“Felicidades, doctores. Tenemos medio y medio, cerveza, sidra”, anunciaba una pizarra ayer en la peatonal Pérez Castellano, a metros del Mercado del Puerto, epicentro del festejo que cada 31 de julio organizan los nuevos egresados de la Facultad de Medicina de la Universidad de la República. El anuncio era oportuno. Además del alcohol que se bebía, otra parte se desparramaba sobre los nuevos egresados, junto con harina, huevos, yerba, entre variados ingredientes. Muchos de los jóvenes estaban acompañados por sus familiares, quienes, denotando el estatus que sigue teniendo la profesión médica, lucían remeras que anunciaban que eran madres, padres, hermanos, primos o novios de la doctora o el doctor tal. “M’hija la doctora” decía una remera de una pareja, y abajo la inscripción “It’s a beautiful day to save lives”. Justamente con “curar a la gente” y “salvar el mundo” soñaba Esteban cuando ingresó a la carrera en 2010. En diálogo con la diaria, contó que con los años fue “bajando más a tierra” aquel “idealismo” y aunque no especificó en qué medida, comentó que ahora su expectativa es “hacer lo mejor que uno puede en el lugar donde está y ser feliz” y, por supuesto, “ayudar a la gente”. Después de siete años y medio de estudio, no parecía tener la intención de cursar una especialidad; adelantó que le gustaría trabajar en medicina de emergencia y que una posibilidad es ir a trabajar al interior del país, en donde “hay muchos lugares que precisan médicos”. Cecilia y Tatiana, ambas generación 2011, dijeron en cambio que sí cursarán una especialidad. Cecilia se está preparando para dar a fin de año la prueba de Neurocirugía y Tatiana anunció que el año que viene quiere empezar Endocrinología.

¿Qué condiciones debe tener sí o sí un médico o una médica? “El trato con los pacientes y con las familias de los pacientes tiene que ser un trato humano, hay que tener empatía con el paciente, actualizarse todo el tiempo en lo que a uno le gusta o en lo que se va a dedicar”, respondió Cecilia. “Ser humano, preguntarle al paciente cómo está, de qué trabaja, dónde vive; ser buen clínico, hacer un correcto diagnóstico”, apuntó Esteban. Tatiana opinó que “la empatía y la humanidad es lo más importante y lo que falta últimamente”, y que, si bien la carrera los instruyó en esos aspectos, el día a día “te lleva a hacer otra cosa; tenés que tenerlo en mente y aplicarlo”, insistió.

El número de egresados va en ascenso. Joaquín Pereyra, coordinador del Internado de la Facultad de Medicina, informó a la diaria que este año ingresaron 484 estudiantes al Internado (los cursos van desde el 1º de agosto al 31 de julio del siguiente año). Años atrás, lo cursaban entre 300 y 350 estudiantes. En 2016 hubo un pico, porque se juntaron dos generaciones: la generación del plan viejo y la primera del Plan de Estudios 2008, que redujo un año de la carrera. Según Pereyra, la facultad estima que el año que viene se inscribirán al Internado 500 estudiantes. El Internado es la práctica preprofesional en la que los estudiantes rotan, durante un año, por cuatro centros asistenciales (tres meses en cada uno) y se interiorizan en cuatro especialidades: medicina, ginecología, pediatría y cirugía. Para eso, se insertan en centros de la Administración de los Servicios de Salud del Estado, de la Facultad de Medicina y, desde 2015, hay cupos en la Asociación Española, el Hospital Británico, la Intendencia de Montevideo y las mutualistas CAMOC (Carmelo) y Comeflo (Flores).

El problema de la “numerosidad” se siente principalmente en el primer año de la carrera, que tiene generaciones de ingreso de más de 2.000 estudiantes. La deserción y la opción por otras carreras alivianan la matrícula de quienes llegan al final de la carrera, pero preocupa la capacidad de poder cumplir con una demanda creciente.