Cuna de los frigoríficos, la villa del Cerro estuvo vinculada desde el siglo XIX a la industria cárnica. En 1998, después del proceso de desindustrialización de esa década, se instaló en el predio del Frigorífico del Cerro, abandonado hacía seis años y por adjudicación de la Intendencia de Montevideo, el Parque Tecnológico Industrial (PTI), con seis empresas. A 20 años de esto, la apuesta está en desarrollar el brazo tecnológico mediante la interacción entre el mundo laboral y el educativo. El 8 de diciembre, el PTI cumplirá su vigésimo aniversario y presentará el plan estratégico, que se compone de una fuerte apuesta a la innovación en alianza con el saber y el conocimiento.
Hace menos de diez años llegó al parque su actual director, Guillermo Gonsalves, con la propuesta de encargarse del proyecto con “una mirada pensando más en el largo plazo”. “Para mí eso implicó pensar el parque como un instrumento de desarrollo, de inclusión social, de transformación del territorio, no sólo físico, sino también ambiental, económico, social, cultural y político. En cualquiera de esas dimensiones, este territorio es el que presenta mayores brechas de desigualdad en todo el país, y la única manera de romperlas es con este tipo de instrumento”, contó a la diaria el jueves, durante una recorrida por el predio.
Hoy operan en el parque más de 70 empresas que emplean con trabajo directo a 1.200 personas, en sectores como el metalúrgico, el alimentario, el textil, el maderero, el de plástico, el electrónico, el medioambiental, el de vidrio y papel, el naval y el de servicios. “Ahora tenemos la propuesta de relocalizar sectores más intensivos en conocimiento: la industria del diseño, la robótica, la electrónica, el software, la biotecnología. Con eso sumamos la te de la sigla y, si bien la ce viene de ‘Cerro’, pensamos que también puede servir para ‘científico’. Hacia ahí vamos: un parque industrial, tecnológico y científico. Acá hay capacidades históricas instaladas, y eso le da un valor extra, además de su localización. Nuestra intención es recuperar la identidad de su territorio”, afirmó.
Pero, más allá de lo productivo, el parque se completa con un abordaje social y cultural. Allí también funcionan una radio comunitaria, una huerta comunitaria y un invernáculo, entre otras cosas. Otra arista del proyecto es la lógica de cooperación entre las micro y pequeñas empresas que lo comprenden: “Además de que 98% de estas comercian entre sí, como hay mucha heterogeneidad productiva, se piden consejos sobre los problemas con los que se encuentran”, apuntó Gonsalves.
“Romper las falsas dicotomías”
La mira ahora está en “completar el círculo”: vincular el parque con el aparato educativo y la academia, “desde los distintos saberes que existen: la Universidad de la República, la UTU, el sector empresarial, los emprendedores, los trabajadores, la institucionalidad; y, sobre todo, validarlo con lo que nos indica hoy la realidad”. Gonsalves apunta a “romper con la falsa dicotomía que existe con políticas sociales, productivas –tecnológicas, industriales, laborales– y educativas. Educación, trabajo y políticas sociales tienen que ir de la mano y este tipo de localización permite eso”.
El tercer piso del edifico central –el verde– fue cedido a la UTU por 30 años. Ahí funciona el Polo Tecnológico Educativo, una “nueva modalidad” –contó Gonsalves–, que “permite a la educación interactuar con el parque: la propuesta educativa y la metodología están en función de la industria”. La idea es complementar recursos.
También toman clase los trabajadores del parque que no terminaron la primaria o el bachillerato. “Se realizan planes especiales, en convenio con el Instituto Nacional de Empleo y Formación Profesional, y el Consejo de Educación Secundaria, para motivarlos y que conecten con diferentes programas de fortalecimiento educativo”, explicó Gonsalves.
Hace una semana se inauguró el Laboratorio de Fabricación, creado en conjunto con el Consejo Sectorial de Diseño, conformado por la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU), la UTU, Antel, las cámaras de Diseño e Industrias, y Sinergia Tech. Está conformada por un área de impresión 3D con siete equipos, un router CNS, un equipo de corte láser, un espacio de robótica, uno de electrónica y otro para trabajo colaborativo, un taller tradicional y uno de carpintería. “Acá estamos en la frontera tecnológica, rompiendo brechas en la desigualdad educativa con acceso a infraestructura, equipamiento y oferta educativa de primer nivel”, afirmó sobre el espacio que, además de servir de formación, se propone vender servicios.
En octubre se inaugurará otra ala del proyecto: el área de incubación, que servirá para acompañar y fortalecer distintos emprendimientos –tradicionales y también de tecnologías de la información y la comunicación, software, electrónica y robótica– en los primeros meses de vida. También se ubicará allí el Laboratorio de Procesos y Productos de Diseño de la FADU.
El Centro de Investigación Tecnológica se sumará en 2019, con el objetivo de resolver problemas de la realidad de la industria nacional y los territorios, por medio de investigación aplicada. “Mejorar procesos, salud y seguridad ocupacional, y aumentar la productividad”, ejemplificó Gonsalves. “A veces, como país, vamos a buscar soluciones afuera, cuando en realidad tenemos todo para desarrollarlas acá. La industria del futuro es buscar problemas para solucionar. Y en el peor de los casos, si la solución encontrada no es económica, ambiental o industrialmente viable, ganamos en la profesionalización de los recursos técnicos”, agregó.
Según Gonsalves, a inicios del próximo año lectivo todas estas propuestas van a estar al servicio del parque, trabajando de manera coordinada, y proyecta que el impacto va a ser “inmenso”. ¿El límite? “El máximo que podamos articular con los distintos actores que forman parte del territorio”, respondió.