La exposición a las pantallas desde edades cada vez más tempranas es un problema que se instaló hace varios años, de la mano de los avances tecnológicos de las últimas décadas. Las recomendaciones internacionales, por ejemplo, de la Organización Mundial de la Salud (OMS), luego de analizar una larga lista de estudios de diferentes países y regiones, concluyen que entre los dos y los cinco años los niños no deberían usar dispositivos, o hacerlo como máximo una hora al día. Sin embargo, en los hechos el tiempo de uso de pantallas por parte de niños y niñas suele ser mayor.
Esta semana, en el marco del encuentro “Desafíos y oportunidades en primera infancia”, se presentó una investigación sobre la exposición a las pantallas en la primera infancia. El proyecto utilizó dos cohortes de la Encuesta de Nutrición, Desarrollo Infantil y Salud (Endis) correspondientes a 2015 y 2018. En la primera cohorte se consideró a niños y niñas de entre dos y seis años y en la segunda, de entre cero y cuatro años, por lo tanto, las edades comparables para el estudio fueron dos y cuatro años.
El estudio tuvo “varios objetivos”, explicó Elisa Failache, una de las integrantes del proyecto. En general, el objetivo fue pensar “cómo los avances tecnológicos se relacionan con la primera infancia” y “analizar el vínculo entre la exposición a las pantallas y el desarrollo infantil en la primera infancia en Uruguay”. A su vez, se buscó “analizar los determinantes de la exposición a las pantallas”, es decir, qué cosas se vinculan con que las infancias están más o menos expuestas a las pantallas, analizar cuál es la correlación entre esa exposición y los resultados en términos de desarrollo infantil, y “entender mejor” cómo es el contexto y la motivación de las familias a la hora de elegir utilizar las pantallas con sus hijos e hijas.
Algunos resultados
Según Failache, uno de los indicadores “más importantes y representativos” fue la cantidad de niños y niñas que utilizan pantallas “al menos una hora por día”. Si bien las recomendaciones internacionales son las contrarias, según la investigación, en 2015 “72% de niños y niñas utilizaban pantallas al menos una hora por día” y ese porcentaje creció a 75% en 2018.
La exposición disminuye en niños más pequeños y aumenta con la edad: “Entre cero y un año el 10% los utiliza más de una hora por día y el porcentaje sube a 45% en niños de un año, a 70% en niños de dos años y a 80% en niños de dos y cuatro años”. También se observó que a mayor cantidad de dispositivos tecnológicos en el hogar, más son las horas diarias de uso.
Si bien los porcentajes concluidos en la investigación se basan en preguntas concretas, la Endis también incluye algunas preguntas “abiertas” sobre el uso de pantallas, que fueron utilizadas para conocer los motivos por los que las familias habilitan su utilización. Para eso se realizaron grupos focales.
Una de las principales conclusiones fue que los modos de exposición han cambiado. La televisión “es distinta” de los dispositivos móviles, y esto “es importante” porque mientras que la primera “es un objeto que está presente en la vida de los adultos desde hace muchos años”, los dispositivos móviles significaron un cambio de paradigma en la relación con la tecnología, es decir, “un nuevo desafío para los adultos responsables”.
Por otra parte, también se vinculan los cuidados. A mayor tiempo al cuidado de personas no remuneradas, por lo general, “del círculo familiar”, más uso de pantallas. El aumento también se observó en entornos críticos y en crianzas bajo la responsabilidad de adultos “ocupados [en simultáneo] en otras tareas”, vinculadas, sobre todo, al estudio.
A su vez, aquellos niños y niñas que asisten a centros educativos o de recreación “parecen tener menos uso de pantallas” durante las edades consideradas. Además del tiempo fuera del hogar, también se observó la influencia de la situación socioeconómica: en 2015 “a mayor quintil de ingresos menos uso de pantallas”, aunque en 2018 “la brecha se redujo” y las formas de uso se volvieron “más homogéneas” en los resultados.
Los padres expresaron distintas formas de interacción de sus hijos e hijas con los dispositivos, pero del estudio surge que “para todos es una preocupación”. Al hilar más fino, se desprende que “para algunos es más negativo que para otros”, y mientras que algunos expresaron que el uso de los dispositivos tiene “algunos aspectos positivos”, otros dijeron que los permiten como forma de entretenimiento, como “elemento tranquilizador” o como “premio”.
Concientizar e incluir
Como todas las presentaciones que hubo en el encuentro, esta investigación fue seguida de diferentes recomendaciones para que las instituciones puedan considerar a la hora de elaborar políticas públicas vinculadas. En este caso, los educadores expresaron la “necesidad de educar en prácticas responsables” del uso de pantallas, con la puntualización de que “no es viable que de un día para el otro los dispositivos no existan más”, por lo tanto, es necesario enfocarse en “controlar el tiempo de uso y los contenidos a los que las infancias acceden”.
A su vez, exhortaron a pensar en soluciones para aquellos padres y madres que cuidan en paralelo a otras actividades, como estudiar y trabajar, ya que en buena parte expresaron que permitían los dispositivos en esos momentos como forma de entretenimiento. Como los adultos mayores y familiares son otro de los grupos que habilitan el uso de dispositivos mientras ejercen el cuidado, proponen que las políticas también incluyan a la tercera edad.
Por último, sugieren que las intervenciones deberían realizarse de modo universal, ya que es un fenómeno extendido en todos los estratos sociales, independientemente del plano económico.
Consecuencias en el desarrollo
Si bien respecto de cómo se relaciona el uso de pantallas con el desarrollo infantil la evidencia que ofrece la investigación “no es del todo concluyente” y hay “algunas cuestiones metodológicas” que no dan certeza en cuanto a resultados, los indicios generales son que a “mayor uso de pantallas, peores resultados de desarrollo infantil”.
En esa línea, Alfredo Cerisola, neuropediatra e integrante de la Sociedad Uruguaya de Psiquiatría, afirmó en diálogo con la diaria que en la actualidad existe una gran variedad de estudios internacionales que muestran que cada vez hay “más exposición a las pantallas desde edades cada vez más tempranas” y que hay cambios vinculados al tipo de pantallas a las que son expuestos.
“Antes” la televisión permitía al adulto “un mayor control” no sólo del tiempo de uso, sino también de los contenidos, ahora, “los smartphones son más trasladables”, por lo tanto, más “difíciles de controlar”, algo que también volvió “más compleja” la interacción del adulto con el niño en el momento en que se utilizan los dispositivos, indicó.
Según Cerisola, la evidencia internacional también “es suficiente” para afirmar que el incremento de la exposición a las pantallas y el inicio más temprano del uso “afecta el neurodesarrollo, el lenguaje y las habilidades sociales” de las infancias. A su vez, cuanto más temprano comienza la exposición, “más perjudicial es” y “persiste en la edad escolar y en otras etapas de la vida”. También se ha comprobado que genera “problemas de comportamiento” y de conciliación del sueño.
El problema también se vincula con el consumo de dispositivos electrónicos de los adultos que rodean a los niños y las niñas. Para Cerisola, también es necesario que se considere que “cuanto más tiempo los usan los adultos, más los usarán los niños”, entre otras cosas, porque les quitan atención, tiempo de juego, de lectura, intercambios espontáneos y acciones que también hacen al desarrollo.