Pasaron dos décadas, pero Leonardo Costa lo recuerda muy bien. En 2002 era el prosecretario de Presidencia de la República, y a mediados de aquel año, la situación más desesperante se hacía carne al final del día, cuando por los monitores blancos de noventeras computadoras veía cómo bajaban las reservas de dinero y al unísono subía el riesgo país. En 2001 la cantidad de depósitos totales del sector privado en el sistema bancario uruguayo era de 14.929 millones de dólares (41% pertenecía a no residentes). Al final de 2002, la cifra bajó a menos de la mitad: 6.798 millones de dólares (19,7% era de no residentes). Cuando moría el año 2001, el riesgo país para Uruguay no llegaba a 500. En plena crisis de 2002, sobrepasaba los 3.000.

Aquel estallido económico y social de Uruguay se cocinó en una gran olla en la que muchos pusieron sus ingredientes para que quedara a punto. ¿Pero cómo lo vivieron desde adentro las figuras del gobierno colorado encabezado por Jorge Batlle? ¿Podrían haber hecho algo diferente? ¿Cuáles eran las opciones? ¿Había otras?

“Devaluar o no devaluar” era la cuestión para los jerarcas del gobierno saliente –también colorado, presidido por Julio María Sanguinetti–, luego de que Brasil entrara en crisis y devaluara su moneda en enero de 1999, según recuerda Costa en diálogo con la diaria. Para el exprosecretario no había dilema posible: era “lógico” que el gobierno saliente no hubiese devaluado, ya que 1999 fue año de elecciones y faltaban pocos meses para saber a quién le tendría que pasar Sanguinetti su banda presidencial.

“La situación ya venía complicada, con una diferencia cambiaria muy fuerte y una gran dependencia de Brasil y Argentina en comercio exterior. En ese momento, entre los dos representaban casi 60% [del comercio], hoy cambió muchísimo eso. La situación venía mal, la devaluación brasileña complicó mucho y, visto con 20 años de distancia, quizás la devaluación en ese momento hubiese sido una alternativa para mejorar el tipo de cambio y la situación de los exportadores”, reflexiona hoy Costa.

Pero hay otra situación que el exjerarca también recuerda como si fuera anteayer. El 5 de enero de 2002 estaba en Punta del Este, dando vueltas frente al hotel Conrad, lo llaman al celular y le avisan que los socios del Banco Comercial se iban para no volver, y así se prendía la mecha para que estallara la estafa de los hermanos Röhm –“desaparecieron” 600 millones de dólares–. Meses después, los Peirano harían un movimiento similar –por 800 millones de dólares–.

Hoy Costa señala que el vaciamiento de los bancos Montevideo y Caja Obrera “fue una falla regulatoria fuerte”, de la que también se aprendió. “La obligatoriedad de denunciar el conjunto económico en el Banco Central del Uruguay [BCU] era algo básico, pero no estaba. Dar préstamos cruzados a empresas de mi propiedad, utilizando la plata de los ahorristas, hoy está prohibido, pero en ese momento no”, subraya.

Costa piensa que el BCU del inicio del siglo XXI estaba demasiado enfocado en lo que indica su nombre, es decir, “muy banco central y poco banco regulador”, por lo tanto, se trataba de un organismo “frágil”. Sostiene que quedó en ese estado luego de las reformas que hizo Ramón Díaz, presidente del BCU entre 1990 y 1993, durante el gobierno de Luis Alberto Lacalle: “Era muy banco central de política monetaria, y no de supervisión; eso es otra cosa que cambió. Y la verdad, no teníamos una superintendencia de bancos como hay hoy. En la actualidad –con las debilidades que pueda tener, a veces por la lentitud–, el Banco Central, desde el punto de vista regulatorio y de supervisión, es muy bueno, y eso fue fruto de una lección aprendida”, señala.

El expresidente Sanguinetti tiene una visión diferente. Entrevistado por la diaria, afirma que la devaluación de Brasil, por ejemplo, si bien generó “una situación compleja, no tiene nada que ver con la crisis bancaria”. Subraya que hoy “muchos economistas hablan del tipo de cambio y todo eso”, pero en realidad “si uno saca del relato la crisis bancaria, no hay crisis”.

Además, el exmandatario relativiza el efecto que podría haber tenido un fuerte rol de supervisión del BCU: “Lo que pasa es que no tengo muy claro cuánto mucho, poco o menos de control hizo el BCU. Pero la experiencia histórica dice que cuando se producen esas corridas, el control siempre llega tarde; es muy difícil imaginarse un clima de prevención. Por eso la prevención era tratar de estar lo más independiente posible de la banca argentina”.

