El Piñeyro abrió sus puertas en 1922 y fue bautizado con ese nombre para homenajear a Luis Piñeyro del Campo, un abogado que dedicó su vida a ayudar a los más desprotegidos por medio de la Comisión Nacional de Caridad, creada en 1889, según cuenta su bisnieto Alberto Piñeyro Gutiérrez en Luis Piñeyro del Campo. Caridad y dignidad. El libro fue publicado hace unos meses y las ganancias que genere se destinarán al centro sanitario.
Actualmente el hospital atiende a 400 ancianos, la mayoría de ellos en calidad de residente, mientras que algunos entran y salen todos los días. Sólo pueden ingresar los mayores de 65 años de edad con alguna clase de dependencia moderada o severa de origen físico o mental, usuarios de la red de servicios públicos y que se encuentren en una condición socioeconómica precaria.
El hospital, que ocupa cuatro hectáreas, cuenta con cuatro pabellones y con un total de 300 camas. Por lo general, está a tope. El médico geriatra Ítalo Savio, director del hospital, dijo a la diaria que el descenso de la mortalidad trajo aparejadas dificultades en la entrada de nuevos residentes, por lo que existe una lista de espera elaborada de acuerdo a la prioridad sanitaria.
El hospital -que antiguamente había alojado un asilo de mendigos y enfermos crónicos- cuenta con una Unidad de Alta Dependencia y Cuidados Paliativos, destinada a aquellos “que dependen de terceros para toda actividad y a personas que tienen una expectativa de vida menor a seis meses”, explicó el director.
Por otra parte, en la Unidad para Semidependientes hay personas “relativamente autoválidas”, que no necesitan tantos cuidados. La Unidad de Media Estancia trabaja en la rehabilitación de los ancianos: “Asistimos a la gente para que no se quede definitivamente acá, sino que vuelva a su casa cuando se rehabilite. En promedio, la estadía es más larga que en otros hospitales, pero eso es lo que permite obtener una mejor calidad en la recuperación”, destacó Savio. Por último, el hospital cuenta con una Unidad de Psicogeriatría, para pacientes con enfermedades mentales, y una Unidad de Demencia, que alberga a personas que padecen Alzheimer, por ejemplo, y que no tienen quien los cuide.
En todas las unidades hay vigilancia. Se instalaron 54 cámaras de seguridad para proteger a los usuarios sin invadir su privacidad. Por si alguno se cae, por ejemplo.
Por otro lado, el hospital cuenta con un Servicio de Atención e Inserción Comunitaria, que atiende a unos 20 adultos mayores, y con el Centro Diurno, donde se recibe a 40 veteranos de lunes a viernes. “Es gente que viene de la comunidad; nosotros cuidamos a estos pacientes durante el día y eso alivia a las familias: ellos vuelven a sus casas a la tarde”, indicó Savio.
El Centro Diurno funciona desde hace doce años: allí se brindan tres comidas, además de prestaciones sanitarias y sociales: practican actividades recreativas, de rehabilitación física, de estimulación psicológica, hay talleres literarios y de plástica. Quienes llegan todas las mañanas al Centro Diurno, si bien cumplen con las condiciones que requiere el hospital, tienen un grado de dependencia menor. “Es gente que necesita ser cuidada durante el día pero no necesariamente es tan dependiente, tiene potencial de rehabilitación y la idea es retrasar la institucionalización o evitarla, si es posible”, explicó el director.
Misa y murga
A partir de una encuesta de preferencia se crearon dos servicios religiosos: uno católico y otro evangélico. A su vez, los residentes tienen una comisión representativa que conversa cada quince días con los directivos del hospital. “Ésa es la mejor encuesta”, opinó el director. La murga del Piñeyro surgió de ahí.
Pegado al hospital hay un centro del INAU de donde vienen niños a compartir la merienda, dijo Savio. “Para algunos es como tener un nieto, e incluso hay niños que sienten a estos veteranos como sus abuelos”, contó. Por eso ahora quieren construir un espacio interactivo dentro del predio del Piñeyro donde haya juegos infantiles y un horno de pan.
