Es la mañana de un sábado de mediados de diciembre. Un grupo de perros enceguecidos, con la lengua afuera, pasa con marcha ágil tras el claro objetivo de una perra en celo.
Motos, bicicletas, peatones y, en menor medida, automóviles irrumpen esporádicamente en la postal de una callecita que va desde la ruta 10 hasta el mar.
En el jardín de una casa un hombre poda las plantas. “Disculpe, busco una casa para alquilar en la primera quincena de enero, ¿sabe de alguna?”. Se para con movimientos lentos, sonríe levemente y frunce el ceño. “La verdad que no… ¡Es como sacarse la lotería, más o menos!”, responde.
Hacia ambos lados hay obras en construcción. Paredes sin ventanas ni techo, montículos de arena y de canto rodado, carretillas que van y vienen, música cuyo sonido acartonado delata una pequeña radio como artefacto emisor. Un obrero cuelga de un andamio y un cigarro armado cuelga de su boca que tararea.
Números
La disponibilidad de alojamiento para enero está colmada en un 95%, según datos proporcionados por Olivia Arrospide, de Inmobiliaria La Pedrera. El alquiler promedio de una casa de tres dormitorios, dos baños, bien ubicada (cerca del mar o en el bosque) es de entre 2.500 y 3.000 dólares la quincena, o sea entre 150 y 200 por día. Los precios de venta de las casas oscilan entre 60.000 y 400.000 dólares, con excepciones como Luna de Frente, una casona construida hace unos 15 años sobre los restos de un viejo casco de estancia, respetando las molduras y el estilo de la construcción original, de valor astronómico. El camping de Punta Rubia ofrece encantadores rincones rodeados de monte indígena. Tiene tres sectores: familias, jóvenes y mascotas, y sale entre 170 y 195 pesos por persona, por día.
Así se prepara La Pedrera para una temporada que promete ser óptima. Si bien el balneario no necesita ningún augurio -porque ya lleva varias temporadas óptimas-, este año se pusieron en juego algunos factores que amenazaron con jaquear ese destino de lugar de veraneo en boga, sin techo de crecimiento a la vista. Pero los rebotes de la crisis económica o la baja en el precio del dólar (que hace que para los argentinos todo cueste el doble, por ejemplo) no parecen haber influido. En las cuatro inmobiliarias locales queda apenas un puñado de casas para alquilar en la primera quincena de enero, todo lo demás ya está reservado y señado. Lo mismo sucede con los particulares: de diez consultas, sólo una tiene disponibilidad en la preciada primera quincena. Entre los locatarios la buena nueva es que los veraneantes se adelantan y comienzan a llegar en los primeros días de enero.
Genéticamente atraídos
A 228 kilómetros de Montevideo, hay que tomar la ruta Interbalnearia hasta el empalme con la 9, dejar atrás la ciudad de Rocha, y desde ahí continuar por la 15 hasta su intersección con la 10, que lleva finalmente a La Pedrera, uno de los balnearios más antiguos de Rocha. El departamento se creó (diferenciándose de Maldonado) el 7 de julio de 1880. En noviembre de 1898, Román Arrarte era el único propietario del campo que hoy ocupa La Pedrera y le encargó al agrimensor Adolfo Reis el primer loteo del terreno.
Como todavía sucede con lugares como Atlántica (20 km al norte, por la ruta 10), lo que hoy es La Pedrera antes era un campo, cercado con alambre y una tranquera en la entrada, aproximadamente donde hoy está la intersección de la calle principal con la ruta 10. “El primer plano muestra cuatro manzanas, dos frente al mar y otras dos detrás de éstas. Hacia el año 1910 habían levantado sus casas unas diez familias, todas ellas genéticamente atraídas por la bravura de la costa, ya que se trataba de italianos y vascos”, relata María Ferrer, una descendiente de los primeros pobladores, autora del libro La Pedrera. Vida y milagros.
Hay que imaginar que en aquel entonces no existían caminos, sólo algunos tramos con huellas o senderos, y se viajaba en carreta, a campo traviesa. La estadía se extendía por tres o cuatro meses al año, por lo que, además de trasladar a toda la familia, otro carruaje viajaba con las provisiones: pollos, gallinas, colchones, sin olvidar el gramófono que musicalizaría las veladas de baile y tertulia. Todo eso a principios del siglo XX, en un pequeño caserío sobre el mar, en el umbral de entrada del pampero.
Recién en 1917 las condiciones de transporte mejoraron un poco, cuando al tramo en barco desde Montevideo se sumó el ferrocarril que unió La Paloma con Rocha y en 1928 se completó el tramo hasta la capital del país.
Muchas cosas de aquellos primeros tiempos se mantienen casi intactas en La Pedrera actual. “La casa de piedra” fue la primera en construirse y sus restos se conservan por pedido de un vecino, conviviendo con una construcción llamativamente moderna, sobre la rambla a pocos metros de la playa conocida como El Desplayado.
Algo similar sucede con muchas de las casas bien conservadas pero añejas, que conforman un auténtico casco histórico. Paredes anchas, techos a cuatro aguas o de líneas rectas al estilo colonial, algunas con elementos rescatados de los numerosos naufragios que hubo en esas costas. El más recordado es el del atunero chino Katay, que encalló el 14 de octubre de 1977 y cuyos restos todavía sobreviven a la voracidad de la sal en la que desde entonces se conoce como “la playa del barco”.