Se viene el estallido

A fines de julio de 2002, el titular del Ministerio de Economía y Finanzas (MEF), Alberto Bensión, fue invitado a retirarse del cargo. Costa recuerda que hubo mucha presión para que eso sucediera, tanto de la calle como de Lacalle –el expresidente–, que salió públicamente a pedir su renuncia. El exprosecretario señala que luego de eso Batlle “no tenía más alternativas”, porque poco antes el Partido Nacional (PN) ya se había ido de la coalición de gobierno, que apenas existía en el Parlamento para votar alguna que otra ley.

A Bensión lo sustituyó el senador colorado y abogado Alejandro Atchugarry, que pasó al frente del escenario político en la parte más aguda de la crisis. La primera opción no había sido él sino un economista, que en aquella época no era tan conocido públicamente como lo fue mucho tiempo después: Ernesto Talvi, entonces director del Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social y quien en 2019 fue candidato a la presidencia por el Partido Colorado (PC), luego canciller y quien a los pocos meses abandonó la política y la escena pública.

Pero en 2002 Talvi se negó a aceptar el cargo. Con el pasar de los años, Costa cree que “fue una buena cosa que no haya agarrado”, porque “se necesitaba una persona de diálogo”, y ese era Atchugarry.

“Alejandro fue la persona del momento, y el tiempo que estuvo fue el que tenía que estar, porque en ese momento no era con jarabe de pico que se hacían las cosas, ni con prepotencia. Por suerte Talvi no agarró, porque creo que no era la persona; y años después, cuando uno ve lo que fue la actividad pública de Talvi... capaz que no aguantaba”, valora Costa.

Agrega que “sin duda” era mucho más jugado pensar en Talvi que en Atchugarry para que se encargara del MEF, ya que no era –al menos en aquella época– un político, en el sentido más amplio y puro del término, pero recuerda que Batlle había pensado en Talvi porque la salida de la crisis requería “mucha negociación” con el Fondo Monetario Internacional (FMI), y “Talvi era la persona indicada técnicamente”. “Lo que pasa es que había una situación política y social que si no la agarraba Alejandro como ministro, no sé si se hubiera dado la salida que se dio”, reflexiona.

Alberto Bensión y Ariel Davrieux, en el Palacio Legislativo (archivo, año 2002).

Alberto Bensión y Ariel Davrieux, en el Palacio Legislativo (archivo, año 2002).

Foto: Sandro Pereyra

Cuando finalizaba julio, el gobierno decretó un feriado bancario para tratar de calmar las aguas –y evitar que el dinero siguiera escapando de los bancos–; ya sin Bensión en el cargo, Lacalle estaría más tranquilo, pero no la calle. El 1º de agosto hubo una serie de saqueos a casi una treintena de comercios y supermercados, en los que no faltó la intervención de la Policía. Al otro día, el diario La República tituló “Estallido social”, mientras que El País eligió “Ola de saqueos organizados”.

El ministro del Interior de la época era Guillermo Stirling, quien en diálogo con la diaria hoy señala que esos sucesos fueron “imitaciones de lo que pasaba en Argentina”; subraya que “se dio un factor gravitante, porque en uno de los saqueos se procedió a la detención de decenas de personas y hubo una decisión por parte del juez del momento que fue ejemplarizante”. “Los procesó con prisión: eso demostró que hay mucha madurez en el sistema político tanto como en el sistema judicial”.

Stirling señala que en realidad “nunca se probó” que los saqueos “hubieran sido organizados”, pero sí “la sincronización”. “Se probó que estaban utilizando un sistema de comunicaciones muy actualizado, en el sentido de que organizaron un pánico generalizado con el anuncio por teléfono de que se estaban desplazando para el centro de Montevideo hordas que salían de distintas partes del departamento, cosa que felizmente no era veraz”, señala, en referencia a que durante buena parte del viernes 2 de agosto corrió –y rápido– un rumor de que desde el Cerro bajaban “hordas” hacia el centro, saqueando todo a su paso, que nunca existieron. Por aquellos días, Stirling creyó que había “un pequeño [Osama] Bin Laden” tras esos episodios, y no descartó medidas prontas de seguridad, pero hoy dice que aplicarlas “nunca estuvo en el tapete”.

