En marzo de 1912, contratado por José Batlle y Ordóñez, llegó a Uruguay el científico alemán Albert Boerger para conducir trabajos de mejoramiento en genética vegetal, especialmente de trigos, que serían la semilla para otras investigaciones que encabeza hasta el día de hoy la estación experimental del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA) en Colonia, que lleva su nombre. Uno de los experimentos sobre manejo y conservación de suelos, que se desarrolla desde hace más de 50 años en La Estanzuela y compara distintos sistemas de agricultura, ha demostrado la efectividad de la rotación con pasturas para conservar la calidad del suelo, y también el posible vínculo entre la erosión del suelo y la aparición de cianobacterias en los cursos de agua.

Según explicó a la diaria el ingeniero agrónomo Andrés Quincke, investigador adjunto del INIA La Estanzuela, una de las investigaciones con trigo demuestra que de una parcela de suelo no fertilizado se pueden extraer hasta 500 kilogramos por hectárea, mientras que de una de suelo fertilizado unos 3.500. Quincke indicó que la práctica común en Uruguay hasta los años 60 era la siembra continua con laboreo, es decir, cultivos continuos, laboreo mecánico con arado y herramientas de afinado del suelo que preparaban la siembra. Entre cultivo y cultivo se dejaba transcurrir un tiempo “más o menos largo” para poder preparar la tierra para el próximo: se utilizaban malezas para liberar nutrientes de la materia orgánica y dejar un suelo fértil y en condiciones, pero no se rotaban los cultivos ni se alternaban con pasturas. Afortunadamente, señaló, este tipo de agricultura “ya no se está utilizando en Uruguay, porque no da renta”; en cambio, desde los años 60 se trabaja en el mejoramiento de las especies forrajeras, “se aprendió a usarlas, a instalar praderas y fertilizarlas, y comenzó un período muy bueno de la agricultura”.

A pesar de estos avances, Uruguay no escapa a los procesos de degradación. En nuestro país, aseguró Quincke, “el mayor problema es la erosión hídrica”. Esto implica que con la acción de la lluvia se desprende parte del suelo de la superficie, que a su vez es arrastrado hacia los cursos de agua. Esto no sólo reduce “drásticamente” la productividad del suelo, sino que también contamina el agua, dado que las partículas que transporta el suelo generalmente viajan asociadas a nutrientes, como por ejemplo el fósforo, presente en múltiples fertilizantes. Según explicó la vicepresidenta de la Junta Directiva del INIA, Mariana Hill, esta es “una de las posibles fuentes de cianobacterias”. “En los suelos que tienen buena calidad ese proceso es mínimo, en los que tienen mala calidad se maximiza”, señaló la jerarca, y agregó que en los monitoreos sobre calidad del agua “lo que más se ha detectado es presencia de fósforo” y también glifosato, pero dentro de los niveles permitidos. El glifosato es un herbicida artificial usado para el control de malezas, que está prohibido en algunos países por sus consecuencias nocivas para el medioambiente.