Tanto está el pasado impreso en esas costas, que en la milenaria formación rocosa que le da al balneario su privilegiada forma de balcón al mar, algunas zonas conservan como nombre el de las familias que allí se bañaban, como el Pozo de Muzio, Las canaletas de doña Avelina o La piedra de los Rocca (también conocida como “el asiento”). Es llamativo ver cómo los lugareños siguen bajando a darse baños en esas piscinas naturales entre las rocas, un tesoro que los turistas parecen no haber encontrado aún.
No progreses más
El tema del progreso también es histórico en La Pedrera. En 1950 los aldeanos evitaron la iniciativa del diputado por Rocha José León Lezama, de hacer llegar las vías del ferrocarril hasta el balneario.
“Ay/el pasto de tu rambla/queremos conserves/por siempre jamás/sin nombre en tus calles/te siento más mía/Pedrera querida/No progreses más”, rezaba el estribillo de una serenata que los vecinos dieron frente a los bungalows del coronel Montero, un argentino que además era el responsable de la primera boite del lugar, ubicada en los terrenos donde hoy está el camping. “Montero proyectaba quitar el pasto de la rambla y sustituirlo por veredas de piedra o similar, como contribución al mejoramiento de la urbanización”, recuerda Ferrer en su libro.
Algo de esa actitud de “progreso controlado” puede verse en circunstancias más actuales como las de la temporada 2007, cuando se trasladaron los boliches bailables a La Aguada (6 km rumbo a La Paloma) y se renovó la iluminación pública de la rambla, con pintorescos faroles y cableado subterráneo, priorizando una despejada vista del imponente paisaje.
Sin embargo, aún no existe una reglamentación que impida pintar la fachada de un local comercial de furioso violeta y naranja, y otras cosas que distorsionan con la tonalidad y las construcciones de la zona.
A pocos pasos, un punto ineludible de La Pedrera (sobre todo en las noches de luna llena) es el Costa Brava, que deleita desde hace más de dos décadas a los comensales con una de las más prestigiosas cocinas de pescados y mariscos de la costa rochense.
A un par de casas de distancia, siguiendo hacia la calle principal por la rambla, donde hoy se ubica una de las propiedades en venta más caras del balneario, Luna de Frente (1.200.000 dólares), en 1937 había una cancha de bochas.
“No voy a caer en el cliché de que todo tiempo pasado fue mejor, pero en algunos aspectos es cierto. Un ejemplo es el carnaval, que empezó en 1999 con un grupo de personas que quisieron hacer un pequeño desfile con disfraces, carruajes, cabezudos y unos pocos tambores. Durante los primeros años fue muy divertido ver cómo la gente del lugar se las ingeniaba para disfrazarse, componer canciones, etcétera. Pero en el último carnaval la bomba estalló, cayeron más de 10 mil turistas para el desfile, sin un fin lúdico, sino como una versión de “Wild on… La Pedrera”, conjetura Estanislao Fuster (38), un rosarino que llegó a La Pedrera en 1994 por primera vez y desde entonces ha veraneado sin falta en el lugar.
Con una cuota extra de esnobismo, el carnaval pedrerense no deja de ser una celebración disfrutable, como la genuina fiesta popular a orillas del mar que es. Este año se celebrará del 13 al 17 de febrero y el desfile tendrá lugar el lunes 15. “No tiene espectadores, ni organizadores, ni concursos. Es un carnaval gitano en el que todo vale, menos quedarse quieto y aburrirse. Si vas a estar aquí, unite a una comparsa o mejor aun: inventá una”, recomienda el completo site del lugar lapedrera.com.uy.
“Los cambios positivos son muchos, si dejamos de lado la nostalgia de La Pedrera como un lugar para pocos, donde uno se sentía dueño de toda la playa, el pueblo ha evolucionado para bien. Brinda uno de los mejores servicios gastronómicos de la zona, buenos bares para ir a tomar algo, actividades para niños, recitales, algo de teatro y cine. Una de las cosas que me atrajeron de este lugar fue ese entorno social pequeño y maleable, donde de a poco pude ir volcando mis ganas de hacer cosas”, agrega Estanislao.
El Club Social y Deportivo La Pedrera se inauguró en 1956 y los socios “se ocuparon de equiparlo llegando a tener vajilla de té para 70 personas, mesas y sillas para casi 200, manteles blancos, cubiertos y demás enseres, equipo de música, juegos de mesa, cafetera y elementos de utilería para las múltiples funciones a beneficio de la institución”, relata María Ferrer.
Las tardecitas con actividades infantiles en el espacio exterior, los bailes, los disfraces, el punto de encuentro, la reunión, son algunas de las costumbres de antaño que mantiene vivas el club. La Pedrera ha visto llegar el progreso sin perder el aura de pequeña aldea marítima con onda. El pueblo empieza a mostrar sus límites y se extiende hacia revalorados balnearios satelitales como San Sebastián, Arachania, Punta Rubia, Santa Isabel o San Antonio. A cierta intelectualidad que se mantuvo desde los comienzos se le ha sumado un aire esnob. Veranear en el lugar amenaza con volverse inaccesible para muchos (los alquileres van desde 60 a 400 dólares por día) y el confort le ha ganado terreno a la naturaleza; salvo en contadas excepciones, ha sido casi sin ostentación, sin venderle el alma al... turismo.