Uruguay está lejos de ingerir la cantidad diaria de sal que recomienda la Organización Mundial de la Salud (OMS). El organismo recomienda que los adultos no consuman más de cinco gramos por día, lo que más o menos equivale a una cuchara de té. Según el Ministerio de Salud Pública (MSP), en Uruguay el consumo es “al menos el doble” del recomendado. En niños y adolescentes la recomendación es aún más baja: se exhorta a que durante los primeros 24 meses de vida el consumo sea cero y entre los dos y los 15 años la ingesta sea menor a los cinco gramos diarios.

El principal motivo de la recomendación es contribuir a la disminución de la tensión arterial y, en consecuencia, el riesgo de enfermedad cardiovascular. También se busca disminuir la cantidad de accidentes cerebrovasculares e infarto de miocardio.

En niños se pretende prevenir un gran abanico de enfermedades no transmisibles y, a su vez, la disminución de la presión arterial, que suele estar asociada al consumo de sal (sobre todo incluida en los alimentos ultraprocesados), al sobrepeso, la obesidad y el sedentarismo.

Hace dos semanas OSE anunció un aumento en la salinidad del agua en el área metropolitana para lo que se modificaron los parámetros. La medida contó con el apoyo del Ministerio de Salud Pública (MSP), cuya titular, Karina Rando, aseguró que a pesar de que las características del agua “no sean tan agradables”, se puede tomar con “total seguridad”, con excepción de aquellos que sufren hipertensión severa, a quienes recomendó comprar agua embotellada.

El impacto en la infancia

En diálogo con _la diaria _ Raquel Villegas, licenciada en Nutrición y especializada en nutrición materno-infantil, se detuvo sobre las consecuencias del aumento de la salinidad del agua en las infancias, sobre todo, en las de contextos más vulnerables.

En principio remarcó que el reciente aumento de sal en el agua “es considerable” y presenta varios problemas. A su criterio, la mayor dificultad es que en los bebés no se aconseja “ningún tipo de consumo de sal agregada” tanto en alimentos como en bebidas.

El principal motivo de la recomendación es que los bebés y niños pequeños tienen “un sistema renal inmaduro” y eso hace que su “filtrado glomerular sea bajo” y que pueda haber retención de solutos, produciendo así “un fallo renal”. Asimismo, un elevado consumo de sal en la infancia, sobre todo “entre los 0 y los 24 meses de vida”, aumenta el riesgo de padecer hipertensión arterial, insuficiencia renal, osteoporosis, asma y patologías respiratorias. El riesgo “se incrementa” en niños con otras patologías y “predisposición genética” a alguna de las mencionadas.

En este sentido, remarcó la necesidad de considerar que aquellos menores de 2 años que entre los 0 y 6 meses tengan como principal alimento la leche materna “no tendrán ningún problema de salud vinculado al aumento de sal en el agua”, pero los índices de lactancia materna más bajos están más asociados a “los sectores más vulnerables”, por lo tanto, las familias que “seguramente no pueden comprar agua embotellada” son las mismas que van a necesitar “darle a su bebé un preparado lácteo”.

Agregó que luego de los 6 meses, cuando el niño comienza a consumir otros alimentos además del preparado lácteo, aumenta su consumo de sal ya que ingiere “abundante agua a diario” y los alimentos que se introducen en la alimentación complementaria también contienen sal por la cocción.

Ante la alerta de las autoridades de que el cambio en el agua será por un tiempo limitado, Villegas sostuvo que “dos meses” en un bebé en crecimiento “es muchísimo tiempo” y hacen la diferencia.

Agua hervida y de pozo

Ante la eventual hipótesis de que si el agua hervida baja los niveles de sal, la especialista explicó que es falso. Sostuvo que el proceso “es exclusivo” para que el agua sea segura en el sentido microbiológico, es decir, para asegurar que no haya microorganismos que puedan generar cuadros tales como gastroenterocolitis en el bebé. Pero la exposición del agua a la temperatura “no reduce la sal”, por el contrario, dependiendo de la temperatura a la que hierva “más se concentra” porque “los solutos no se eliminan al hervir”.

En cuanto al agua de pozo, aclaró que aunque “no se ve afectada” por estar en el área metropolitana, no es apta para consumo “sin previo análisis de solutos”, ya que hay que considerar dos cosas antes de ofrecerla a un bebé o a un niño. En principio, debe ser “microbiológicamente segura”, por lo que, ante la duda, “hay que hervirla”. Por otra parte, se debe hacer un estudio de esa agua para saber “la concentración de solutos y el perfil que tiene”.

Por último, sobre el agua filtrada con los aparatos que suele haber en los hogares, aclaró que “no desalinizan”; en “algunos casos” pueden ayudar a disminuir los solutos, pero no quitan el exceso de sal. El filtro principalmente “saca el cloro” que es lo que evita que crezcan “organismos en el agua”, por lo tanto, una vez extraída, el agua filtrada dura hasta 24 horas y refrigerada.

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