El avión, el avión

Costa asegura que es un mito que Batlle en algún momento pensó en renunciar. Es más, recuerda que el entonces presidente tenía una frase que resumía su postura: “Yo soy Batlle, sólo salgo de acá adentro de un cajón, si no, no salgo”. De todos modos, Costa recuerda que presenció una conversación entre el presidente y Atchugarry, cuando se le propuso el cargo de ministro, en la que Batlle le dijo: “Si usted no acepta, yo no puedo seguir acá”, pero, según el exprosecretario, “no porque fuera algo real”.

En febrero, mayo y agosto de 2002, el gobierno llegó a tres acuerdos con el FMI, y en ese último mes se dio el famoso “crédito puente” de Estados Unidos por 1.500 millones de dólares. Al final de la primera semana de agosto de 2002, Paul O’Neill, por entonces secretario del Tesoro de Estados Unidos, hizo una visita rápida a nuestro país para sellar el acuerdo. En el encuentro, Batlle lo celebró con una frase que se volvió más que famosa: “We are fantastic”.

En aquel entonces, no se paró de hablar de que los 1.500 millones de dólares vinieron en un avión, pero Costa dice que eso es “otro mito”, ya que como “mucho”, trajeron 200 millones, y lo demás fue por transferencia. Se acuerda de que incluso se llegó a adornar la leyenda del avión cargado de dólares que era escoltado por dos vistosos cazas F-16. “Pero fue tal el mito que hay una anécdota divertida: Batlle me comentó ‘dicen que vino un avión, no puede ser, ¿no?’. Claro que no es así, le dije”, recuerda.

A flote

La lealtad institucional de la oposición y la central sindical, en especial de la Asociación de Bancarios del Uruguay (AEBU), fueron la “salida perfecta” a la crisis, pese a la marcha a Punta del Este que abrió diferencias tanto en el Frente Amplio (FA) como en el PIT-CNT. Según recuerda Luis Hierro López, por entonces vicepresidente de la República, había una actitud de “cooperación” por la que, cuando el país estuvo “al borde del abismo”, los partidos dejaron de lado sus diferencias sectoriales y trabajaron con “espíritu patriótico y unitario”.

Costa, en tanto, destacó el rol que tuvo Liber Seregni, líder histórico del FA, que fue “crítico” con la gestión de entonces pero aún así dio un férreo apoyo a la institucionalidad. Lo mismo pasó con Tabaré Vázquez, pero el exprosecretario de Presidencia opinó que el entonces líder frenteamplista se tenía que diferenciar y por eso pidió el default. “Yo creo que no lo pensaba, aunque lo dijo; pero cuando fue gobierno, no fue su política. O sea que, o se contradijo o hizo política. Si hubiese sido otra oposición, capaz que quemaban todo. Y también era cierto que el FA estaba a las puertas de ganar, no podía quemar todo”, apuntó.

En tanto, las negociaciones para aprobar leyes de forma “rápida” se hacían en Suárez y Reyes, presididas por el propio Batlle y con los líderes partidarios: Sanguinetti, Lacalle y Vázquez. “Eran negociaciones de nivel donde Vázquez se mantenía muy reticente. No comprometía ningún apoyo ni ninguna negativa, se mantenía distante”, indicó Hierro López.

En el Senado, por el contrario, los senadores del FA, en especial los que estaban vinculados con cuestiones económicas, no sólo apoyaban los proyectos sino que los corredactaban. El ejemplo más claro era el de Danilo Astori, que redactó a puño y letra artículos de la ley bancaria: “Tenía una gran precisión. Una ley sobre depósitos bancarios y devolución de los depósitos y reintegro tiene que ser enormemente precisa, y en ese caso Astori contribuía”, señaló el exvicepresidente.

Por su parte, Stirling dijo que la “lealtad institucional” por parte de la oposición siempre estuvo, algo que facilitó que, por ejemplo, Estados Unidos diera el préstamo para la “salvación del país”. “El sistema político demostró una gran madurez”, sostuvo.

Alejandro Atchugarry en el Senado (archivo, julio de 2002).

Alejandro Atchugarry en el Senado (archivo, julio de 2002).

Foto: Sandro Pereyra

Barranca abajo

Desde que Uruguay se independizó, en 1825, el PC fue la colectividad política que más años gobernó el país: 139 años de los 185 que tiene el partido. El bipartidismo que rigió todo el siglo XX entre el PC y el PN se interrumpió en 2004, cuando por primera vez llegó al gobierno el FA, con Vázquez a la cabeza.