Savio contó orgulloso la experiencia de la huerta, que funciona desde hace un año. “Se hizo con mucho esfuerzo, con la colaboración de mucha gente. Esa huerta es el vehículo para otras cosas: para interactuar con otros, realizar actividades que tienen que ver con la estimulación de los sentidos y la orientación en la realidad, mantener la motricidad fina y la movilidad, porque los veteranos tienen que caminar 200 metros sólo para llegar al lugar”, detalló el director, quien además remarca que la huerta aporta insumos para los talleres de cocina, que se realizan en la Unidad de Terapia Ocupacional.
“La idea es que se levanten, que no se queden en la cama, que mantengan la movilidad”, enfatizó el director. Para eso cuentan con una sala de gimnasia donde “hacen fierros”, a la que llaman Centro Calidad de Vida, y los asesora un médico deportólogo. Otra de las actividades para “moverse” tiene lugar los lunes a las 14.30, horario que ayuda a cortar “las siestas prolongadas”; los veteranos tienen clase de gimnasia “que termina con bailongo”, contó Savio.
“No queremos que las personas sean números”, dijo Savio, por eso cada uno tiene su nombre arriba de su cama y elige con qué decorar el espacio: algunos tienen flores o fotografías, muchas de ellas con el personal. “Hay una relación muy cercana, al punto de que tenemos funcionarios que dicen que extrañan cuando no vienen. Eso ocurre porque hay tiempo para generar vínculos, no es como en un hospital de agudos, donde uno va, se opera y sabe que, en una semana, volvió a su casa. Acá la gente pasa años”, explicó. En el Centro Diurno hay usuarios de la salud privada porque en el sistema mutual este tipo de servicios no existe, señaló el director. “Obviamente pagan y eso también le hace bien al hospital”, agregó.
Más calentitos
La financiación de los servicios proviene del presupuesto que se asigna mediante ASSE, de donaciones y de lo que aportan los propios usuarios: 50% de sus ingresos va para el hospital. “Como son pensiones o jubilaciones muy magras, porque se trata de gente humilde, eso no llega a financiar el 10% del costo-cama”, manifestó el director. “Es entonces cuando entra a trabajar nuestra Comisión Honoraria de Apoyo y Obras; siempre digo que es un grupo de gente que hace una tarea altruista, porque dona horas de su vida al hospital”, destacó. En esa comisión -regulada por un marco legal y auditada por el Estado- se procura canalizar fondos de la sociedad civil, se administran y se ejecutan obras.
Las donaciones se pueden realizar por el 0900 o directamente en el hospital, ubicado en la calle Larravide, en el barrio de la Unión. Savio contó que con una donación de 8.000 dólares se construyeron rampas a la salida de cada pabellón para uso de quienes se mueven en silla de rueda. Otra donación de 50.000 dólares en bonos del tesoro les salvó la vida en la crisis, recuerda. El dinero provino de una señora que en 2002 lo donó para vestir a los ancianos del Piñeyro del Campo. Se compraron desde camisetas hasta colchones y frazadas.
Desde Alemania también recibieron donaciones: camas y equipamiento para trasladar a los pacientes de la cama a la silla de ruedas, por ejemplo. De esta manera no se sobrecarga al personal y se le da más seguridad al residente. Savio comentó que es un privilegio contar con esas grúas y que en Uruguay hay incluso instituciones privadas que no las tienen.
En este período el Estado destinó un millón de dólares para obra edilicia. El director puso como ejemplo lo que se hizo en la planta física: ahora cuentan con sistema de calefacción para que los residentes “no se mueran de frío”, como pasaba antes, y están a la espera de que comience a funcionar el aire acondicionado. Además, se recibieron dos millones de dólares para la red de alta tensión, “una obra que no se ve pero es necesaria”.
Con el próximo plan de obras se pretende realizar el tabicamiento en las habitaciones, lo que permitirá que haya cuartos individuales o de dos personas, como máximo. En la actualidad, hay seis camas por dormitorio. Además se está pensando en duplicar la planta física del Centro Diurno. “Es deseable que se desarrolle este servicio: tiene buena receptividad entre las familias y, además, vemos que hay demanda”, argumentó Savio. “A las familias las alivia, mientras que al adulto mayor le permite mantenerse dentro de la comunidad, el mejor lugar donde puede estar”.