La situación que se está viviendo en Yemen, país situado al sur de la península arábiga donde se está librando una cruenta guerra civil desde 2014, fue uno de los temas que se abordó paralelamente a la Asamblea General de la ONU, que por estos días se está desarrollando en la sede de la entidad en Nueva York.

Según informaron agencias internacionales, la comunidad internacional acordó aportar cerca de 600 millones de dólares para hacer frente a la crisis humanitaria en Yemen –la más grande del mundo en la actualidad– después de que la ONU alertara que el suministro de ayuda podía sufrir cortes inminentes por la falta de fondos.

Estados Unidos prometió una partida de más de 290 millones de dólares, y la Unión Europea (UE) aportará cerca de 130 millones de dólares y elevará hasta 245 millones de dólares el total comprometido este año para paliar la gigantesca crisis que se vive en Yemen. El país árabe tiene una población que ronda los 30 millones de habitantes y, según la ONU, más de 24 millones de personas, casi 80% del total, depende de ayudas externas para poder sobrevivir.

Además de los casi cuatro millones de personas que fueron desplazadas de sus hogares, de las epidemias persistentes –particularmente la de cólera, que desde 2016 afectó a más de dos millones de yemeníes– y de los más de 100.000 muertos que dejó la guerra, el mayor problema que deben afrontar la ONU y las entidades de ayuda humanitaria es el hambre que padecen dos de cada tres habitantes del país. La situación es gravísima entre la población infantil, ya que más de dos millones de niños están en situación de emergencia alimentaria. Los casos de desnutrición crónica son frecuentes, lo cual además se ve agudizado por la falta de atención. La mitad de las infraestructuras sanitarias del país no están operativas como causa de la falta casi total de insumos y de la destrucción de muchos hospitales.

La guerra en Yemen, el único país republicano de la península arábiga, comenzó en octubre de 2014 cuando se produjo un golpe de Estado contra el presidente Abd Rabbuh Mansur al-Hadi, impulsado por los rebeldes hutíes, que representan básicamente a la minoría chiita, aunque también fueron apoyados por un sector sunní de la población.

Los rebeldes tomaron la capital, Saná, a comienzos de 2015 y en ese momento el presidente Al-Hadi se fue del país y posteriormente ubicó su sede de gobierno en la ciudad de Adén y el conflicto se internacionalizó. Una coalición liderada por Arabia Saudita, acompañada por otros países árabes de mayoría suní, Sudán, Baréin y Catar, entre otros, está apoyando a las fuerzas de Al-Hadi.

Por su parte, los rebeldes cuentan con el apoyo, conocido pero no declarado explícitamente, de Irán, la nación chiita más importante del mundo y que rivaliza geopolíticamente con el reino saudí, enfrentamiento de larga data que es llamado por algunos expertos en la región como la Guerra Fría de Medio Oriente.