Batlle gobernó bajo la mayor crisis socioeconómica que sufrió el país, y eso, según coinciden los colorados, fue el puntapié para la debacle del PC. Según recordó Hierro López, el expresidente le dijo que en 2004 iban a perder “como en la guerra” contra el FA, y no le erró. Por eso, le pidió en ese momento al hoy embajador uruguayo en Perú que no se postulara como candidato.

“La caída [del PC] se explica por la propia crisis. Quizás ninguno pensó que íbamos a perder tan sólo con 10%, pero era indudable que en ese momento el partido estaba mal. No porque hubiéramos hecho un mal gobierno, porque la administración de Jorge fue dinámica, fuerte e importante, hizo cosas más allá de la crisis, pero la crisis fue de tal entidad que golpeó a los sectores medios de la sociedad, que eran precisamente los que votaban más al PC. Entonces, el resultado electoral era inevitable”, recordó el exvicepresidente.

Por su parte, Stirling, quien fuera el candidato presidencial en 2004, apuntó a la diaria que en aquel momento la situación del PC estaba “bastante comprometida”, y que en los hechos se dio un “declive” del partido que “hasta hoy se sigue sintiendo”. “El partido necesitaba una fuerte actitud de presencia electoral, sabiendo los riesgos y que la situación era para salvaguardar toda la estructura partidaria. El PC en ese entonces votó casi 11% y lo que destaco es que mi actitud era de desprendimiento personal para enfrentar el futuro”, indicó, y señaló que tampoco apostó por un puesto en el Senado: “Simplemente participé pensando hacer un aporte, sin pedir alguna condición de posición política, sabiendo que el PC perdía”.

El excandidato señaló que tras el magro resultado elevó un documento al Comité Ejecutivo Nacional del PC para hacer una autocrítica, pero no prosperó. Hierro López dijo que no hubo una autocrítica institucional porque “es una propuesta de origen marxista” y hay todo un “trasfondo ideológico” detrás de ella. “Otra cosa es creer que no les prestamos atención a los hechos: claro que lo hicimos. En Uruguay hay un tripartidismo. El FA ha crecido en buena medida sobre la base colorada y batllista, eso lo hemos visto todos. Nuestra clásica estructura se ha venido achicando”, lamentó, y añadió que aprecia haber gobernado “durante mucho tiempo”.

Por su parte, Costa consideró que si bien la crisis la pagó Uruguay, políticamente la pagó el PC. “Le pegó muy fuerte”, expresó, y consideró que en las elecciones hubo un “voto castigo” al gobierno, algo “entendible”. “Lo que pasó después, hay 10.000 razones que uno pueda pensar que son las causas. La debacle empieza ahí, pero no por eso siguió como siguió”, indicó.

Sin líder

Hoy el PC no tiene una “figura de peso” como para competir con el PN y el FA. En la última década supo tener líderes como el exsenador Pedro Bordaberry, Talvi o el propio Sanguinetti. “Tuvimos mala suerte”, señaló Hierro López, puesto que ambos líderes, Bordaberry y Talvi, decidieron sorpresivamente dejar de lado la política.

“El hecho de que un líder como Bordaberry, que cargaba con todo el asunto del apellido, pero que aportó renovación, gestión, modernidad, un día resolviera abandonar el liderazgo, es muy inusual en la vida política. Eso se repite con Talvi. Gana la interna, le gana a Sanguinetti, el dirigente colorado más importante de los últimos 30 años, y luego se fue, incomprensiblemente, y nos dejó a todos colgaditos del pincel”, señaló.

En la actualidad el PC no tiene una cara visible, pero para el dirigente colorado, el día que lo tenga, “sea la de Bordaberry o la de José Pérez”, el partido va a recuperar su sitial. “El PC, por el peso de su historia, tiene un lugar”, aseguró.

Para Hierro López, el hecho de estar integrando una coalición de gobierno da, además, “una plataforma muy importante”. “Nada será fuera de la coalición. Si algún dirigente colorado entiende que hay que hacer las cosas fuera de la coalición, creo que se está equivocando. Todo será desde la coalición apoyando al gobierno, haciendo planteos novedosos sobre el porvenir, etcétera, pero desde la coalición, y creo, sinceramente, que apenas empiecen a aflorar las candidaturas, el partido va a tener una especie de levadura que permitirá que tenga una posición electoral mejor que la que aparece”, concluyó.