El bombazo reventó en el arco cuando faltaban apenas cinco minutos para terminar.

El Japonés Rodríguez -puro talento y calidad mayúscula- apuntó seco y mandó la guinda brillosa a morir en las redes, a tocar las piolas, mientras un sonido de violines y mandolinas se enredaba con el mundo de miradas turbias y caras con interrogantes. Cayó el 2-2 pesado igual que un viaje de pedregullo, de varillas, o de tandas publicitarias en época de elecciones. Todo envuelto en la gritería de los muchachos de River y el desconcierto aurinegro.

Estaban 2-1 con un Peñarol especulando, tratando de hilvanar un contragolpe fino para liquidar todo. Iban 2-1 y el match hacía equilibrio en la cornisa, en la derrota o el empate. En ese delgado alambre de la alegría por no perder o la tristeza de no poder ganar.

Ese error atrás terminó desnudando las carencias en la zona de compromiso, y River no dejó escapar el asunto. La escuadra del Prado gritó un valioso empate luego de una semana agotadora y de avanzar en la lid internacional.

A Peñarol le cuesta la vida aguantar un resultado. Peñarol tiene problemas defensivos y el Japo capitalizó el empate con un remate infernal.

River salió a la cancha con cinco delanteros que le meten sensación de gol a cualquier ataque cuando combinan.

En los primeros veinte minutos de juego Peñarol se plantó tranquilo, moviendo las piezas, mientras desde la línea de cal Carrasco metía gestos de mimo y boquilla salada.

A los veintidós, el esférico llegó a la cancha de arriba y el zaguero Alcoba -sudando a mares- conectó con gran cabezazo el 1 a 0 parcial. La guinda cayó limpia en el balero tras pase exquisito de Pacheco.

Pero nada dura. La hinchada mirasol metía murmullo colectivo y un festival de sonrisas cuando Siegler, como un soldado, se paró en la trinchera y marcó el penal. Apenas un minuto después, el juez señaló el punto blanco al marcar infracción del lateral Robson sobre Diego Silva.Con pierna zurda llegó el Japonés y pegó un violento taponazo, a media altura, bien junto al caño, y se pusieron 1 a 1 en menos de lo que canta un gallo. Después, el partido se hizo de ida y vuelta.

Peñarol quería contragolpear con el filo de los cuchillos de arriba, y River quería elaborar y pegar en la red.

Para el complemento vinieron los cambios: el argentino Córdoba por el Canguro Porta y el Tornado Alonso por el flaco Brian. Ambos equipos querían goles.

Pero el 2-1 parcial lo metió, como siempre, el maestro Pacheco, con un golazo de tiro libre. La pelota cayó muerta junto al palo izquierdo del golero.

Martinuccio tampoco aportó mayor claridad y Peñarol -que de 18 puntos apenas ganó 9- quedó a media agua esperando un zarpazo. Del otro lado estaba River, que viene cumpliendo una gran performance en la Copa Sudamericana y en el terreno local también apunta para arriba. Tiene un grupo de muy buenos jugadores que buscan el arco adversario hasta con psicótica obsesión.

River empezó a remar, a sumar fútbol, a conectar los circuitos del medio, y llegó la igualdad tras una falla defensiva que el botija Japonés de la calle Lucas Obes resolvió con talento y destreza técnica.

Lindo partido, intenso, con chances, con dos terribles goles y emoción en la piel, hasta que Siegler se plantó como una estaca y la gente miró caer el pesado telón del atardecer con la garganta seca y con más cansancio que nunca.