Desde abril OSE modificó de forma significativa los niveles de salinidad y cloruros en el agua. Aunque en principio la empresa estatal y el Ministerio de Salud Pública (MSP) transmitieron tranquilidad a la población respecto de que los cambios no generarían riesgos para la salud, dos meses después la prolongación en el tiempo de la medida y otros cambios recientemente anunciados en la composición del agua, como el aumento de los trihalometanos, incrementaron el interés en el impacto de las alteraciones en el agua en la salud, a cercano y largo plazo.
Cada vez es más frecuente que ingenieros, especialistas en distintas patologías y grupos vinculados a la salud expresen sus posturas en cuanto a la situación del agua y emitan recomendaciones a la población según las edades, grupos de riesgo y situación económica. Este miércoles, la Universidad de la República (Udelar) generó un seminario virtual y en una de las exposiciones un grupo de profesionales vinculados a la farmacéutica, la nefrología y la nutrición evaluaron cómo impacta la calidad del agua en la salud de la población, mientras se espera que llueva o que se encuentren otras alternativas.
¿Qué pasa con los medicamentos?
Una arista que aún no se había desarrollado era el impacto del agua en la elaboración de los medicamentos, y sobre este tema expuso Romina Espinosa, química farmacéutica e integrante del Laboratorio de Química Analítica de Medicamentos de la Udelar. En su disertación, Espinosa se refirió a dos subtemas: el uso del agua en la elaboración de medicamentos y en el proceso de consumo de las sustancias.
En cuanto al agua en la elaboración, la experta explicó que en el mundo farmacéutico tiene “un rol fundamental” en una gran variedad de procesos, que abarcan desde la desinfección de equipos hasta la elaboración de los productos, y sostuvo que siempre se parte de agua potable que luego se somete a diferentes procesos de purificación, según el uso que se le dé.
Sobre el impacto de la calidad del agua actual en los procesos, dijo que en la actualidad se está partiendo “de una materia prima que no tiene la calidad que venía teniendo”, lo que genera “problemas”; por ejemplo, hay resinas que se dañan más fácilmente, sistemas que hay que cambiar porque quedan obsoletos, e insumos y equipamientos “que se pierden”, es decir que se complican y encarecen los procesos de elaboración. Sin embargo, aclaró que la seguridad del medicamento final “no se afecta” porque el agua “no se usa como llega”, sino que antes se procesa.
En definitiva, actualmente “hay temas relacionados con la accesibilidad y los costos” porque se gasta más agua y a su vez baja la productividad”, y seguramente en el futuro “todos los elementos afectados van a tener un impacto directo en la accesibilidad”.
Con respecto al agua como “vector terapéutico”, es decir, cuando se bebe con un medicamento o se utiliza para preparar un complemento y “el agua es un factor más en la eficacia”, mencionó que “puede llegar a haber un problema con la solubilidad de los procesos activos” y “puede condicionar la absorción del principio activo.
El sodio y sus consecuencias
Las personas con enfermedades renales y con hipertensión son dos de los grupos poblacionales a los que el aumento de la salinidad afecta directamente. Leonella Luzardo, profesora adjunta de la Cátedra de Nefrología del Hospital de Clínicas, se refirió al caso particular de quienes padecen estas patologías y de lo que significa el incremento del consumo de sodio en una población que ya tiene el antecedente de consumir por lo menos el doble de lo que la Organización Mundial de la Salud recomienda como consumo diario máximo, que son cinco gramos.
En principio, Luzardo remarcó la importancia de recordar que los seres humanos somos “70% agua” y que “el consumo de agua es necesario para la salud”, por lo tanto “tenemos que seguir tomando”, y agregó que la aclaración surge de que los pacientes que “están acostumbrados a escuchar que deben bajar el consumo de sodio cuando se enteraron del cambio de salinidad en el agua tendieron a bajar el consumo” y esto “es riesgoso”. Luzardo apuntó que la medicina “estaba preocupada por el consumo de sodio de la población hace mucho tiempo” y que el problema principal no es “el salero”, sino “la composición de los alimentos de la industria” que en su mayoría presentan exceso de sal.
Sobre el agua, indicó que se agregó como “un nuevo problema puntual”, ya que, con los valores actuales, alguien que consume dos litros diarios de agua por día “ingiere 800 miligramos de sodio, lo que equivale a dos gramos de sal”. Si bien “la ciencia parece apoyar” que individuos sanos no necesariamente se van a convertir en pacientes hipertensos, hay subgrupos más susceptibles y “no son pocos”.
Algunos de esos subgrupos son las mujeres embarazadas, por estar en una etapa que favorece contraer “estados hipertensivos”, y los pacientes con cardiopatías en los que “la dificultad respiratoria y la baja de oxígeno implica riesgos” que muchas veces “se relacionan con aumento del consumo de sodio”. Luzardo agregó que también se ven indiscutiblemente afectados los pacientes en diálisis, que en Uruguay son “casi 3.000”, y quienes padecen cirrosis, ya que un aumento en el consumo de sodio puede implicar “graves complicaciones”.
Respecto del aumento temporal del sodio en el agua y, por lo tanto, el aumento del consumo entre las personas que no pueden comprar agua embotellada, Luzardo afirmó que sin dudas “el daño es relevante” porque aumenta la presión arterial y esto se relaciona con enfermedades que padecen y por las cuales fallecen “gran parte de los uruguayos”. Indicó que en algunos “el daño es inmediato”, para el resto seguramente no sea inmediato porque el cuerpo tiene mecanismos “para esconder el sodio que viene de más”, y será “reversible dependiendo del tiempo que se sostenga esta situación”.
Por último, Gabriela Fajardo, integrante de la Escuela de Nutrición, repasó la opinión que la institución emitió en un comunicado en mayo y remarcó que cuando “ciertos aspectos del agua se ven vulnerados” se considera que hay inseguridad hídrica, lo que en consecuencia también significa menor calidad de los alimentos e inseguridad alimentaria. También está afectada la salud “porque parte [de los recursos económicos] que se usaban para comprar alimentos se debe volcar a comprar agua”, lo que “incrementa 24% el costo” de la canasta básica alimentaria con enfoque nutricional en los hogares de por lo menos tres integrantes, comentó.
A su vez, Fajardo emitió algunas recomendaciones de cocción: sugirió la “vía seca” en horno, plancha, salteados, al vacío y “húmeda” al vapor, no agregar sal al agua de cocción y probar los alimentos antes de salarlos.
Las tres especialistas coincidieron en que, por lo menos a nivel académico, la situación encendió “una luz de alarma” para evaluar y revisar más a fondo las implicancias del cambio en la salud y sobre la necesidad de crear y aplicar proyectos a largo plazo.