima de la pirámide social y no recibe ayudas estatales que cambien su realidad.
Una vertiente del oficialismo encontró un blanco al que asignar culpas de la derrota: Martín Guzmán. Por vía de la inflación, el ministro de Economía supervisó con poca intervención el deterioro de ingresos de la población durante la primera mitad de 2021. Es probable que Guzmán sea más ortodoxo de lo que el kirchnerismo pueda tolerar, pero hay otros asuntos a resolver. No hay dólares en el Banco Central para satisfacer la demanda de la economía (si la industria crece, importa más, y muchos argentinos son ávidos por ahorrar en dólares y viajar al exterior). La brecha entre la cotización oficial y la paralela presiona sobre los precios y aleja las inversiones extranjeras, que temen quedar atrapadas en las restricciones cambiarias. Para resolver ese tema, una vía sería fortalecer las reservas del Banco Central mediante una renegociación de la deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI), que pide ajustes y es renuente a bajar la sobretasa que le cobra a Argentina por haber superado en 1.000% la cuota que le corresponde para recibir préstamos. Por ello, los intereses aumentan el déficit. Como en el juego de la oca, se vuelve al punto de partida.
“El FMI es socio en las ganancias, pero no en las pérdidas. Apostó por Macri en 2018, le prestó 44.000 millones de dólares, perdió, y ahora no la quiere poner”, apunta un economista crítico con los instintos voluntaristas de gastar lo que no hay.
Una vía razonable sería utilizar los recursos públicos y arriesgar cierto déficit fiscal para asistir mejor a los necesitados y apuntalar la actividad económica con obras públicas y créditos. Hacen falta desde redes de agua hasta ductos para evacuar las infinitas reservas de gas y petróleo de Vaca Muerta. Allí aparecen los dilemas que Fernández resuelve un mes para un lado, y el siguiente para el contrario. Los subsidios de gas, electricidad y agua succionan miles de millones de dólares por año; en parte, justificados. Macri no terminó de comprender que mejorar los balances de las empresas de servicios, muchas de ellas socias de sus socios, a costa de desbaratar la vida de los hogares, era un mal negocio electoral. Tildó a los argentinos que no lo votaron de pretender vivir sin trabajar. La reacción de Fernández fue congelar todas las tarifas para el área de Buenos Aires, sin distinción de consumidores. La inflación anual ronda entre 30% y 50%, y ya pasaron dos años de tarifas con aumentos menores. Así ocurre que una familia de Recoleta o de San Isidro paga, en dólares, un cuarto o un quinto por la tarifa de luz que una de Pocitos o Carrasco.
Hace más de una década que Argentina transita entre vuelcos electorales. Coaliciones victoriosas aterrizan en modo emergencia a los dos años, sometidas a un electorado con ímpetu jacobino. Ese lapso de vértigo político coincide con el período en que el país transitó del estancamiento (2012-2017) a la recesión aguda (desde 2018).
La promesa intrínseca de la candidatura del Frente de Todos era que un hombre con experiencia como articulador político, Fernández, podría llevar a cabo un gobierno de coalición entre el kirchnerismo, otras fracciones del peronismo y bloques de izquierda que se habían distanciado durante la década previa. Fernández sería un componedor de la parálisis conflictiva que suponía la figura de Cristina, líder de al menos un tercio del electorado, y otras vertientes políticas y poderes institucionales y fácticos.
“La derrota del domingo supone un riesgo mayor que la pérdida de las mayorías en el Congreso o un resultado todavía peor en las elecciones definitivas de noviembre. El hecho es que la unidad del peronismo ya no garantiza la victoria”, resume Lucas Romero, director de la consultora Synopsis. “Se desarma el affectio societatis de esa coalición por el riesgo de derrota, y ello se suma a la crisis de legitimidad del liderazgo de Alberto Fernández. La justificación de los resultados económicos por la pandemia pierde peso por la ausencia de ejemplaridad, incluidos los escándalos”, agrega Romero, en alusión a la foto de Olivos y otros errores del presidente.
Voces opositoras se esfuerzan esta vez por contener el anuncio del final absoluto de Cristina y el kirchnerismo, decretado una decena de veces en la última década por la prensa y la dirigencia conservadoras. La expectativa de crecimiento económico este año y el próximo aporta una dosis de incertidumbre sobre cuál será el marco en el que los argentinos volverán a las urnas dentro de dos años.
De lo que hay menos dudas es de que el jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, quedó fortalecido en su objetivo presidencial. Ese proyecto fue cincelado por el propio Fernández en el primer año de la pandemia. El presidente trató a Rodríguez Larreta como un par entre marzo y julio de 2020. Cuando Fernández gozaba de una imagen positiva de 75%, le asignó al jefe de gobierno porteño un lugar estelar en las conferencias de prensa que anunciaban cuarentenas estrictas y hasta lo blindó ante crisis graves, como la falta de agua en villas de la ciudad que la alianza conservadora gobierna desde hace 14 años. Y cuando Rodríguez Larreta ya ocupaba el centro de escena, el gobierno central le quitó recursos federales extra que le había cedido Macri. Allí se fundó la candidatura presidencial del jefe de Gobierno de Buenos Aires. “Nos dio en un año lo que nos hubiera costado construir en tres”, dijo a la diaria una voz próxima a Rodríguez Larreta. Si fue una jugada maestra para crear un adversario débil o una de las mayores torpezas políticas concebibles, lo dirá el tiempo.
Sebastián Lacunza, desde Buenos Aires.