Pablo está sentado en su puesto ubicado en la muestra Montevideo Integra, que se desarrolla hasta mañana en la Intendencia de Montevideo; se lo ve orgulloso de exponer las artesanías hechas con sus propias manos. Le entrega dinero a Juan Carlos, su supervisor, pues acaba de vender una, lo que lo puso feliz. Él estudió diseño gráfico y además hace adornos para el hogar. El impedimento que tiene para trabajar en una empresa es que padece una parálisis cerebral que le afecta el desarrollo motor entre otras cosas. Asiste a los talleres de la Organización Nacional Pro Laboral para Lisiados (Onpli), donde le enseñan a desarrollar sus capacidades.
La finalidad de algunos centros es la inserción laboral, algo muy deseado, pues es de mucha ayuda y estímulo para las personas con discapacidad. Pero la opción que trae mejores resultados es la de las pequeñas empresas, donde realizan trabajos manuales para comercios o particulares. Según la Encuesta Nacional de Personas con Discapacidad realizada en 2004, el 16.5% de la población que posee por lo menos una discapacidad tiene un trabajo remunerado.
Moverse con libertad
Juan Carlos es uno de los fundadores de ONPLI, creada en 1972, e impulsor de la ley Nº 16.095 que hoy exige 4% de las vacantes en la administración pública para personas discapacitadas. Sufrió la epidemia de polio que hubo en nuestro país en la década del 50, y a los dos años de edad se le detectó una dificultad para caminar. Hoy está jubilado y en silla de ruedas, pero caminó muchos años con bastón, trabajó 15 años en el Ministerio de Salud Pública (MSP) y 15 en el Hipódromo de Maroñas. En ambos lugares realizó tareas administrativas y nunca tuvo inconvenientes para integrarse. La tarea que más disfrutó fue en el hipódromo, por la vinculación e integración que vivió; allí no sólo estaba en la oficina sino que trabajó en las cajas y como encargado suplente.
“Me mimaban mucho. Cuando llovía en el MSP me dejaban faltar porque con los bastones era complicado andar en ómnibus”, contó a la diaria. Respecto a las limitaciones físicas, no tuvo inconvenientes para tomar un ómnibus o moverse libremente, “de haber andado en silla no hubiera podido hacerlo”, reflexionó. Resaltó que en los llamados de trabajo que hace la administración pública hay discapacidades que no están comprendidas, como el síndrome de Down u otras de carácter psíquico, y explicó que muchas veces tienen exigencias que quizás son innecesarias para el desarrollo de la tarea y solamente excluyen a ciertas personas.
Otro de los inconvenientes que destacó Juan Carlos es que “desconocemos las capacidades de cada ser. Quienes realizan los llamados a concurso están muy desinformados”. Explicó que esto ocurrió, por ejemplo, en el último llamado hecho por la Administración Nacional de Puertos, que no especificaba la tarea a desarrollar en el cargo ofrecido. Un factor que para él resulta necesario es un seguimiento de la inserción del joven al campo laboral, pero no sólo del chico, sino de quienes lo reciben, pues muchas veces éstos no están preparados.
Vivir otras cosas
Miguel Ángel pertenece al Taller El Ceibo, institución dedicada a la recuperación e inserción de personas adultas con trastornos psíquicos graves. Trabaja allí desde 1991, antes se había desempeñado en una panadería, en una textil y en la vidriería de un familiar. Este último lugar fue el que más lo ayudó a recuperarse. Respecto a El Ceibo cuenta: “Ahí empecé a recuperarme, a vivir otras cosas”.
Actualmente realiza trabajos para empresas, como carpetas de cartón y porta cd. Contó que cuando llegan pedidos grandes “agarra la mano bastante rápido”.
Independencia
Martín tiene 20 años y padece síndrome de Rubinstein Taybi, una enfermedad genética que provoca problemas de aprendizaje. Vive en Maldonado y trabaja hace dos años en el programa Jornales Solidarios de la intendencia de ese departamento. Son períodos intermitentes de 15 días, en los que van a escuelas y organizaciones no gubernamentales a realizar trabajos de apoyo, como limpieza o mantenimiento, a los cuales se accede por sorteo. Esta experiencia lo ayudó a independizarse. Si bien es muy sociable y no tuvo dificultades de integración, vivió algunos problemas porque muchas veces quienes trabajan con estos chicos no están preparados para recibirlos o no tienen paciencia para tratarlos, lo que genera choques o frustraciones en los jóvenes. De todas formas, Martín superó estos inconvenientes y continúa trabajando. “Cuando cobra se compra ropa, perfumes, cd. Le encanta andar a la moda”, comentó Graciela, su mamá. También coopera con algún gasto de la casa si es necesario.
Satisfacción personal
Sebastián tiene 20 años y tiene síndrome de Down. Eso no le impidió formarse y luchar para conseguir un trabajo como cualquier chico de su edad. A los 18 años hizo una pasantía de tres meses como promotor. “Ese tiempo para él fue maravilloso. Era otro chiquilín, llegaba a casa con gran satisfacción de sí mismo. Como experiencia fue muy enriquecedora, él se sintió muy a gusto y le quedaron inmejorables referencias laborales”, contó Miriam, su madre. En cuanto al relacionamiento con sus compañeros no tuvo inconvenientes y se hizo amigo de todos. Contó que la relación era buena, nunca faltó a trabajar y llegaba siempre 15 minutos antes del horario establecido; estaba muy a gusto con su uniforme y cuidaba mucho su tarea.
Del día de su primera entrevista laboral, Miriam recuerda que Sebastián “no caía en que era realidad”. Y el día que cobró su primer sueldo se lo quiso dar a su madre, pero llegaron a un acuerdo y lo guardó en su alcancía. Allí también tiene el dinero que ganó trabajando una semana como reponedor en un supermercado, experiencia que formó parte del taller de inserción laboral que hizo en la Asociación Down del Uruguay. El cariño, suavidad y orgullo con los que Miriam relata estas vivencias demuestran claramente cuán fundamental es la figura de la madre para estos chicos; de apoyo incondicional y motivación constante.